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Humor dominical

Lejos estoy de ser un moralista. ¿Quién soy yo para que otros me juzguen?

. Catón

“El primero me lo echo sin problema -le dijo un individuo al médico-. El segundo me cuesta más trabajo: Me late muy aprisa el corazón y empiezo a sudar frío. Y el tercero casi no puedo completarlo; siento que me voy a desmayar”. Le aconsejó el facultativo: “Pues deténgase en el primero”. “Imposible, doctor -replicó el tipo-. Vivo en el tercer piso”.

Si no temiera yo incurrir en melodrama diría que doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, es una mujer nacida para sufrir. No gusta de los perros -de niña mordió a uno, y ese suceso la traumó por el resto de su vida-, y sin embargo hace unos días su pequeño hijo metió un perro a la casa. Explicó el chiquillo: “Me siguió hasta aquí, y no tuve corazón para dejarlo en la calle”. “Está bien” -suspiró la señora, resignada. No acabaron ahí sus desventuras. Ayer su casquivano cónyuge introdujo igualmente al domicilio a una fémina de ocupación nocturna cuya cabal descripción haría de este relato un texto sicalíptico. Baste decir que el tetamen de la daifa parecía mascarón de proa de galera oceánica, y que su prominente región glútea dejaba al trasero de la famosa Venus Calipigia reducido a simple planisferio. La vio doña Macalota, pero antes de que pudiera articular palabra le dijo don Chinguetas: “Me siguió hasta aquí, y no tuve corazón para dejarla en la calle”.

Lejos estoy de ser un moralista. ¿Quién soy yo para que otros me juzguen? Opino, sin embargo, que a ese desfachatado señor le cuadran bien dos adjetivos: Cínico y cabr…, a escoger.

El pequeño ciempiés lloraba lastimeramente. “¡Me pegué en una patita!” -le dijo a su mamá. “¿En cuál?” -le preguntó ella. “No puedo decirlo -respondió el hijito entre lágrimas-. Sólo sé contar hasta 10”.

Las damas de la Liga de la Abstinencia visitaron a un señor de 90 años que al llegar a esa edad había declarado que jamás en su vida había probado una gota de licor. Le pidieron que firmara un escrito en el cual manifestaba que su longevidad se debía a su absoluto rechazo del alcohol. Firmándolo estaba el anciano cuando en la habitación vecina se escucharon de repente gritos destemplados, sonoras carcajadas y palabras de grueso calibre dichas con estentórea voz. “¿Qué es eso?” -le preguntó al nonagenario, alarmada, la presidenta de la Liga. Respondió el señor: “Es mi papá. Desde hace más de 50 años se reúne cada semana con sus compañeros de generación, y siempre se emborrachan”.

(Un cierto señor que llegó a los 100 años de edad daba la fórmula para lograr tan larga vida: “Come poquito, bebe vinito y duerme solito”. Cuentan que un hombre de edad ya muy madura llegó a la morada de la eterna bienaventuranza y fue recibido ahí por San Pedro, el portero celestial. El recién llegado le dijo: “Nunca bebí una copa de licor; no me desvelé en compañía de amigos y jamás tuve trato de carne con mujer”. Le preguntó, extrañado, el apóstol de las llaves: “¿Y entonces por qué tardaste tanto en llegar? ¿Qué chin… estabas haciendo allá?”).

La bella y curvilínea domadora de circo no actuaba con tigres o leones: Lo hacía con un feroz cocodrilo que rugía amenazador y al abrir las fauces mostraba sus terribles dientes. Vestida sólo con un brevísimo bikini la escultural mujer se plantaba frente al saurio y le daba tremendos golpes en la cabeza con un tubo de fierro. El cocodrilo, entonces, dejaba sus demostraciones de fiereza y lamía dócilmente el cuerpo de la hermosa domadora. Dirigiéndose al público preguntó la mujer: “¿Hay alguien que se atreva a hacer esto?”. “Sí -respondió un sujeto poniéndose de pie-. Nomás a mí no me dé los tubazos tan fuertes”. FIN.

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