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Navidad en octubre (en el Golfo de América)

Aún y cuando al menos en apariencia Maduro y Trump se ubican en las antípodas ideológicas, ambos comparten intensas semejanzas en la percepción que tienen de sí mismos.

Jesús Canale

Si Nicolás Maduro por decreto impuso que la Navidad en Venezuela sería ya no en diciembre sino en octubre ¿por qué no Trump igualmente por decreto o algo parecido cambiaría el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América? Aún y cuando al menos en apariencia Maduro y Trump se ubican en las antípodas ideológicas, ambos comparten intensas semejanzas en la percepción que tienen de sí mismos (y también de la percepción que la gente tiene de cada uno de ellos) e igualmente comparten semejanzas en el estilo de mandar.

Pero, quién, quiénes o desde dónde se decide la nomenclatura de los países, regiones, provincias, ríos, lagos, y mares…y golfos. En realidad la respuesta es compleja, los mecanismos son caprichosos y los motivos múltiples: Tratándose de la asignación de un nombre a sitios geográficos, ésta obedece a la memoria de un personaje destacado, pionero o fundador (Ciudad Juárez o Mar de Cortés, por ejemplo), de un hecho histórico (por ejemplo, a la memoria de la masacre de Lídice, pueblo checoeslovaco aniquilado en la Segunda Guerra Mundial) o de alguna característica del entorno en el que se ubica (Groenlandia, del nórdico antiguo “groen-land”, que significa “tierra verde”).

La decisión puede surgir de un individuo o institución gubernamental, otras veces no hubo propiamente una decisión sino que obedece a un rasgo o costumbre antigua o de la actividad preponderante en el lugar. De hecho no hay reglas y menos un consenso. Pero no es lo mismo dar nombre a una población, un estado o provincia, un río o un volcán que asignar nombre a un océano, un mar o un golfo, pues estos últimos son espacios geográficos por los que puede transitar cualquier vehículo o habitante del planeta ya que son espacios internacionales.

Quizás algo similar corresponde también a los polos, excepción hecha de predios que tienen asentamientos con ciertas restricciones acordadas en convenios internacionales, y algo así también con los predios de nuestro satélite, la Luna, que por cierto ya tienen nombre y quizás linderos definidos y vaya usted a saber bajo la autoridad de quién.

Volvamos al Golfo de México, que, algo así como ocurre también con el Mar de Cortés (o Golfo de California), su nombre es globalmente reconocido desde el siglo XVII y por una razón lógica, que ya desde el siglo XVI y hasta el siglo XVIII la mayor longitud terrestre que envolvía a lo que vino a llamarse Golfo de México la abarcaban los litorales de “Nuevas Filipinas”, la “Nueva Santander”, el “Reino de México de la Nueva España” la llamada “Mérida o Gobierno de Yucatán” y los litorales ajenos a nosotros y hoy de los Estados Unidos que sumaban una porción claramente minoritaria.

Aunque Donald Trump en el discurso de su nuevo ascenso al poder del 20 de enero pasado dijo que cambiaría el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América, entendemos que el documento, bajo el cual indica esa su muy personal voluntad, comprende solamente la porción de mar “territorial”, es decir la que le corresponde a los Estados Unidos, y que es de aproximadamente 22 kilómetros a partir de la costa que abraza al Golfo de México desde los litorales de Texas, Luisiana, Mississipi, Alabama y un tramo del litoral de Florida; solo esta angosta franja de mar está bajo el derecho de nomenclatura del presidente Trump pero no toda la extensión de agua internacional del Golfo de México.

A propósito, quizás no podemos quejarnos mucho pues ya vemos que la alcaldesa de Tultitlán, Estado de México, cambió nombre a un grupo de colonias para pasar a llamarse colonia Cuarta Transformación, modificando también la nomenclatura de las calles para quedar, entre otros, estos nombres: “Jóvenes Construyendo el Futuro”, “Tianguis del Bienestar”, “Sembrando Vida”, “Soberanía

Energética”, entre otros incluyendo el nombre de la calle “Internet para Todos” sobre lo que los avecinados bromean diciendo a quienes tienen su casa por allí: “Pásame la clave ¿no carnal?”.

Si esto ha levantado resonado escozor a los ciudadanos, cuánto más no nos inquietará el cambio de nombre a nuestro queridísimo Golfo de México…que no es nuestro, cierto, pero en todo caso es más nuestro que de nadie más.

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