La trampa de ser normal

Historias demasiado humanas

Mariana creció escuchando burlas por su nariz prominente. En la escuela, los niños le decían “cara con manija”, y esas palabras se incrustaron en su mente como una verdad imposible de desafiar. Durante años, su mayor sueño fue operarse. Trabajó, ahorró y finalmente logró hacerse la tan anhelada cirugía. Al salir del quirófano su reflejo mostraba una nariz perfecta, respingada, como la de las modelos que admiraba. Sin embargo, algo no estaba bien. Mariana no se reconocía.

Muchos de sus amigos y amigas le decían con pesar que su nariz “le daba personalidad” y que ahora se veía diferente, pero no necesariamente mejor. Ella misma empezó a cuestionarse: ¿Por qué el sueño que había alimentado durante tanto tiempo no la hacía feliz? ¿Por qué sentía que había perdido una parte de sí misma? El problema no era su nariz, sino la norma implícita que había adoptado: Ser aceptada sólo si encajaba en un ideal de belleza preestablecido.

En una sociedad que premia el rendimiento, la adaptación y la aparente perfección, existe una patología silenciosa que crece sin darnos cuenta: La normopatía.

El término, acuñado por el sicoanalista Christopher Bollas, describe la obsesiva necesidad de encajar, de no destacar, de ser “normal” a toda costa. Esta búsqueda constante por ajustarse a las normas externas, a lo que se espera de nosotros, puede alejarnos de lo que realmente somos. Vamos perdiendo autenticidad.

La normopatía es un camuflaje perfecto. En personas que sufren esta tendencia no hay espacio para la duda, la creatividad o el cuestionamiento. Lo diferente se percibe como peligroso. Se llenan agendas, se satisfacen expectativas y, a cambio, se sacrifica el deseo genuino. Lo irónico es que, en ese afán de cumplir con todo lo externo, uno puede llegar a desmoronarse por dentro.

¿Cómo se llega a ese punto? Desde pequeños aprendemos que lo distinto puede traer consecuencias: Ser señalado, criticado, quedar al margen. El miedo a la exclusión nos lleva a crear versiones óptimas de nosotros mismos, anulando lo espontáneo, lo singular. Así crecemos confundiendo el ser con el deber ser. No es casual que la ansiedad y la depresión sean, hoy por hoy, las grandes epidemias silenciosas de nuestro tiempo. Ambas son, en muchos casos, gritos sofocados de quienes se sienten atrapados en una existencia demasiado ajustada.

Superar la normopatía no implica rechazar por completo las normas sociales, sino aprender a habitarlas desde la elección consciente y no desde la imposición. Implica cuestionarnos por qué hacemos lo que hacemos y si eso responde a un deseo genuino o a una expectativa ajena.

En el caso de Mariana, la reflexión llegó tarde pero fue transformadora. Empezó a aceptar que no se trataba de su nariz, sino de la presión de ser alguien que no era. Ya no podía revertir la cirugía, así que empezó a trabajar en reconciliarse con otras partes de su identidad que había relegado: Su risa estruendosa, su amor por los colores llamativos, su pasión por escribir, esas cosas que realmente la definían.

“En definitiva -me confesó- creo que me curé de la normopatía cuando elegí atreverme a ser en lugar de actuar. Me llevó tiempo conectar con aquello que me hace única, aunque eso signifique dejar de gustarle a todos. Me reconcilié con la posibilidad de no encajar del todo y abrazar lo extraordinario que hay en ser, simplemente, yo misma. Y se siente taaan bien”.

Vale la pena preguntarnos: ¿Qué pasaría si no encajo? ¿Cuántas veces he elegido la norma por sobre mi esencia? ¿Qué habría sido de mi vida si hubiera apostado por lo que me hace único? ¿Es posible vivir desde la autenticidad y no desde lo que otros esperan de mí?

¿Y si nos atrevemos a romper el molde?

Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.

Juan Tonelli

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