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“Abrazos y no balazos” y el caso Teuchitlán

Fácil resulta atribuir ese infierno mexicano a la ridícula y al mismo tiempo trágica política de “abrazos, no balazos”, invento desdichado, igual que muchos otros, del nefasto López Obrador

. Catón

Hay diferencia entre miedo y pánico. Miedo es cuando tu esposa te dice que está embarazada. Pánico es cuando te lo dice tu secretaria.

Miedo es la primera vez que no puedes la segunda vez. Pánico es la segunda vez que no puedes la primera vez.

En estos días me pregunto qué diferencia hay entre terror y horror, y en cuál de esos dos ámbitos vivimos los mexicanos. Planteo la pregunta por el terrible, horrible hallazgo del rancho Teuchitlán, Jalisco, un lugar de exterminio mantenido durante años por el crimen organizado sin que las autoridades locales se percataran de su existencia, cosa difícil de creer.

Comparado en la debida proporción con los hornos crematorios del execrable nazismo hitleriano, tal sitio no fue encontrado por el Ejército, la Marina, la Guardia Nacional o las corporaciones policíacas del Estado o el Municipio, sino por un grupo de ciudadanos dedicados a la búsqueda de personas desparecidas.

La noticia acerca de ese espantoso sitio dio la vuelta al mundo -imagino que en ambas direcciones-, y ha fortalecido la idea que en lo internacional se tiene de nuestro País, considerado uno de los más violentos, bárbaros y peligrosos lugares del planeta.

Resulta una triste paradoja que el toponímico “Teuchtilán” -originalmente “Teotzintlan”- signifique en su procedencia náhuatl “lugar dedicado a la divinidad” o sea a Dios. Fácil resulta atribuir ese infierno mexicano a la ridícula y al mismo tiempo trágica política de “abrazos, no balazos”, invento desdichado, igual que muchos otros, del nefasto López Obrador, pero no se alejará de la verdad quien haga tal atribución, pues el cacique de la 4T entregó a los criminales el dominio de extensas zonas del territorio nacional, y trató a los delincuentes con la permisiva actitud de un padre que consiente los desmanes de sus traviesos hijos.

Así, los capos de las bandas pudieron hacer y deshacer a su antojo, mientras los encargados de combatirlos estaban administrando aduanas, aeropuertos, trenes, centros turísticos y otros negocios ajenos a su oficio pero no a su beneficio, y eso sin rendir cuentas a nadie de sus manejos pecuniarios, por aquello, sabe usted, de la seguridad nacional.

AMLO puso a México al margen de las leyes y las instituciones, y es una pena que su sucesora cohoneste, e incluso alabe, uno de sus mayores crímenes, la de la reforma judicial, que dará al traste con el último reducto de la juridicidad, el ejercicio democrático y la división de poderes en el País.

Renuevo la pregunta: ¿Vivimos en el horror o en el terror? Quizá la respuesta tendrá que ser: En ambas partes vivimos. ¡Uta!...

El maduro señor sintió que tenía izada, al menos a media asta, la oriflama de su varonía. Ante tan venturoso y poco frecuente acontecimiento le solicitó a su esposa la realización del acto connubial. Le dijo ella: “Espera a que se duerma mi mamá”. Y es que la suegra estaba de visita en la casa de su hija, visita que duraba ya catorce años, siete meses, 18 días y cinco horas, según la cuenta llevada por el yerno. Finalmente se oyeron los ronquidos de la doña. El ansioso marido renovó su petición. Ahora objetó la esposa: “Espera a que se duerma el niño”. Transcurrió un rato y el pequeño se durmió. “A’i te voy” -anunció el señor. Opuso la señora: “Espera a que se duerma la niña”. Pasado un cuarto de hora la chiquitina se entregó al sueño. “Ahora sí” -concedió finalmente la mujer. Generosa concesión era ésa si se toma en cuenta que la ciudad aún no se dormía. “Demasiado tarde -suspiró el señor, desconsolado-. Con tanta espera lo mío también ya se durmió”. FIN.

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