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Pobre Trump: No sabe lo que le conviene

No digo que sea fácil encontrar una retórica eficaz y aceptable para México frente a Trump. Todos los países del mundo se encuentran hoy buscando cómo hacerle.

Jorge  Castañeda

AMARRES

Todo mexicano con calle conoce la vulgar y homófoba expresión de “me la m… pero se la c…” Parece ser la consigna de la 4T frente a Donald Trump, traducida al idioma forense: Si nos agreden, se darán un balazo en el pie. Olvidan que la expresión mexicana es altamente reprobable por muchas razones, y que Trump tiene zapatos blindados.

Me cuesta mucho trabajo entender por qué el gobierno en su conjunto, y la Presidenta en particular, insisten en responder a las amenazas de aranceles, o de catalogar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas internacionales, o a las posibles decisiones de empresas multinacionales de salir de México, con esta filosofía. Repiten hasta la saciedad que todo eso daña más a Estados Unidos que a México o, en todo caso, que también lastima enormemente al vecino del Norte.

Una y otra vez nos explican cómo los hipotéticos aranceles que impondría Trump a México y Canadá, o los que ya impuso a China, o los que ya impuso al acero y al aluminio, elevarían los precios en Estados Unidos, conducirían a la pérdida de empleos norteamericanos, y dañarían el orden internacional de comercio, que a quien más beneficia es justamente a Estados Unidos, el fundador de dicho orden. El hecho de que en ocasiones los canadienses hagan algo parecido -que, por cierto, ya es paradójico: Sabemos que lo que más le gusta a la 4T es diferenciarse de Canadá, y sin embargo en esto las posiciones de ambos gobiernos se parecen bastante- me confunde aún más. Y ya ni digo cómo me desconcierta que la presidenta Sheinbaum ahora le dé lecciones de administración de empresas a Nissan, supongo que pensando que ella sabe más de su negocio que el CEO y el consejo de administración en Japón.

Las razones por las cuales pienso que este razonamiento o línea argumentativa es ociosa, en el mejor de los casos, y contraproducente en el peor de ellos, son las siguientes. En primer lugar, el gobierno de Estados Unidos tiene a su alcance instrumentos econométricos, análisis macroeconómicos, investigaciones económicas profundas y detalladas de economistas del sector público y de las universidades privadas que le aportan toda la información necesaria sobre las consecuencias de tal o cual medida de política comercial, en este caso. Todo esto que las autoridades mexicanas muestran en las mañaneras, o que Sheinbaum proclama a diestra y siniestra en los pueblos más recónditos del País, es muy conocido por el gobierno de los Estados Unidos. No necesitan ni a los muy buenos economistas mexicanos, formados en las mismas universidades que los norteamericanos, ni a los funcionarios región 6 de algunas dependencias mexicanas para que les dicten cátedra.

Si Trump y sus asesores, como Peter Navarro, o antes Robert Lighthizer, y muchos más, no hacen caso a todas las sugerencias e insistencias de economistas norteamericanos, es porque no están de acuerdo, no porque ignoren las tesis de sus especialistas. Las conocen y simplemente no las comparten. En todo caso, allá ellos.

Una segunda razón que me hace dudar de la eficacia de este método didáctico o discursivo es que normalmente a los norteamericanos les choca que uno los sermonee. Toda actitud paternalista o condescendiente con ellos suele ser rechazada o volverse objeto de silencio indignado o indiferente. A ningún gobierno le complace que sus pares le “expliquen” -no sé cómo se traduciría el mansplaining del feminismo norteamericano al lenguaje geopolítico mexicano; podría ser mexplaining-. Pero en todo caso, un poco más de medio siglo de conocer bien a los norteamericanos, de estudiarlos, analizarlos, vivir entre ellos, dar clases sobre ellos en Estados Unidos y fuera de ese país, me ha llevado a pensar que este no es un método propicio para lograr el convencimiento de los estadounidenses.

En tercer lugar, la argumentación de la 4T refleja el resentimiento y los complejos de muchos mexicanos, como lo señala justamente el dicho mencionado al principio de esta nota. Sí, nos va a ir mal a nosotros, pero a ellos también. En realidad, debiera tratarse de que si les va bien o mal a ellos es muy su asunto; al gobierno de México le pagamos para que intente que nos vaya bien a nosotros o, que en todo caso, no nos vaya tan mal. Las consecuencias de tal o cual decisión por parte de otro país -Estados Unidos, Cuba, Rusia, China- debieran resultarnos intramuscular. Nos debiera dar enteramente igual si les conviene o no les conviene una decisión u otra, a un país u otro.

De la misma manera que seguramente reaccionaría el gobierno de Claudia Sheinbaum con irritación o enojo si Trump un buen día le dijera: “Oye, a México no le conviene esto o lo otro”. Ella le respondería posiblemente que ese no es asunto suyo, y que en todo caso los mexicanos sabemos muy bien que nos conviene o no. Y sin embargo este discurso domina claramente todas las respuestas mexicanas a las agresiones de Trump.

No digo que sea fácil encontrar una retórica eficaz y aceptable para México frente a Trump. Todos los países del mundo se encuentran hoy buscando cómo hacerle. Algunos tal vez se vean más afectados que nosotros por las barbaridades del nuevo ocupante de la Casa Blanca, pero son pocos. Por eso quizás convendría consultar a fuentes confiables, conocedoras y amigas de México en Estados Unidos sobre cuál podría ser un discurso más eficaz. Este, creo yo por lo menos, que no soy ni una fuente confiable ni conocedora, pero sí amiga de México, no lo es.

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