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T-MEC y Trump: ¿Revisión o renegociación?

Ya disponemos de algunos elementos para analizar las consecuencias de los anuncios de Trump en materia de comercio.

Jorge  Castañeda

AMARRES

Ya disponemos de algunos elementos para analizar las consecuencias de los anuncios de Trump en materia de comercio. Sabemos que el 1 de febrero decidirá qué tipo de aranceles les aplica a qué países, y tal vez durante cuánto tiempo. Asimismo, a principios de abril, le informarán el Representante Especial para Comercio (USTR) y el secretario de Comercio, qué países cumplen con las disposiciones de los acuerdos de libre comercio ya vigentes, y si Washington debe mantener su participación en ellos. También ya podemos partir del supuesto que la revisión/renegociación del T-MEC con México y Canadá arrancará antes de lo previsto, este mismo año y probablemente con audiencias del Congreso en primavera.

Lo cual nos lleva a intentar descifrar las intenciones de Trump en lo tocante al tratado y, sobre todo, si se trata de una simple revisión, como lo sostiene el Gobierno de México, o de una renegociación mayor, como parece sugerir el nuevo gobierno de Estados Unidos. El documento no incluye una disposición que defina explícitamente en qué consiste cada una de las alternativas. Juan Carlos Baker explica esto en su capítulo del libro -muy útil- de Rafael Fernández de Castro y Roberta Lajous, Pender de un Hilo. En términos muy generales, se podría inferir que si la negociación que pronto arrancará entre los tres gobiernos entraña modificaciones de sustancia, será una “renegociación”. En cambio, si se limita a cambios cosméticos, o de redacción, o en todo caso, meramente administrativos, por ejemplo, representará una simple “revisión”. Aun esta diferencia es compleja, sin embargo. Un veterano negociador mexicano sostiene que un cambio en las reglas de origen para la industria automotriz, de 70% de contenido de América Latina a 75%, constituiría un cambio de sustancia. Otro negociador, igual de experimentado, cree lo contrario: Elevar el porcentaje no implicaría una modificación sustanciosa.

Por todo ello, la mejor manera de dilucidar si se tratará de una revisión o de una renegociación radica en la forma en que los tres países (pero obviamente más en el caso de Canadá y Estados Unidos) resolverán el dilema de la aprobación legislativa. Como se sabe, en Estados Unidos, el T-MEC (al igual que el Tlcan) es un acuerdo, no un tratado, y debió ser ratificado por mayoría simple en ambas cámaras. La prueba del añejo (o de ácido, para quienes no recuerdan el icónico anuncio de John Gavin para Bacardí), yace en el procedimiento. Si Trump y el próximo primer ministro en Ottawa se ven obligados a obtener una nueva autorización para negociar, y una nueva ratificación para aprobar, significará que hubo renegociación. A la inversa, si la versión 3.0 del Nafta no requiere de validación por los poderes legislativos, entonces los cambios habrán sido menores. Huelga decir que las dos cámaras mexicanas harán lo que el Ejecutivo les ordene.

El problema estriba en que si hay nueva aprobación legislativa, el proceso se va a alargar y enredar. Tanto en Canadá como en Washington, el Ejecutivo todavía dispondrá el año entrante de mayorías propias. En Estados Unidos, Trump contará con una mayoría adecuada en el Senado (donde no se ubican realmente los obstáculos) pero muy exigua en la Cámara Baja. Existe allí una fracción de la bancada republicana que es virulentamente anti-libre comercio, y otra, demócrata, que lo es también. Al final, es probable que Trump logre asegurar los votos necesarios. Pero tomará tiempo, y tendrá que realizar importantes concesiones para alcanzar su cometido.

Todo esto para concluir que es probable que el proceso de revisión/renegociación tome tiempo. Un ingrediente más de incertidumbre, gracias a Trump.

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