¿Estadista?
Trump no reculó por cariño a Sheinbaum. La razón detrás de la posposición de aranceles tiene que ver con el colapso de la Bolsa estadounidense.

Denise Dresser
“Una estadista”. “La que mejor le susurra en el oído a Donald Trump”. “Una líder a escala mundial”. Así los halagos a Claudia Sheinbaum en estos tiempos. Así las palabras rindiéndole pleitesía a la Presidenta. Aunque es loable la cabeza fría que le ha comprado tiempo ante las amenazas de Trump, el País merece un análisis menos apoteósico. Detrás de la popularidad personal y el aclamo partidista hay realidades inescapables. La espada de Damocles que el trumpismo blande sobre nuestro cuello no ha desaparecido. La desaceleración económica y la crisis de las finanzas públicas continúan. La reforma judicial con la cual el Gobierno dañará al País prosigue sin freno. Antes de alzar a Claudia Sheinbaum en hombros habría que resaltar lo que una verdadera estadista no ignoraría.
La prócer del patriotismo entregó a 29 criminales a Estados Unidos, pero vía un proceso de dudosa legalidad, y negando que fuera a petición de la Casa Blanca. La defensora de la soberanía ha permitido que aviones espía y drones estadounidenses sobrevuelen territorio mexicano, sin aclarar si fue notificada de antemano. La promotora de la paz envió a 10,000 miembros de la Guardia Nacional a militarizar la frontera tal y como lo hiciera López Obrador. Quien presume la nueva “colaboración” con Estados Unidos no ha logrado obtener un solo pronunciamiento sobre cómo ese país controlará el tráfico de armas. Y la diplomática más sagaz del mundo obtuvo para México exactamente lo mismo que Trump le concedió a Canadá. Ella presume el trato especial, pero el resultado fue el mismo. Sólo que el Gobierno canadiense sí tiene un Plan B y un Plan C que le comunica a diario a su población. A nosotros sólo nos toca un mitin partidista, disfrazado de “asamblea informativa”, donde la Presidenta vuelve a impulsar la decisión más autodestructiva de su Gobierno.
Trump no reculó por cariño a Sheinbaum. La razón detrás de la posposición de aranceles tiene que ver con el colapso de la Bolsa estadounidense. Tiene que ver con la fantasía trumpista de relocalizar a la industria manufacturera a Estados Unidos. Así como le guiñó el ojo a la mandataria mexicana, mañana podría darle un toletazo como lo hizo con Zelensky. Y lamentablemente, seis años de lopezobradorismo han producido perjuicios por los cuales pagaremos un precio muy alto. Una verdadera estadista no presumiría la “elección democrática de jueces” porque entendería cuántas balas le está disparando en el pie a México. La bala de boletas electorales incomprensibles. La bala de un proceso de selección partidizado y desaseado. La bala de la infiltración criminal de los juzgados y sus decisiones. Una verdadera estadista habría destruido la pistola que le pasó su predecesor, en lugar de convertirla en ametralladora.
Trump es un peligro para la economía y la soberanía, pero Sheinbaum no logra fortalecer ni una cosa ni la otra. Entrega a un cúmulo de criminales, pero deja intocados a los de su propio partido. Propone el Plan México, pero promueve la captura política del Poder Judicial que alienará la inversión ansiada para detonar el mercado interno. Reitera cuán soberanos somos, mientras negocia concesiones y hace ofrendas a Trump a nuestras espaldas. Aun sin aranceles, las perspectivas para el País son sombrías para cualquiera que mire más allá de la mañanera. Por el crematorio de dinero en el cual se han convertido Pemex, la CFE, el AIFA, Dos Bocas y el Tren Maya. La corrupción sistémica que Morena no combatió. La narcocriminalidad que AMLO abrazó y Sheinbaum no logra abatir. La democracia electoral erradicada y sustituida por un régimen sin reglas, sin contenciones, sin contrapesos, sin constitucionalidad.
Frente a eso, la etiqueta de estadista es inmerecida. Es exagerada. Es una exaltación que entraña el peligro de menospreciar los problemas que Sheinbaum enfrenta y muchas veces evade. Una política tiene la mira puesta en la siguiente elección; una estadista en la próxima generación. Una política actúa a favor de su partido; una estadista piensa primero en su país. Una política le dice al pueblo lo que quiere oír; una estadista le dice a la ciudadanía lo que necesita saber. Una política cree que el patriotismo implica envolverse en la bandera nacional, aunque debajo del estandarte ocurra lo indefendible. Una estadista alza la bandera en nombre de todas y no sólo de las que llegaron -detrás de las vallas- con ella.
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