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Así hay que entender los aranceles

El anuncio de la imposición de aranceles estadounidenses a México abre dos frentes muy distintos. Hay que saber diferenciarlos.

León Krauze

Epicentro

El anuncio de la imposición de aranceles estadounidenses a México abre dos frentes muy distintos. Hay que saber diferenciarlos.

Primero está la denuncia de presunta colusión del Gobierno mexicano con el crimen organizado. Es una acusación sin precedentes, en fondo y forma. También es innecesaria, en el contexto específico de la imposición de aranceles. Trump no necesitaba justificar su decisión y mucho menos en estos términos. ¿Por qué lo hizo, entonces?

Primero, porque es una herramienta de presión muy útil frente al Gobierno mexicano. Si algo saben los estadounidenses, más vale acatar sus exigencias. Segundo, porque, vaya… quizá algo saben realmente los estadounidenses. El proceso de recolección de inteligencia reciente, incluida la probable colaboración de Ismael Zambada con las autoridades, sugiere un posible expediente cada vez más abultado en manos del Gobierno de Estados Unidos. De ser así, el Gobierno mexicano deberá, como ya lo ha hecho y lo hará de nuevo, exigir la presentación de evidencia. El que acusa tiene la responsabilidad de probar.

Hay una tercera explicación para la denuncia de colusión. Trump está allanando el terreno para sus planes de intervención militar unilateral en México. Hay apetito para ello desde hace años entre los círculos trumpistas. Ahora lo hay más que nunca. El vicepresidente Vance habló el fin de semana del principio de la era de las consecuencias para México. Pete Hegseth, el nuevo secretario de defensa, dijo que todas las opciones están en la mesa.

El otro frente de la declaración de aranceles es el económico. Ahí, no puede haber discusión: Trump ha comenzado la guerra comercial más absurda e injusta imaginable, no sólo para sus socios comerciales más cercanos sino para sus propios consumidores.

Es importante entender que no se trata nada más de una herramienta de coerción de política exterior. Trump piensa usar los aranceles para financiar los recortes fiscales que están en el corazón de su agenda desde su primera Presidencia (y que benefician a los más ricos, por cierto). Trump también supone que, a largo plazo, serán un incentivo para el “reshoring”, el regreso a Estados Unidos de manufactura que, en décadas de apertura comercial, buscó otras fronteras. En suma, los aranceles son parte de una estrategia más amplia. Es un error pensar que serán meramente coyunturales.

Pero una cosa es la estrategia y los motivos y otra muy distinta los resultados. Los aranceles no son sólo injustos hacia el exterior: Serán contraproducentes al interior.

Una política arancelaria de esta naturaleza desatará episodios inflacionarios múltiples. Los consumidores estadounidenses terminarán pagando más por muchos productos. La interconexión del mercado norteamericano no es cualquier cosa. Desde la cerveza y el aguacate hasta el costo del vidrio y una lista de verdad interminable, los precios van a subir para el consumidor estadounidense.

Y el consumidor estadounidense, que es el votante que llevó a Trump la Casa Blanca, tiene muy poca paciencia para la inflación. Habrá que preguntarle a los demócratas. El precio del huevo fue fundamental en la elección anterior. ¿Qué pasará ahora cuando el consumidor descubra que la persona que eligió comenzó una guerra comercial absolutamente innecesaria que ha derivado en un aumento generalizado de precios?

Varios de los multimillonarios que rodean a Trump descartan el dolor del consumidor promedio como un paso necesario para la reinvención de la economía estadounidense de acuerdo con el evangelio del nuevo aislacionismo trumpista. Se dice fácil. En una democracia, (como todavía es Estados Unidos, más allá de la amenaza autoritaria reciente), desestimar causar dolor económico es una muy mala idea.

En otras palabras, Trump no es tan fuerte como dice ser. Habrá que tomarlo en cuenta.

León Krauze

@LeonKrauze