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Duele mi País

Me duele este País de fosas, de calcinados, de fragmentos de hueso, de cuerpos sin nombre, de 50,000 cadáveres sin identificar por la falta de capacidad forense, mientras se queman recursos en obras faraónicas e inservibles.

Denise Dresser

Me duele mi País. Me duele que Claudia Sheinbaum baile sonriente luego de Teuchitlán. Me duele que parezca más preocupada por proteger a AMLO que por los más de 118 mil desaparecidos. Me duele que no haya tenido tiempo ni ganas para reunirse con las madres buscadoras. Me duele que el Estado incompetente obligue a tantas familias a hacer sus propias investigaciones, a rascar la tierra, a pedir prestadas retroexcavadoras, a cargar con picos y palas para encontrar a los suyos. Me duele que quienes buscan a mujeres u hombres ausentes encuentren mutismo y huesos en el desierto y fosas comunes y centros de adiestramiento y crematorios clandestinos.

Me duele marchar -desde hace casi 20 años- al lado de quienes cargan rostros en una pancarta. Me duele que tantos mexicanos y mexicanas se hayan vuelto desechables, anónimos. Me duele que durante su sexenio, Felipe Calderón cerró los ojos y se lavó las manos y habló de “daños colaterales”. Me duele cuando el Estado criminaliza a los desaparecidos, atribuyéndoles una “doble vida” por colusión con el crimen organizado. Me duele que la juventud de México sea secuestrada, torturada o asesinada por negarse a trabajar para el narcotráfico. Me duele que la Guardia Nacional haya ingresado al rancho y que nadie en las fuerzas armadas haya actuado, a raíz de la encomienda de “abrazos, no balazos” ordenada por AMLO. Me duele que la comentocracia oficialista celebre la reducción de la tasa de homicidios e ignore el crecimiento de las desapariciones. Me duele la pila del horror: Los tenis y los zapatos y las mochilas del Partido Verde y la ropa de mujer encontrada en ese centro de entrenamiento y exterminio.

Me duelen Enrique Alfaro, Pablo Lemus, Alejandro Gertz y Claudia Sheinbaum, acusándose los unos a los otros, partidizando y politizando una tragedia nacional, colectiva. Me duele que después del cateo de la Fiscalía Estatal de Jalisco y la Guardia Nacional de ese rancho en septiembre de 2024, y luego de la aprehensión de 10 personas, aún no hay claridad sobre quién sabía qué y quién guardó silencio. Me duele que ni el CNI ni la Sedena ni la Guardia Nacional ni la Secretaría de Seguridad ni el gabinete de Seguridad han querido encarar el tema de las desapariciones. Me duelen los funcionarios cómplices o indolentes a nivel municipal, estatal y federal durante los gobiernos de López Obrador, Peña Nieto y Calderón; años en los cuales la desaparición forzosa no fue investigada de oficio ni de forma inmediata. Me duele el patrón maligno derivado de la falta de mecanismos, protocolos, y recursos para lidiar con una catástrofe que ya no podemos ignorar, documentada año tras año por Amnistía Internacional, Human Rights Watch, el Centro Prodh, Data Cívica, y periodistas valientes como Marcela Turati.

Me duele una historia transexenal de deudas y dudas, criminales y cómplices, corazones destrozados y atrocidades innegables, ya que el número de desapariciones crece de manera exponencial desde el inicio de la “guerra contra el narcotráfico” declarada por Calderón. Me duele que López Obrador haya desmantelado -en los hechos- a la Comisión Nacional de Búsqueda porque le molestaban las cifras, y mandó a hacer su propio “censo” para rasurar el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas. Me duele que según la organización “A dónde van los desaparecidos”, el problema se ha agravado en los primeros 100 días del Gobierno de Sheinbaum, ya que se han registrado en promedio 40 desapariciones al día; un aumento de 60% en comparación con el sexenio de López Obrador. Me duele que nadie sea llamado a rendir cuentas, no antes ni ahora.

Me duele este País de fosas, de calcinados, de fragmentos de hueso, de cuerpos sin nombre, de 50,000 cadáveres sin identificar por la falta de capacidad forense, mientras se queman recursos en obras faraónicas e inservibles. Me duele que la juventud mexicana está encogiéndose, dado que 75% de los desaparecidos tienen entre 15 y 30 años de edad. Me duele que el Estado mexicano simula, incumple, compra tiempo, evade, posterga, mientras más jóvenes desaparecen y sus madres los buscan desesperadamente. Me duele que el objetivo de la clase política no sea ayudar a las víctimas sino ayudarse a sí mismos, a su partido, a su Gobierno, a su imagen, a su “legado”. Me duele que todo esto no duela más y que México sea el país donde nunca pasa nada. Nada.

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