El futuro según Elon Musk
A diferencia de otros colaboradores del próximo Presidente, Musk no es un empleado, en cierta forma es un ídolo para Trump, pues es el absoluto triunfador a escala mundial, el depredador más exitoso del planeta.
Parecería el guión de una mala película de ciencia ficción: El hombre más rico, el dueño de la empresa que domina el espacio exterior y la operación y lanzamiento de satélites, propietario de la red social con mayor influencia en el mundo, es potencialmente el poder tras el trono del mayor imperio militar y económico planetario. Alguien ha dicho, con cierta razón, que está en curso una especie de putinización del Gobierno de Estados Unidos; la urdimbre entre la oligarquía y el poder político. Trump ha hecho una alianza con un puñado de billonarios para apoyarse mutuamente y vencer a sus rivales. La élite económica, dueña de las grandes empresas tecnológicas, ha venido resintiendo la intervención de los gobiernos que buscan limitar sus excesos. Ahora encontrarían en Trump una garantía para operar sin restricciones. Incluso los mandamases de Amazon, Facebook y Google, que en principio se inclinaban por una visión más progresista, han terminado por ceder ante el nuevo soberano. En parte porque así conviene a sus intereses, en parte porque no desean ser objeto de represalias y en mucho porque no les hace gracia dejarle a Elon Musk el control absoluto de lo que Washington vaya a hacer en materia tecnológica.
Para desgracia de ellos, y en realidad de todos, Musk les lleva ya mucha ventaja. No sólo porque donó 250 millones de dólares a la campaña de Trump y abrió la red X a los puntos de vista de la derecha, comenzando por los suyos. Sobretodo porque se convirtió en vocero de su causa en muchos terrenos.
Trump respondió generosamente. De entrada, lo ha nombrado responsable de la reestructuración, léase achicamiento, del Gobierno. Un puesto que dice nada, porque no están claras sus atribuciones dentro de la jerarquía, pero podría ser todo porque, si así lo desea la Casa Blanca, cruza horizontalmente a toda la estructura de poder. La diferencia entre Trump y Putin, una de ellas por lo menos, es que Putin es un producto del Estado. En su alianza con la oligarquía rusa tiene perfectamente claro que el centro de gravedad reside en el poder político que él detenta. Trump carece de esa solidez, disciplina, convicciones o como quiera llamársele. El neoyorquino pertenece a esa oligarquía millonaria, doctrinariamente vaga y oportunista, que hace de los intereses coyunturales su razón de ser. Su debilidad reside en su inconsistencia, en su narcisismo vulnerable al cortejo, en su edad proclive al chocheo.
En tales condiciones, Elon Musk puede convertirse en el verdadero motor en los temas que a él le importan; en la influencia decisiva, o incluso el operador directo de la agenda planetaria de su incumbencia. A diferencia de otros colaboradores del próximo Presidente, Musk no es un empleado, en cierta forma es un ídolo para Trump, pues es el absoluto triunfador a escala mundial, el depredador más exitoso del planeta. Cómo no va a admirar a quien superó a la NASA en exploración espacial, a los gobiernos de Estados Unidos y Rusia, por no hablar de Google, en comunicaciones satelitales, a Japón y a Europa en poderío automotriz. Trump tuvo problemas con Twitter, Musk lo compra y la pone a suservicio.
Sólo podemos especular sobre el protagonismo que realmente habrá de tener en la nueva administración. Por lo que se advierte, no va a ser menor. Se conduce más como un nuevo miembro de la familia Trump que como un mero colaborador del gabinete. Y mucho dice el desparpajo con el que suelta opiniones de política interior en países europeos, sea apoyando directamente a corrientes de derecha o socavando a gobiernos progresistas.
¿Cuál podría ser el efecto Musk en el mundo que viene? Imposible saberlo ahora, pero resulta muy elocuente la conversación de más de una hora sostenida por el empresario con la candidata alemana de ultraderecha, Alice Weidel. Lo cual nos regresa a la ciencia ficción.
En esta entrevista, Musk asegura que la vulnerabilidad del planeta es tal que nuestra especie está condenada a la extinción tarde o temprano, a menos que nos convirtamos en una civilización de dos planetas. “Si vamos a salvar a la especie necesitamos colonizar Marte”, y añade que bastaría un millón de personas allá arriba para escapar de la aniquilación. En dos años, afirma, estará en condiciones de enviar la primera nave no tripulada al planeta rojo.
Visto desde esta perspectiva mesiánica, miles de millones de personas más o menos son irrelevantes (esto no lo dice, pero se desprende de esta lógica). Lo importante es la carrera contrael tiempo. “Los dinosaurios se extinguieron porque no tenían naves espaciales”, afirma. Consecuentemente, el mundo ideal muskiano, en este momento, sería aquél que maximizara el acceso a la fuerza de trabajo, a las materias primas baratas y los márgenes de ganancia para mantener la reinversión masiva, sin obstáculos de parte degobiernos, restricciones humanitarias o consideraciones éticas. ¿Qué derecho humano puede estar por encima de una misión que está centrada en salvar a la especie?
No es de extrañar el absoluto alineamiento de Musk con las agendas de la derecha y la extrema derecha. El control político por parte de líderes fuertes que aseguren gobiernos no intervencionistas, regulaciones mínimas, plena libertad para el capital.
No deja de ser paradójico que, alguien que teme por la extinción de la especie, abrace la causa de los negacionistas sobre el deterioro del medioambiente. La explotación a mansalva y la voracidad del mercado son los principales motores del calentamiento global. Pero no hay contradicción alguna.Musk pertenece a la corriente elitista, centrada en la supervivencia del más apto; el reto no consiste en salvar a la humanidad y su hábitat, a los 8 mil millones de habitantes, porque eso eventualmente está perdido. No, lo suyo es asegurar que un puñado se salve, los más ricos, los más aptos tecnológicamente hablando.
Lo más grave de esa conversación no es el diálogo delirante con la líder fanática alemana, o que en algún punto señalen ambos que Hitler era un comunista de izquierda y que no era de derecha, o despropósitos similares. Lo que en verdad preocupa, es que la ciencia ficción amenaza convertirse en realidad. Un mundo en que las decisiones comiencen a tomarse en función de la supervivencia de los más ricos y poderosos, y los demás seamos un mero instrumento y, eventualmente, un estorbo.
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