Al ladrón
AMLO no barrió la escalera de arriba a abajo. No fortaleció el andamiaje institucional para prevenir o investigar o sancionar la corrupción.
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Denise Dresser
“Al ladrón”, gritan los ladrones. “Tras ellos”, vociferan los verdaderos bandidos. Así llegó Morena al poder y así se comporta ejerciéndolo. López Obrador usó la corrupción como plataforma para propinarse la Presidencia, y Claudia Sheinbaum la sigue denunciando. Pero siempre es la de los otros: La del PRI, la del PAN, la de los neoliberales, la de los ladronzuelos del pasado. Pero no se habla ni se admite la cleptomanía cuatroteísta. El patrimonialismo con el cual se distribuye el presupuesto, la opacidad con la cual se asignan contratos, el enriquecimiento de la nueva élite y el capitalismo de cuates que sólo cambia de manos. O sólo pasa por las mismas de siempre, las de Carlos Slim. Por ello no sorprende que México haya recibido su peor evaluación en el índice de percepción de corrupción elaborado por Transparencia Internacional. En el pasado ya estábamos reprobados; en el presente incluso cayó nuestra calificación.
AMLO no barrió la escalera de arriba a abajo. No fortaleció el andamiaje institucional para prevenir o investigar o sancionar la corrupción. No tocó a los suyos parados sobre peldaños cada vez más sucios. Lo que sí hizo fue engañar agitando el pañuelo blanco, anunciando que la corrupción había acabado, anulando las facultades del Congreso para actuar como contrapeso, y colonizando a la Auditoría Superior de la Federación para que tapara las trapacería de su Gobierno. En la misma tónica, Sheinbaum ahora arropa a Cuitláhuac García, afilia a Rubén Rocha, y abriga a Cuauhtémoc Blanco mientras elimina instituciones como el INAI que -al mínimo- permitían documentar lo que está pasando. La Presidenta presume la transparencia pero perpetúa el pacto de impunidad. Hoy estamos en el lugar 26 de 100 puntos en la calificación de corrupción, por debajo de Chile, Argentina, Perú, Brasil y Colombia, Bolivia y El Salvador, y apenas por encima de Guatemala, Paraguay y Honduras. El morenismo se convirtió en lo que tanto criticaba: La cueva de Alí Babá y los 40 ladrones. Un Gobierno que distribuye el botín mientras acusa a otros de habérselo embolsado.
Y calla cuando le conviene. Hace unos días EmeEquis reportó cómo el secretario de Movilidad del Estado de México, Daniel Sibaja González, y otros funcionarios del Gobierno de Delfina Gómez han armado una red de corrupción que encarga obras con sobrecostos de hasta el 21.9%, para así apropiarse de recursos públicos. Otra vez el esquema de los moches panistas, pero ahora cobrados por Morena. La semana pasada salió a la luz que KEI Partners, la empresa que supuestamente ha empleado a José Ramón López Beltrán, no ha concretado avances en su desarrollo Royal Pines tras cinco años y no hay evidencia de la supuesta “asesoría” del hijo del Presidente. Otra vez la Casa Blanca/Casa Gris y con qué recursos se compraron. Recientemente Reforma evidenció cómo Rocío Nahle le otorgó contratos por adjudicación directa a Construcciones y Reparaciones del Sur para la nivelación de terrenos en Dos Bocas, pero le pagó más del precio acordado. Otra vez el Gobierno beneficia a empresarios cercanos, y abre nuevas ventanillas para la corrupción. El patrón se repite, sexenio tras sexenio.
La diferencia con gobiernos anteriores es el control narrativo y la popularidad de la 4T. Si antes la corrupción manchaba a los mandatarios, producía una condena pública y tenía consecuencias electorales, ahora no. Porque la oposición reprueba lo mismo en lo cual incurrió cuando estaba en el poder, y no puede capitalizar políticamente la corrupción actual. Porque gran parte de la población sigue evaluando al Gobierno por sus intenciones y no por sus resultados. Porque la prensa ha sido vilipendiada de tal manera por el Gobierno que la falta de credibilidad del mensajero merma el impacto del mensaje. A pesar del lodazal que rodea a sus miembros, la 4T presume su aura de honestidad y logra salirse con la suya, al menos por el momento.
Claudia Sheinbaum -como AMLO- se esconde detrás de la retórica. “Hubo un cambio de régimen, del régimen de la corrupción y privilegios al régimen de la honestidad”. “Estamos investigando”. “Predicamos con el ejemplo y no creemos en los privilegios”. Mentiras totales. El robo continúa, el pillaje y los privilegios prevalecen, el enriquecimiento privado con bienes públicos prosigue. Pero como declaró Pedro Haces, los nuevos ladrones tienen “la cola chiquita”. O así nos quieren hacer creer.
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