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La innecesaria batalla contra el New York Times

La batalla más reciente del Gobierno mexicano contra la prensa estadounidense inspira perplejidad. No es la primera vez.

León Krauze

La batalla más reciente del Gobierno mexicano contra la prensa estadounidense inspira perplejidad. No es la primera vez. Hace unos meses, el canciller De La Fuente y el secretario de Economía Ebrard enviaron una carta a The Washington Post en protesta por una editorial que argumentaba en contra de la reforma judicial en México. Si aquello se antojaba excesivo, el largo intento por desacreditar el reportaje detallado de The New York Times sobre la producción de fentanilo en México parece algo peor.

Más allá de lo improductivo que resulta que un gobierno dedique horas y horas a menoscabar un trabajo periodístico, la Presidenta de México y su equipo parecen no reparar en un riesgo central de su terquedad con la investigación del periódico neoyorquino. Al intentar descalificar el reportaje, el Gobierno mexicano refuerza la impresión persistente que existe en Estados Unidos de que al proyecto de gobierno que comenzó con López Obrador y ahora continúa con Claudia Sheinbaum le interesa más la protección de las organizaciones criminales que su denuncia y persecución.

Ya en el sexenio pasado dejó dudas en Washington la manía del presidente López Obrador de referirse con notorio respeto a los jefes criminales y a sus organizaciones. Tampoco pasó desapercibido que López Obrador no celebrara la captura o sentencia de figuras criminales de relevancia. Eso, más las consecuencias evidentes de la fallida estrategia de los abrazos, generó en Estados Unidos la percepción de que en México no se tenía a un aliado de la ley sino a un cómplice de lo ilícito.

En tiempos recientes hay un auténtico catálogo de declaraciones que ilustran esa desconfianza. El senador Marco Rubio, que dentro de unos días asumirá el cargo de secretario de Estado en la segunda presidencia de Trump, acusó a López Obrador de “entregar gran parte de su territorio nacional a los narcotraficantes que controlan esas zonas”. Michael Waltz, congresista de Florida que será asesor de seguridad nacional de Trump, tiene una opinión parecida: “Los cárteles están manejando nuestra frontera y desestabilizando a nuestro vecino, a todo el Gobierno mexicano. Tenemos que ir a la ofensiva contra ellos. Tengo la intención de presentar una legislación para autorizar el uso de la fuerza militar contra estos cárteles”.

La lista de opiniones similares es larga, y no es casualidad. En Washington hay recelo y sospecha sobre las verdaderas intenciones del Gobierno de México.

En ese caldo de cultivo, que la presidenta Sheinbaum dedique recursos y atención a tratar de desmontar un reportaje periodístico que desnuda la producción de fentanilo en México no hace más que abonar a esa percepción de impunidad que tiene al País al borde de acciones unilaterales estadounidenses. Sheinbaum sabe que se trata de una batalla cuesta arriba. Sabe que en México se produce fentanilo y que las organizaciones criminales se han convertido en la principal fuente de tráfico ilícito hacia Estados Unidos. Un reciente informe del Servicio de Investigación del Congreso de Washington explica con caridad cómo el Cártel de Sinaloa y el Cártel de Jalisco Nueva Generación tienen un papel central en la fabricación de fentanilo mediante el uso de precursores químicos importados de China. Los cárteles introducen ese contrabando en cantidades pequeñas, pero de gran potencia, muy difíciles de detectar. Sin las redes ilícitas mexicanas, de diversos tamaños y alcances, la grave crisis de opioides sintéticos en Estados Unidos no tendría la misma gravedad.

Desde esa realidad, vale la pena preguntarse qué gana el Gobierno de México tratando de minimizar el problema y sus alcances. No gana nada en la opinión pública, ni en México ni en Estados Unidos. No gana nada en su muy complicada batalla con el gobierno estadounidense entrante, más bien al contrario. ¿Por qué lo hace? ¿A quién le hablan Sheinbaum y su equipo realmente?

Los ojos de Washington están puestos como nunca sobre México; los de Trump y su gente, pero también los del Partido Demócrata. El fentanilo es una crisis insoslayable. Hay una batalla narrativa que dar en Estados Unidos sobre la lucha contra las drogas. Pelearse con The New York Times por un trabajo periodístico revelador no es el camino. La Presidenta de México debería evitar suspicacias innecesarias.

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