Prohibir los toros
Estoy convencido de que las corridas de toros irán desapareciendo porque la cultura de la gente está cambiando. La prohibición, sin embargo, es un abuso de la autoridad y sólo llevará a que los taurinos busquen la fiesta en otras entidades.

Las últimas dos veces que he tratado de ver una corrida de toros no he podido; he preferido retirarme para no ver el sufrimiento del astado. Nunca pensé, sin embargo, que esto me daba derecho a exigir la prohibición de la fiesta. Si coincido en algún punto con el ex presidente López Obrador es en el “Prohibido prohibir”.
El problema es que ni los devotos del culto de Andrés Manuel están dispuestos a aceptar esta filosofía. Este 13 de marzo la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, decidió no esperar la discusión que se había prometido en el Congreso capitalino y lanzó la propuesta de prohibir los toros sin prohibirlos. La mayoría morenista adoptó de inmediato la iniciativa, que será votada este 18 de marzo, y la misma presidenta Claudia Sheinbaum expresó su respaldo.
¿Por qué es una prohibición sin prohibición? Porque en lugar de prohibir la fiesta brava, la jefa Brugada establece sus propias reglas, las cuales desnaturalizan el festejo. Sí podrán celebrarse corridas, pero sin lastimar al toro ni matarlo, sin usar banderillas, estoques o puntillas. Las corridas sólo podrán hacerse con capotes y muletas. El tiempo máximo de actuación de un toro o novillo será de 10 minutos y habrá un máximo de seis actuaciones por corrida.
Me dicen los taurinos que las reglas de Brugada sólo revelan su desconocimiento de la fiesta brava. No se puede torear un toro con muleta sin ahormarlo con picas ni avivarlo con banderillas. El propósito de la fiesta brava, por otra parte, es sacrificar al animal. Cambiar las reglas es como permitir el futbol, pero sin goles, o el boxeo, sin golpes.
¿Por qué no simplemente prohibir las corridas? Por esa idea de los políticos de querer quedar bien con todos. La jefa de Gobierno quiere ganarse el voto de los prohibicionistas sin perder el de los taurinos. Para ello inventa una nueva disciplina con reglas que no tienen nada que ver con la fiesta brava.
Mientras prohíbe las corridas, sin embargo, la iniciativa mantiene las peleas de gallos porque dice que tienen “arraigo” en los pueblos originarios. Esto revela no sólo ignorancia sino también el prejuicio cultural de la prohibición. En el México prehispánico no había ni toros ni gallos, pero las corridas se identifican popularmente con la cultura española, tan odiada por López Obrador, y las peleas de gallos con el pueblo bueno y sabio. Esta decisión diferenciada no tiene nada que ver con el maltrato a los animales.
Los antitaurinos me dicen que las corridas son un festejo salvaje. Quizá, pero no más que las peleas de gallos o que la vida de las reses en establos y su muerte en muchos rastros. La diferencia, afirman, es que la carne de las reses sacrificadas en rastros se come, pero también la de los toros de lidia. De hecho, es mucho más digno el sacrificio del toro de lidia, que tiene una vida privilegiada, en un combate con el cuerpo lleno de adrenalina que disminuye el dolor, que la vida confinada de la res común y la muerte en un rastro. Los argumentos que se usan para prohibir las corridas, por otra parte, podrían usarse también para prohibir el sacrificio de reses para consumo humano.
Estoy convencido de que las corridas de toros irán desapareciendo porque la cultura de la gente está cambiando. La prohibición, sin embargo, es un abuso de la autoridad y sólo llevará a que los taurinos busquen la fiesta en otras entidades. Es también ejemplo de inconsistencia de un Gobierno que declara el principio de “Prohibido prohibir” mientras prohíbe toda conducta que no le gusta.
“El duende en los toros adquiere sus acentos más impresionantes porque tiene que luchar, por un lado, con la muerte, que puede destruirlo; y, por otro lado, con la geometría, con la medida, base fundamental de la fiesta”,
— FEDERICO GARCÍA LORCA.
INCERTIDUMBRE
Trump no está promoviendo un nuevo orden económico basado en aranceles. Ofrece un desorden arancelario al aplicar aranceles un día y quitarlos al siguiente, al ponerlos a algunos países y a otros no. Lo único que ha logrado es disparar los índices de incertidumbre.
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