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El bully en el recreo

Lo que está haciendo Donald Trump en sus primeros días como presidente me recuerda tanto al bully de mi escuela en el recreo.

Jorge  Ramos

Le apodábamos “El caballo” y le teníamos pavor. Durante varios años en mi escuela primaria y secundaria en la Ciudad de México, “El caballo” dominaba el patio durante el recreo. Nos sacaba a todos una cabeza, varios kilos y un año más. Era el bully, aunque nadie le llamaba así y no existía la conciencia que ahora tenemos sobre los estudiantes que hostigan y atormentan a otros más vulnerables.

Ningún maestro vigilaba el patio y “El caballo” daba rienda suelta a sus violentos impulsos. Nos golpeaba en la cabeza, nos daba cachetadas y patadas, nos gritaba hasta sentir su aliento y sus babas sobre nuestra cara, nos arrebataba los dulces y nadie se atrevía a enfrentarlo.

Recuerdo agarrarme de la puerta del salón de clases, antes de salir al patio del recreo, para asegurarme de que “El caballo”, quien iba en otro grupo, no estuviera cerca. Mis recreos y los de mis compañeros dependían de lo que quisiera “El caballo”. Si nos quitaba la pelota, se acababa el juego de fútbol, y si le daba una madriza a alguien, todos salíamos huyendo para no ser el próximo.

Hasta que apareció “El perro”. No era tan alto ni tan fuerte como “El caballo”. Pero “El perro”, quien por mucho tiempo se mantuvo al margen de lo que ocurría en el patio, decidió ponerle un alto a “El caballo”. Defendió valientemente a uno de mis compañeros cuando “El caballo” lo estaba pateando en el piso. Aunque tenía los puños curtidos y listos, “El perro” no tuvo que tirar ni un golpe. Solo se le acercó a la cara y le dijo a “El caballo” que parara.

Desconcertado y asustado, el abusador se fue del lugar de la pelea. Desde ese momento, “El perro” -de grandes cachetes, mirada intensa y pocas sonrisasse convirtió en nuestro salvador.

“El caballo”, humillado y retado, nunca más volvió a molestar a nadie y, poco después, se cambió de escuela.

Lo que está haciendo Donald Trump en sus primeros días como presidente me recuerda tanto al bully de mi escuela en el recreo. Con todo el poder a su disposición, con el apoyo del Congreso, de la mayoría en la Corte Suprema y del voto popular, y con un ego que se revienta, Trump se expande.

Quiere Groenlandia. Quiere el Canal de Panamá. Quiere convertir a Canadá en el Estado 51. Y esta semana anunció que también quiere tomarse la franja de Gaza para convertirla en una riviera mediterránea. ¿Y qué piensan los palestinos, los canadienses, los panameños y los groenlandeses de todo esto? A Trump no le importa.

Por eso llama tanto la atención que la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, haya logrado detener -al menos por un mes- las intenciones trumpistas de imponer aranceles del 25%. Hubo que negociar con cabeza fría. México, como ya lo fue con López Obrador, tendrá que convertirse en la Policía migratoria de Estados Unidos y en el refugio de sus deportados. Por eso el ofrecimiento de 10 mil guardias nacionales de México a su frontera Norte.

Pero parar a Trump, aunque sea temporalmente, no es poca cosa.

“Did you blink?” le preguntó un reportero a Trump sobre la negociación con Sheinbaum. “No”, contestó, brincando. Pero, sin duda, la Presidenta mexicana lo hizo “pestañear”.

¿Y por qué funcionó la estrategia mexicana?

Porque Trump es un ser transaccional, convenenciero, y la presidenta Sheinbaum le dio algo a cambio. Así, él se sintió como ganador aunque perdiera la partida.

Algo parecido hizo el dictador venezolano Nicolás Maduro. A cambio de que Estados Unidos lo dejara en paz, al menos por ahora, liberó a seis rehenes estadounidenses y permitirá el regreso de miles de venezolanos deportados. Y como si fuera poco, Maduro pone los aviones.

El terrible mensaje de toda esa negociación entre Trump y Maduro es que la democracia en Venezuela puede esperar. Así se esfumaron las esperanzas de que el régimen de Maduro caería pronto con Trump. Muchos venezolanos que apoyaron a Trump están desilusionados. Y ahora hasta el TPS les quiere quitar.

En estos días, todos han aprendido un poco de la estrategia negociadora de Trump. Tú le das algo a Trump y él deja de apretar por un ratito. Panamá es el que sigue. Su gobierno seguramente aceptará la llegada de deportados de varios países y le quitará a China -o limitará- el control de dos puertos sobre el Canal de Panamá a cambio de mantener la soberanía de su territorio.

Así es Trump: Pide mucho al principio y siempre se asegura de que, al final, gane algo.

Pero esta es una estrategia que rompe alianzas y genera mucho resentimiento. Es la mejor fórmula para perder amigos. Y como muestra de esta nueva animosidad están los abucheos de espectadores canadienses al escuchar el himno de Estados Unidos en juegos binacionales de hockey y basquetbol.

Con Trump se acabó el soft power. Esta es la época de los trancazos. Una de sus primeras medidas dentro de Estados Unidos ha sido cerrar o paralizar su agencia filantrópica y para el desarrollo. Usaid fue creada en 1961 por el presidente John F. Kennedy y, durante décadas, ha financiado desde vacunas y ayuda contra la pobreza extrema hasta programas para la promoción de la democracia y la diversidad en más de la mitad de los países del mundo.

Bueno, esa que era una de las mejores caras de Estados Unidos -la que decía cooperación, empatía y defensa de los derechos humanos- es la que está desapareciendo Trump.

Apenas estamos empezando. Nos quedan tres años y 11 meses de sobresaltos y amenazas.

Ahora quiero terminar mi cuento sobre los horrores que se viven en un patio escolar.

Nunca más volví a ver a “El perro”. Pero tengo mucho que agradecerle. Su lección fue impecable: Ante un bully, no te puedes quedar callado ni mostrar miedo.

Hoy, esa lección es tan válida como hace medio siglo.

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