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Un año tormentoso

Trump llega fortalecido a su segundo período presidencial, y encontrará un México debilitado por las divisiones que sembró López Obrador.

. Catón

Trump viene más Trump, y embestirá a un México menos México. Lejos de mí la temeraria idea de poner desasosiego en la nación. ¿Quién soy yo para andar desasosegando naciones? No quiero exponerme a que al ir por la calle la gente me señale y diga: “Mira: Ése desasosiega naciones”. Lo cierto, sin embargo, es que el siniestro baladrón que por segunda vez ocupará la Casa Blanca está engallado por su victoria sobre el grisáceo Biden, por su exoneración luego de los múltiples desmanes en los que ha incurrido, y por su oscura alianza con el hombre más rico del planeta, el ultraderechista Musk. De ahí las torpes bravatas del rufián, que no por descabelladas dejan de entrañar peligro: La de apoderarse de Groenlandia; la de retomar el Canal de Panamá; la de hacer de Canadá el Estado número 51 de la Unión Americana; la de invadir a México. Desde luego al lado de un vesánico monstruo como Hitler la estatura de Trump es de pigmeo en lo relativo al mal, pero nadie debe olvidar que antes del año 39 del pasado siglo muchos pensaron que las amenazas del dirigente nazi eran habladas, e incluso trabaron relación con él pensando equivocadamente que podían apaciguar su discurso de violencia. Eso hizo a nombre de Inglaterra el pacato Chamberlain. Sólo Churchill auguró el riesgo que para el mundo representaba el Führer, y se negó con empecinamiento a tener cualquier tipo de relación con él. Trump llega fortalecido a su segundo período presidencial, y encontrará un México debilitado por las divisiones que sembró López Obrador, por la creciente fuerza de los cárteles de la droga y por la bancarrota que amenaza a las finanzas públicas después de los dispendios del atrabiliario cacique de la 4T. Así las cosas este año se nos presenta tormentoso, y hemos de prepararnos para hacerle frente, hasta donde un país con las debilidades del nuestro puede oponérsele a un barbaján como el que dentro de una semana irrumpirá otra vez en la Casa Blanca, que con su presencia se hará negra. Y más no digo, porque este último lamentable juego de palabras me hace ver que debo ya suspender el comentario. ¡Cuántas cosas suceden en las noches de bodas! Pienso, por ejemplo, en la de Bertrand Russell, ilustrísimo filósofo y matemático inglés. Llegó virgen al matrimonio, lo mismo que su esposa. La naturaleza, gran maestra, les indicó lo que debían hacer aquella noche. Él se olvidó de sus guarismos y sus filosofías; ella de sus inhibiciones y reservas, y ambos gozaron cumplidamente la ocasión. Pero me aparto de un relato que no he empezado aún. Casó Simplicio, joven varón imperito en cosas de la vida, con una dama bastante mayor que él de la cual se había prendado al ver su cabellera rubia platino como la de Mae West, sus ojos color violeta como los de Elizabeth Taylor y sus ondulantes formas como las de Marilyn Monroe. Gran decepción sufrió el recién casado cuando al principio mismo de la noche nupcial se percató de que ni la melena rubia platinada, ni los ojos de jacaranda en flor, ni las turgencias de su desposada eran naturales, sino producto de la industria humana. Falcidia -tal era el nombre de la mujer- se quitó la peluca platinada y la puso en el buró; se sacó los pupilentes que daban a sus ojos aquel vago color y los puso en el buró; se despojó del busto, hecho de caucho y gutapercha, y lo puso en el buró, e hizo lo mismo con las redondeadas caderas fabricadas con los mismos materiales, engañosas curvas que igualmente puso en el buró. Suspenso y cariacontecido quedó el ingenuo joven al ver así frustradas sus fantasías e ilusiones. Falcidia le preguntó, melosa: “¿Por qué no vienes a mis brazos, Simpli?”. Respondió él: “Es que no sé si subirme a la cama o al buró”. FIN.

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