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El segundo piso de la 4T demostraría que el proyecto de Nación de Morena podía ser compatible con una época de prosperidad y alto crecimiento económico.

Jorge  Zepeda

Si el sexenio de López Obrador tuvo el infortunio de padecer una devastadora pandemia, el de Claudia Sheinbaum sufrirá el tsunami que representa Donald Trump. Quién sabe cuál sea peor.

Durante la primera 4T el Covid provocó un desplome de 8.4% en el PIB de 2020, daños estructurales a la economía y condenó al sexenio a un raquítico crecimiento de menos de 1% promedio anual, el más bajo en varias décadas.

Y tampoco es que viviéramos en Jauja: En los tres sexenios anteriores (2000 a 2018) el País creció apenas a 2.1% anual por año en promedio; es decir, un ritmo que apenas supera el estancamiento, considerando que el crecimiento de la población durante esos años era mayor a 1%.

¿Cuánto habría crecido la economía con López Obrador sin el efecto pandemia? Imposible saberlo, pero es probable que hubiera sido muy parecido al que experimentó el País con Fox, Calderón y Peña Nieto, en torno a ese mediocre 2%.

Ciertamente con López Obrador hubo un cambio cualitativo en la manera en que ese crecimiento se distribuyó entre la población y las regiones, gracias a la mejoría del poder adquisitivo de lo sectores populares y a las inversiones en el Sureste. Pero se trata de cambios moderados muy lejanos del vuelco que se propone en favor de las mayorías.

Resultó evidente que, mientras no haya una generación de riqueza significativa, es muy poco el pastel a repartir. Claudia Sheinbaum entendió que la verdadera prosperidad de los mexicanos dejados atrás sólo puede asegurarse con una economía en expansión que sea capaz de generar los millones de empleos dignos que requiere un pueblo mal pagado. 54% de la población activa sigue trabajando en el sector informal, muestra inequívoca de que el sistema ha sido incapaz de proporcionar un empleo aceptable para la mayoría de los ciudadanos.

No es de extrañar la enorme atención y energía invertida por la Presidenta y su equipo para concitar el interés de los empresarios y activar la inversión. El llamado “nearshoring” o relocalización de empresas destinadas a producir para el mercado estadounidense, se suponía, iba a ser la vía para propiciar un nuevo impulso a nuestra atribulada economía.

El segundo piso de la 4T demostraría que el proyecto de Nación de Morena podía ser compatible con una época de prosperidad y alto crecimiento económico. El fenómeno Trump cambia todo ello. En este momento ya no hablamos de las nuevas empresas que traerá la relocalización, hablamos más bien de cómo impedir que las tarifas y la presión de la Casa Blanca no provoquen una desbandada de las industrias que ya están instaladas.

No es sencillo determinar en qué va a acabar la volátil y estruendosa colección de alardes y amenazas de parte de Trump en lo que atañe a nuestro país. Un día hay una señal tranquilizante, seguida por dos días de espanto. Por lo pronto la incertidumbre, el peor de los ingredientes para efectos de un clima favorable a las inversiones, ya ha provocado daños para este 2025.

¿Qué esperar en medio de esta montaña rusa? ¿Dónde situarse para evitar actitudes catastrofistas que provoquen una depresión auto infligida y, al mismo tiempo, no ser negligentes o pasivos frente a los riesgos que afrontamos?

Me parece que grosso modo habría tres posibles escenarios. Por un lado, el positivo. No es descartable que al final se imponga en Trump la necesidad de competir con China y que, frente a la imposibilidad de producir a precios competitivos lo que compra del país asiático, Estados Unidos entienda que la única posibilidad es hacerlos en México. iPhones, juguetes, plásticos, muebles, calzado y ropa de vestir y fases de la producción electrónica, línea blanca e industria pesada intensivas en mano de obra. Sea una política deliberada o simplemente tolerada, eso reinstalaría la noción de la relocalización, directamente orientada a neutralizar las importaciones del Sudeste asiático.

En el otro extremo estaría el escenario más pesimista. Un aumento tarifario a la industria automotriz, a la agroexportación y en general a las cadenas productivas integradas a la economía estadounidense. Según especialistas, en el peor de los casos eso provocaría un daño estructural que nos condenaría a una recesión prolongada. De ser así, el sexenio de Sheinbaum quedaría condenado a una actitud defensiva para paliar la tragedia y comenzar el lento y trabajoso proceso de alinear las estructuras productivas al mercado interno. Un escenario hostil en el que el éxito de Sheinbaum no se mediría en términos de crecimiento, sino de habilidad para atenuar la caída.

Y luego está el escenario intermedio, que francamente es el que considero más probable. Cuatro años de muchos amagos, algunos raspones y descalabros temporales, pero en general de crisis conjuradas una y otra vez, lo cual mantendría el estatus quo del aparato productivo. Entendamos que Trump mismo está sujeto a muchas presiones de los intereses en juego, algunos de ellos poderosamente vinculados a la integración de los tres países firmantes del TLC. Ganará una y perderá otras.

En muchas se contentará con festejar aparentes triunfos sin que hayan cambiado las actuales inercias. De darse este probable escenario las perspectivas económicas serían las de un periodo de vacas flacas, aunque tampoco desastrosas. Tasas de crecimiento entre 1 y 2% anual si logramos sortear las crisis y entre 0 y 1 si proliferan los raspones.

¿Qué significa eso? Un segundo piso de la 4T modesto, en el que los mayores méritos serían cualitativos, no cuantitativos. Sheinbaum tendría que limitar sus aspiraciones; que pasarían de plantearse un salto drástico, a concentrarse en la modernización de la administración pública, al ordenamiento institucional y a una vuelta de tuerca adicional para asegurar las premisas del proyecto social y político de Morena. Tampoco es poco mérito mantener la línea de flotación en medio de la tormenta. Pero se verá obligada a escoger muy bien las batallas, las políticas públicas y los objetivos, porque serán tiempos de apremio y de recursos limitados. Quizá una oportunidad para repensar la ruta a seguir en un mundo que, definitivamente, ya ha cambiado.

Jorge Zepeda Patterson es economista y sociólogo.

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