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El corrido

Ahora se han puesto de moda los llamados “narcocorridos”, en los cuales figuran traficantes de drogas famosos.

. Catón

Se llamaban “corrideros”. Los había, sobre todo, en Tamaulipas. Eran hombres que componían corridos por encargo. A cambio de una paga, exaltaban con su letra y música la figura de alguien que aspiraba a tener esa forma de inmortalidad que da el corrido, cantar de gesta popular. Los clientes de los corrideros eran por lo general gente del hampa -contrabandistas y narcotraficantes- o sus perseguidores, jefes policíacos destacados. El corrido venía a ser una especie de consagración. En cierto pueblo tamaulipeco hubo un enfrentamiento a balazos entre un grupo de hampones y otro de policías. El jefe de éstos hirió de muerte al de los maleantes, que huyeron al verlo caer. Conforme al uso de la época, que no admitía prisioneros, el policía se acercó pistola en mano a rematar al herido, capo famoso en la región. Antes de recibir el tiro de gracia el caído le pidió con su último aliento a quien lo iba a matar: “Jefe: Le encargo que me hagan mi corrido”. En otra ocasión un tipo se presentó ante un corridero y le pidió eso mismo: Que le hiciera su corrido. El compositor lo invitó a sentarse, y le preguntó si sabía lo que cobraba él por hacer un corrido. “Lo sé -respondió el visitante-. Entiendo que cobra usted 30 mil pesos”. “Así es -confirmó el vate-. La mitad por adela -eso quería decir “por adelantado”- y el resto a la entrega del trabajo. ¿Está de acuerdo con esas condiciones?”. “Totalmente -manifestó el sujeto-. Incluso puedo hacerle ahora mismo el primer pago, y en efevo”. Eso de “en efevo” quería decir “en efectivo”. Acordadas las cláusulas del contrato el corridero sacó del cajón de su escritorio una especie de machote o formulario y procedió a recabar los datos personales del solicitante. “Nombre”. “Fulano”. “Lugar de nacimiento”. “Tal”. “¿Es usted narcotraficante?”. “No”. El hombre tachó en su hoja esa profesión. “¿Es contrabandista?”. “Tampoco”. Nueva tacha. “¿Pertenece a la Policía Judicial, o practica alguna otra forma de delincuencia?”. “No”. El compositor se inquietó. Le preguntó al sujeto: “¿Entonces a qué se dedica?”. Le informó el otro: “Tengo una camisería en el centro”. Al oír eso el corridero arrugó en la mano el tal formulario y lo arrojó, desdeñoso, al cesto de la basura. Le dijo al individuo: “Qué corrido ni qué corrido, amigo. Usté no da ni pa’ una pinche cumbia”. El corrido es, lo dijo don Vicente T. Mendoza, una forma de poesía popular semejante a los romances castellanos o a la épica antigua de los rapsodas o aedos. Siempre ha habido corridos dedicados a hombres de violencia. Entre los que alcanzaron mayor difusión estuvo “Juan Charrasqueado”, de Víctor Cordero. En verdad debería ser “Juan charrasqueado”, pues esa palabra designa a quien tiene una cicatriz en el rostro por haber sufrido una herida hecha con charrasca, que es una especie de navaja o faca. Ahora se han puesto de moda los llamados “narcocorridos”, en los cuales figuran traficantes de drogas famosos. Se busca prohibir esas canciones por considerar que incitan a los jóvenes a unirse a las bandas criminales. He aquí un conflicto entre la libertad de expresión y la necesidad de poner freno a una actividad delictiva. Dilema complicado es ése, de no fácil solución. Los personajes violentos calan hondo en la sensibilidad del pueblo. Los casos de John Dillinger o Bonnie y Clyde en Estados Unidos son emblemáticos. En todo caso la educación da mejores resultados que la prohibición. El Estado y las iglesias, con los padres y maestros, pueden evitar con una adecuada orientación que los jóvenes tomen el mal camino trazado por esos corridos, la mayoría de los cuales están para correr. FIN.

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