¿Quién quieres que realmente te vea?
La humanidad siempre ha necesitado testigos: Alguien que valide nuestra existencia, que registre nuestros triunfos y fracasos, y que sea el eco de nuestras historias. Y me pregunto: En una era marcada por conexiones superficiales y las redes sociales, ¿realmente estamos encontrando esos testigos que tanto anhelamos?
“¿Por qué cree que la gente se casa?”, pregunta el personaje de Susan Sarandon en una escena memorable de la película “¿Bailamos?”.
Muchos dirán por pasión, otros por amor, para formar una familia… Pero la respuesta de la actriz dista bastante de ser romántica. Ella dice: “Porque necesitamos un testigo para nuestras vidas. Hay un billón de personas en el planeta. ¿Qué significa una vida? Al casarse, se promete cuidar de todo. Las cosas buenas, las malas. Todo el tiempo, todo el día. Uno dice que su vida no se nota, pero yo la noto. Su vida no quedará sin testigo, porque yo lo seré”.
En lo personal, creo que hay muchos otros elementos para decidir unir nuestras vidas a otra persona, además de la necesidad de un testigo. Pero su respuesta me llevó a reflexionar sobre un aspecto esencial de nuestra existencia: La necesidad de ser vistos, no de manera superficial, sino profundamente. La necesidad de un testigo no se limita al matrimonio. Es un deseo universal de conexión, una forma de validar nuestra historia personal a través de la mirada y el acompañamiento de otro. Necesitamos ser reconocidos, entender que nuestras experiencias, con sus luces y sombras, tienen significado porque alguien más las nota y las recuerda.
La humanidad siempre ha necesitado testigos: Alguien que valide nuestra existencia, que registre nuestros triunfos y fracasos, y que sea el eco de nuestras historias.
Y me pregunto: En una era marcada por conexiones superficiales y las redes sociales, ¿realmente estamos encontrando esos testigos que tanto anhelamos?
Creo que esa búsqueda ha tomado un giro inesperado y, en muchos sentidos, problemático. En un mundo hiperconectado, las redes sociales han transformado nuestra necesidad de testigos en una carrera por la visibilidad. Compartimos imágenes, pensamientos y momentos no necesariamente para conectar, sino para ser reconocidos por un público amplio y, a menudo, desconocido. Buscamos validación en “me gusta” y comentarios efímeros, y confundimos ser vistos con ser comprendidos.
El problema es que las redes ofrecen un espejismo. Prometen testigos, pero lo que realmente brindan es atención superficial y transitoria. Una foto que recibe cientos de interacciones puede ser olvidada al día siguiente. Los comentarios, aunque bienintencionados, rara vez profundizan en quiénes somos realmente. Este tipo de “testimonio” fragmentado no puede sustituir el acompañamiento íntimo y constante de alguien que nos conoce de verdad.
Esta desconexión es palpable. Nos rodeamos de seguidores y contactos, pero a menudo carecemos de alguien que realmente escuche, que esté presente en nuestras caídas y celebre nuestros triunfos sin necesidad de un filtro o una edición previa. El acto de ser testigos mutuos, de construir relaciones significativas basadas en la presencia y la empatía, se está desdibujando en un mar de interacciones superficiales.
La reflexión de Susan Sarandon nos devuelve a lo esencial. Ser testigos no es sólo observar; es estar allí, comprometerse a conocer al otro en sus momentos más vulnerables y cotidianos. Es un acto de profundo compromiso humano que las redes sociales, por su naturaleza efímera, no pueden replicar. En este contexto, vale la pena preguntarnos: ¿Quiénes son los testigos de nuestra vida? Más importante aún, ¿a quién estamos ofreciendo ser testigos?
Quizás es hora de reconsiderar cómo y dónde buscamos ser vistos. Cerrar las pantallas y mirar a los ojos de quienes nos rodean. Dedicarnos a construir vínculos reales, donde la vida no sea un espectáculo, sino una experiencia compartida. Porque al final, lo que verdaderamente da sentido a nuestra existencia no es cuántos nos ven, sino quién realmente nos conoce.
CV: Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
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