No es Andrea
Para Andrea Chávez, el fin siempre justifica los medios y sus declaraciones lamentablemente lo demuestran.

Denise Dresser
Hay tanto que debería ser admirable de la senadora morenista Andrea Chávez, hoy protagonista de un escándalo de su propia creación. Es articulada, es buena comunicadora, es echada para delante, es joven, es entusiasta. Lástima que esos atributos palidezcan ante todo lo que ha hecho para ganarse el oprobio, dentro y fuera de su partido. Aunque se jacte de representar un “relevo generacional”, en realidad representa la continuidad de la vieja política. Aunque busque erigirse como un nuevo tipo de lideresa, en los hechos emula a quienes históricamente han ascendido al pináculo del poder violando reglas, construyendo clientelas, aceptando favores y acumulando privilegios. Al estilo de Elba Esther Gordillo y otras con tacones temerarios.
Ha logrado convertirse en una las políticas más populares y poderosas en el Congreso y debe juzgársele como tal; como “La Jefa” que manda en el Senado y debe estar expuesta al escrutinio público. De ahí nacen los cuestionamientos en su contra. A nadie le molestaría la trayectoria de Andrea Chávez si no arrastrara tantas irregularidades. A nadie le preocuparía que promocionara su candidatura a la gubernatura de Chihuahua, si lo hiciera dentro de los tiempos marcados por la ley y respetando los lineamientos del INE. A nadie le quitaría el sueño que Andrea Chávez llevara a su familia a un evento político en un avión, si ese avión no le perteneciera al Ejército. A nadie le interesaría la relación que mantiene con diversos líderes de Morena, si eso no despertara preguntas legítimas sobre tráfico de influencias y conflictos de interés. Lo que la senadora presenta como una campaña en su contra es producto de posturas que ella ha asumido, mentiras que ella ha repetido, distorsiones que ella ha diseminado, decisiones que ella ha tomado.
La senadora responderá -como lo ha hecho- que todo es “violencia política de género”, que todo es una conspiración de la derecha, que todo es una embestida de sus enemigos. Los tiene más eso no la exculpa. Andrea Chávez es víctima de facciones dentro de su partido/movimiento, pero también de sí misma. Lleva años acumulando señalamientos; lleva años ignorando preguntas; lleva años intentando evadirlas.
Para Andrea Chávez, el fin siempre justifica los medios y sus declaraciones lamentablemente lo demuestran. Se vale ser corrupto para combatir a los más corruptos. Se vale cometer delitos electorales -disfrazados de “caravanas médicas”- para ganar la elección a su contrincante. Se vale asociarse con quienes enlodan al morenismo, con tal de ser gobernadora de Chihuahua. Pero en este asunto chavista pierde el País. En este tema de aviones usados pero no aclarados, financiamiento aceptado pero no justificado, promoción personal que corre en contra de la legislación electoral, pierde la población. En este revolcadero de relaciones pierde el interés público; un concepto que Andrea Chávez desconoce o rehúye. ¿Dónde estaba el interés público cuando permitió que un empresario que había sido beneficiado por Adán Augusto López le “donara” camiones? No puede presumir manos limpias cuando las extiende para recibir lo que no debería.
Andrea Chávez no alcanza a comprenderlo. Lo más desconcertante de los últimos tiempos no ha sido su victimización, sino su desprecio por las reglas más elementales de la “Cuarta Transformación”: “no mentir, no robar, no traicionar”. Lo más triste no ha sido su martirio frente a México, sino su incapacidad para entender el daño que hace. Se defiende pero no entiende. Porque hay algo fundamental que la morenista pierde de vista: La gran perdedora de sus menjurjes morales no es ella. Su actuación provoca pérdidas más grandes, más profundas, más dañinas que rebasan a la persona y su ambición.
Con Andrea Chávez, la ciudadanía pierde algo más importante: La posibilidad de un verdadero relevo generacional y de género. Morena prometía otra cosa para las jóvenes. Morena iba a empoderar a mujeres sin pretensiones, sin aviones provistos por el Ejército para trasladar a su familia, sin jirafas, sin relaciones inexplicables, sin alianzas inconfesables, sin camionetas blindadas, sin autobuses y espectaculares con su cara pintada y promocionada por todas partes. Como dice Malala, una mujer, una maestra, un libro y una pluma pueden cambiar al mundo. Pero también una mujer, un patrocinador, un avión prestado y unos camiones donados pueden arruinarlo.
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