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Humor dominical

Don Frustracio, el marido de doña Frigidia, declaró en mesa de amigos: “Mi mujer es para mí un objeto sexual”. Preguntó uno, interesado: “¿Cómo es eso?”. Explicó don Frustracio: “Cuando le pido sexo siempre objeta”.

. Catón

Noche de bodas. El enamorado galán le preguntó con emotivo acento a su dulcinea: “¿De quién son esos cabellos rubios, hilos de sol cuyos traviesos rizos brillan igual que el oro en tu nevada frente?”. Respondió ella, modosa y recatada: “Tuyos, mi amor”. “Y estos ojos azul cielo, claros como el agua de la fuente ¿de quién son?”. “Tuyos, mi vida”. “¿Y estos labios, envidia de la rosa purpurina e incitantes cual rojo vino de lagares sarracenos?”. “Tuyos, mi alma”. En ese punto el apasionado novio se aventuró por campos de menor lirismo y profanidad mayor. “Y estas nalguitas, ebúrneas y turgentes a la vista y suaves y cálidas al tacto, ¿de quién son?”. “Tuyas también, mi amor -replicó la desposada-, pero en sociedad con Pedro, Juan, Rodolfo, Patricio, Pablo y Luis”.

Crasita, debo decirlo a fuer de narrador veraz, estaba muy entrada en carnes, sobre todo en la región abdominal. Sin embargo era bella de rostro, y dueña de apetecibles curvas. En la mesa de exámenes clínicos el médico, excitado en modo nada hipocrático al verla sin más cobertura que unas cuantas gotas de Chanel número 5, se inclinó sobre ella y empezó a darle lúbricos y lascivos chupetones. Le preguntó Crasita, desconcertada: “¿Está usted seguro, doctor, de que así se hace la liposucción?”.

Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, se sintió humillada cuando sorprendió a su esposo don Sinople llevando a cabo el R. Ayuntamiento con la voluptuosa criadita de la casa. (Los partidarios de la corrección política sustituyan la palabra “criadita” por “trabajadorcita doméstica”). Para colmo no estaban haciendo el acto como se manda, en la ortodoxa y natural posición del misionero, sino en la postura llamada de cowgirl o amazona, ella arriba y él abajo. Eso vulneraba las ideas de clase de doña Panoplia. Poseída por justa indignación le espetó a la mucama: “¡Te me largas inmediatamente! ¡Y ni creas que voy a recomendarte con mis amigas!”. “No pase apuros, doña -replicó calmosamente la curvilínea fámula-. El señor ya me recomendó con sus amigos”.

El padre Arsilio le preguntó en el confesonario a Susiflor: “Tu novio y tú ¿tienen malos pensamientos?”. “Sí, padre -admitió ella-. Pero nomás foll… y se nos pasan”. (Para alejar las tentaciones, dijo un cínico, no hay nada como caer en ellas. Por su parte rezaba la señorita Himenia, célibe autumnal: “Señor, no me dejes caer en la tentación. Pero al menos permíteme darme algún resbaloncito”).

Loretela le contó a Rosibel, su compañera de cuarto: “En el Bar Ahúnda un desconocido me ofreció anoche 10 mil pesos si pasaba con él una hora en el Motel Kamawa”. Sin más ni más inquirió Rosibel: “¿Y qué vas a hacer con el dinero?”.

Don Frustracio, el marido de doña Frigidia, declaró en mesa de amigos: “Mi mujer es para mí un objeto sexual”. Preguntó uno, interesado: “¿Cómo es eso?”. Explicó don Frustracio: “Cuando le pido sexo siempre objeta”.

En un lamentable accidente de cacería sir Hubert Hunter perdió la mano derecha. El médico que lo atendió le dijo: “Podemos trasplantarle otra. La operación urge. Afortunadamente disponemos de una mano, aunque es de mujer”. “¡Póngamela!” -pidió con ansiedad el lacerado. Se llevó a cabo la operación, con tan buen éxito que no hubo rechazo. Pasó un tiempo, y cierto día el facultativo se topó en Harrods con sir Hubert. Le preguntó: “¿Cómo le ha ido con el trasplante?”. “Muy bien, doctor -respondió él-. La mano funciona perfectamente. Sólo tengo un pequeño problema. Cuando hago del uno luego no me quiere soltar”.

FIN.

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