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¿Tienes miedo de conocer la verdad?

Nos aferramos a la idea de que no enfrentar ciertas realidades nos protegerá del dolor. Pero el miedo a la verdad no cambia los hechos. Como le pasó a una amiga muy cercana.

Juan Tonelli

Ahí estaban los resultados del estudio, en un sobre cerrado sobre la mesa. Pasaban los días y seguía sin abrirlo. No era capaz. Era sólo un papel con un informe, pero en su mente, contenía un futuro incierto. Mientras no lo abriera, podría sostener la ilusión de que todo estaba bien. Pero un día tomó conciencia que el miedo a abrirlo era peor que la verdad misma.

Nos aferramos a la idea de que no enfrentar ciertas realidades nos protegerá del dolor. Pero el miedo a la verdad no cambia los hechos. Como le pasó a una amiga muy cercana.

Ella cargaba con un antecedente familiar aterrador: Su tía, su madre y su hermana habían tenido cáncer de mama. Un día, al palparse el pecho, sintió un pequeño bulto. Su corazón se aceleró, el miedo la paralizó. No podía enfrentarlo. Prefirió ignorarlo, intentando convencerse de que desaparecería solo. No lo habló con nadie. Ni siquiera conmigo, su amigo y confidente. Guardó su temor en silencio, atrapada en una espiral de negación. Pasaron los meses, cada día con la sensación de que algo no estaba bien, pero incapaz de verbalizarlo, como si ponerlo en palabras pudiera hacerlo real.

Cuando finalmente reunió el valor para ir al ginecólogo, el bultito ya había duplicado su tamaño. Lo que podría haber sido una intervención sencilla con controles periódicos terminó en una mastectomía seguida de quimioterapia y rayos.

¿Cuántas veces había escuchado sobre la importancia de la detección temprana? Si hasta ella misma había aconsejado a sus sobrinas que se hicieran controles periódicos, que con sus antecedentes no podían dejarse estar. La verdad estuvo presente desde el principio, pero su negación sólo postergó el inevitable sufrimiento de enfrentarla. Pero agravó las cosas.

El de mi amiga es un caso extremo, pero en la vida cotidiana también nos encontramos postergando verdades incómodas.

¿Cuántas veces intuimos que en nuestras relaciones algo no está bien? Puede ser una infidelidad, una mentira o una traición. Sin embargo, preferimos ignorarlo, convencidos de que, si no lo enfrentamos, quizá deje de existir, o duela menos.

Nos tapamos los ojos, como quien está en el cine mirando una película y en las escenas difíciles se cubre la vista, aunque sigue escuchando cada sonido y cada palabra. La historia continúa desarrollándose, con o sin su mirada.

Es fácil verlo y juzgarlo de afuera, pero la negación no siempre es una decisión consciente. Muchas veces, se convierte en un mecanismo de defensa. Intenta protegernos, aunque sea momentáneamente, del impacto de una noticia dura: Una enfermedad, una pérdida, el fin de una relación. Es una forma de darle tiempo a nuestra mente para procesar lo inevitable. Sin embargo, si se prolonga demasiado, puede convertirse en una trampa.

Nos aferramos a excusas, minimizamos los hechos o construimos realidades paralelas para no enfrentar lo que nos duele.

La negación puede darnos un respiro, pero tarde o temprano la verdad nos alcanza, y con frecuencia, agravada.

¿Nos preparamos para la verdad o la evitamos porque nos cuesta? Cada persona tiene su tiempo y su forma de enfrentarla. Algunos necesitan verla de frente, otros la van descubriendo de a poco.

Al final, lo que importa es que nos conozcamos cada vez más profundamente, comprender cómo y cuándo estamos listos.

Como canta Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Postergar la verdad no la elimina; sólo prolonga y potencia el sufrimiento. Enfrentarla requiere coraje, pero también nos libera, o nos previene de situaciones aún más difíciles.

Y tú, ¿qué verdad estás evitando enfrentar?

CV: Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.

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