Dos clases de delincuentes
Si de México se trata, su soberanía es anulada desde el exterior por el grotesco, simiesco y truhanesco Trump, y en lo interno por dos clases de delincuentes: Los del crimen organizado, que señorean sobre vastas regiones del País, y los de la 4T, que anulan la soberanía del Estado violando sus leyes, destruyendo sus instituciones y convirtiendo a la República en propiedad particular de un demagogo cuyos dictados sigue acatando la señora a quien entregó el bastón, pero no el mando.
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El Ensalivadero es un umbrío y solitario paraje en las afueras de la ciudad al que acuden por la noche en sus vehículos las parejitas en plan húmedo. Ahí, en el asiento trasero del coche, le dijo apasionadamente Dromelio a Odalicia: “¡Antes de conocerte mi vida era un desierto! ¡Tú has hecho de ella un oasis!”. “Eres muy amable -agradeció ella-. Pero eso no te autoriza a pujar como camello”.
(Nota. Los pujidos de Dromelio, en compás de 3 por 4, hacían que perdieran su propio ritmo las demás parejas).
Hago mías las palabras que hizo suyas el poeta de Jerez: “No tengo miedo de morir, porque probé de todo un poco”. Fui, como dicen, aprendiz de todo y oficial de nada. Me convocaron muchas vocaciones, excepción hecha de las que tienen relación con el poder: Nunca quise ser político, militar ni cura. Ahora sé que mi más vocativa vocación fue la de maestro. Acudí al aula por más de medio siglo, hasta que sin darme cuenta pasé de la edad de la pasión a la edad de la pensión.
Mis cuatro lectores me perdonarán que hable de mí mismo, pese a ser yo el tema que conozco menos, pero viene a cuento ese abuso autobiográfico para decir que en la Facultad de Derecho de mi Universidad, la de Coahuila, profesé por largos y deleitosos años la cátedra de Teoría General del Estado. Ahí hablé de la soberanía, concepto ideal que, ahora entiendo, es sólo una entelequia.
Un momentito, por favor. Voy a ver qué es eso de “entelequia”. Define el diccionario: “Cosa irreal”. Si de México se trata, su soberanía es anulada desde el exterior por el grotesco, simiesco y truhanesco Trump, y en lo interno por dos clases de delincuentes: Los del crimen organizado, que señorean sobre vastas regiones del País, y los de la 4T, que anulan la soberanía del Estado violando sus leyes, destruyendo sus instituciones y convirtiendo a la República en propiedad particular de un demagogo cuyos dictados sigue acatando la señora a quien entregó el bastón, pero no el mando.
Por eso nada puede hacer México, aparte de emitir protestas tibias, contra las ilegales incursiones de los drones gringos y los aviones espías norteamericanos sobre el territorio nacional, y menos aún podrá hacer si la locura se le sube aún más a Trump y decide convertir en terrestre esa invasión aérea. ¿Soberanía? ¡Bah! Digamos mejor “carabina de Ambrosio”.
El relato final de esta columna es marcadamente sicalíptico. En una escala de sicalipsis del 0 al 10 su calificación sería de 14. Así, su lectura no se recomienda a personas de moral estricta. En vez de leer ese cuento pídanle a alguien que se los lea. N
oche de bodas. En el tálamo nupcial el desmañado novio se lanzó sin más sobre su desposada a fin de consumar la unión matrimonial. Poco experto en cuestiones de recámara no sabía que el acto del amor, a fin de ser grato para quienes en él tienen participación, debe estar precedido por acciones de erotismo -caricias, besos, palabras incitantesque pongan a la pareja en aptitud de disfrutar por igual la entrega mutua. Ese preludio es lo que en inglés se llama foreplay, el cual antecede al performance propiamente dicho. Lo recomiendan sexólogos tan destacados como Masters y Johnson, Reuben, Comfort y otros. Pero advierto que me alejo de un relato que apenas comencé.
Cuando el impetuoso galán se precipitó como gañán ignaro sobre la recién casada ella lo detuvo. Le pidió: “Antes de proceder dime algunas palabras cariñosas”. El hombre, macho chapado a la antigua, mostró con actitud grosera su entrepierna y declaró, altanero: “Yo hablo con esto”. Observó aquella parte la avispada chica y comentó: “Ah. Veo que eres hombre de pocas palabras”. (No le entendí). FIN.
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