Lo que podemos ser
La responsabilidad de quien analiza y escribe es declarar que lo que es un sinsentido efectivamente lo es, independientemente que el génesis de la idea sea de personajes de la política o iniciativa privada. El bien y mal se aloja en ambos. Existen múltiples ejemplos de ambición donde disfrazado de buenas intenciones se esconde una intencionalidad de privatizar utilidades y socializar pérdidas.
Ante una narrativa disonante sobre lo que acontece en la arena pública, el comportamiento de actores públicos y privados, con sus múltiples y mutuamente excluyentes “verdades” que constantemente regurgitan, el análisis habría que fundamentarlo en base al aforismo de Nietzsche “No hay hechos, sólo interpretaciones.”
La verdad, pudor, decencia, compasión y vergüenza no forma parte de la conversación del poder en estos primeros 100 días. La negación reiterada de los incontrovertibles datos en materia de seguridad, salud, deuda, pobreza, migración desde los podios del poder en ese mimetismo adulador tan característico de quienes gobiernan es alarmante.
La revictimización como excluyente de responsabilidad de las autoridades no solamente es ruin, tiene consecuencias en la construcción de una narrativa de posibilidades para revertir las crisis que enfrentamos. Las familias de quienes se enferman, son asesinados, levantados y la sociedad misma merece una mejor, solidaria y responsable respuesta de las autoridades. Quienes sufren no conllevan la intención de hacer quedar mal a las autoridades por más que desde los podios en su narrativa carente de compasión así lo sugieran.
Hay sectores que siguen anclados en aquellas ideas de Nietzsche de una doble concepción sobre el bien y el mal. La de los señores y la de los esclavos, donde las ideas de los poderosos y “resentidos morales” son buenas y la de los esclavos malas. La moral, el deber ser, fuertemente influenciado por la situación social y laboral en que se encuentran. La rectitud de intenciones es un buen inicio, desafortunadamente no es todo, una buena persona puede, por no medir las consecuencias de sus actos, hacer el mal.
Dostoyevski en “Memorias del subsuelo” parecería ser que anticipa algunas situaciones como las que recientemente observamos donde un pequeño grupo en busca de ventajas o algún fin, ostentando una supuesta representatividad impulsaron y lograron un incremento en impuestos sobre remuneraciones al trabajo personal.
“Por esto nos ocurre desear cosas absurdas, porque, habida cuenta de nuestra necedad, vemos en ese absurdo el camino más llano para alcanzar una de esas ventajas que nos hemos propuesto como fin”.
La responsabilidad de quien analiza y escribe es declarar que lo que es un sinsentido efectivamente lo es, independientemente que el génesis de la idea sea de personajes de la política o iniciativa privada. El bien y mal se aloja en ambos. Existen múltiples ejemplos de ambición donde disfrazado de buenas intenciones se esconde una intencionalidad de privatizar utilidades y socializar pérdidas.
Los resentidos morales, aquellos a los que se le arrebató el poder, continúan en su lamento de que su actuar representaba el bien sin reparar que el mal que hoy denuestan es idéntico a lo que ellos ofrecían cuando estaban en el poder. La transformación que hoy estamos observando tiene su génesis en aquellos gobernantes que buscaron al igual que los actuales perpetuarse en el poder, ofreciendo migajas de institucionalidad, legalidad y empoderamiento ciudadano. El gradualismo democratizador fracasó, es en base a esos mecanismos de control y captura institucional al servicio del poder que el actual desmantelamiento institucional avanza.
No debemos de caer de nuevo en la trampa de esos personajes que en su nostalgia de poder ofrecen que su actuar será diferente si trabajamos para que ellos regresen. En un país urgido de instituciones robustas que trasciendan y resistan los embates sería absurdo soñar que quienes han traicionado una y otra vez la confianza depositada en ellos de regresar al poder actuarían de forma diferente. Si nos tomamos el tiempo de analizar las hojas de “servicio” de quienes hoy gobiernan en una variante de la Ley de conservación de la materia, estos no se destruyen sólo se transforman.
Sin un despertar cívico, podemos anticipar que al igual que la carpa de aquella dictadura perfecta, la gran carpa del hoy partido en el poder cuyas costuras parecería ser no soportar las presiones de esa hoguera interior de vanidades, ambiciones y torpezas aguantará los próximos años. La marcha insensata de destrucción institucional con adversas consecuencias en legalidad, derechos humanos, transparencia, competencia, libertad y democracia, en ausencia de contrapesos seguirá avanzando.
Kierkegaard observaba que “La vida sólo puede ser entendida mirando hacia atrás, pero tiene que ser vivida hacia delante”. En busca de incidir partiendo de nuestras posibilidades individuales es importante recordar que si está dentro de las capacidades de la sociedad mexicana el cambiar el rumbo del País, la alternancia en el poder y construcción de instituciones que en los ochenta parecían imposibles se logró. El progreso no avanza en línea recta, ante el desmantelamiento institucional de hoy, debemos de redoblar el esfuerzo en aras de una reconstrucción sin cometer los errores de aquel gradualismo ramplón de antaño. Repudiemos a quienes fincan su oferta política en vivir mirando hacia el pasado.
En el acto IV de Hamlet, Ofelia expresa: “Sabemos lo que somos ahora, pero no lo que podemos ser”. Sin negar que los escenarios adversos a los que nos enfrentaremos en los próximos meses en economía, migración, salud, seguridad, legalidad, impartición de justicia y democracia presentarán grandes desafíos, si nos proponemos lograremos remontarlos.
Ese podemos ser soñado habrá que construirlo trabajando juntos. Busquemos coincidencias en los “porqués” para juntos construir los “cómos”.
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