Viernes de Dolores
La fiesta marca el inicio de la Semana Mayor que tendrá su final el Sábado de Gloria.

BATARERE
Ayer se celebró la solemnidad de la Virgen de los Dolores. Es una fiesta muy antigua y en muchas partes del mundo hispánico se realizan procesiones, con la imagen en andas acompañada por penitentes con túnicas y la cabeza cubierta con máscaras cónicas que los embozan totalmente.
La fiesta marca el inicio de la Semana Mayor que tendrá su final el Sábado de Gloria. Después del Concilio Vaticano II, la conmemoración se trasladó al 15 de septiembre en el calendario litúrgico. Pero en muchas regiones y comunidades se sigue celebrando a la Virgen de los Dolores el viernes anterior al Domingo de Ramos. La religiosidad popular ha preferido festejarla como la tradición la ha perfilado, que una cosa es la tutela que viene de Roma, y otra los usos y costumbres arraigados en barrios y comunidades de España y Latinoamérica. Hay que reconocer que la Iglesia sigue apreciando la piedad popular que se muestra en las procesiones y ceremonias que tienen lugar en esta fecha. Es parte de un importante patrimonio cultural e identitario que no hay que desdeñar.
En mi familia materna el nombre de Dolores se repite en las sucesivas generaciones. Daniel, mi primo, acucioso investigador de nuestra genealogía, me ha proporcionado los datos y la información detallada sobre nuestra ascendencia. Se lo agradezco. Mi tatarabuelo José Vicente Teodosio Vélez de Escalante, vaya nombres que se estilaban en aquellos tiempos, casó con la señora Carmen Montijo y Arvizu en 1856. Tuvo ocho hijos, enviudó y volvió a casarse en 1868, con doña María Dolores Peralta Cruz con la que tuvo otros 13 críos; don Vicente parecía dispuesto a poblar Sonora y alrededores con sus descendientes. La primera hija de su segundo matrimonio fue bautizada como María Dolores Escalante Peralta, fue mi bisabuela, a la que le tocó, con los años, asistir a la cría y educación de sus doce hermanos y hermanas. En esta segunda camada de descendientes del tatarabuelo, algunos comenzaron a prescindir del apellido Vélez, o usarlo solamente como V. Escalante.
Cuando mi bisabuela tenía diez años nació una hermana que fue un poco su tocaya: Ana Dolores V. Escalante Peralta, quien casó con un señor estadounidense de apellido Marburg y tuvo una hija, nieta y bisnieta llamadas también Dolores. Ana Dolores V. Escalante falleció a los 34 años de edad.
Mi bisabuela, a quien traté en mi niñez, pasó de los 90 años en una ancianidad apacible y tranquila, acompañada de sus hijas e hijos, todos Noriega V. Escalante, pues se había casado con el Dr. Alberto G. Noriega, con nombre de calle, a fines del siglo XIX. A inicios del siglo XX ya llevábamos, en nuestra familia, por lo menos cuatro mujeres con el nombre de Dolores: Mi tatarabuela, mi bisabuela y su hermana, y la hija de Ana Dolores.
Fruto del matrimonio G. Noriega y V. Escalante fue mi tía abuela, Lolita G. Noriega, esposa del tío Alfonso González de la dinastía de El Saucito, y luego mi abuela, doña Laura G. Noriega V. Escalante, que casó con un hijo de inmigrantes irlandeses, José Santiago Healy Brennan, que fue reportero en la capital, y cubrió la revolución. En algún momento se unió a las tropas de Venustiano Carranza con quien arribó a Sonora. Aquí se enamoró de Laura G. Noriega, con quien se casó y tuvo tres hijos: Mi madre, María Laura, el tío José Alberto y Dolores, que murió al inicio de la adolescencia, la octava de ese nombre entre los descendientes de don Vicente Vélez Escalante. Mis tíos, Silvia y José Alberto nos dieron a la prima Dolores; y mi primo José, a una sobrina: María Dolores.
Ahora, en el siglo XXI, contamos desde 1856, un lapso de 169 años, con diez damas descendientes de don José Vicente Teodosio Vélez de Escalante, que comparten el nombre: Mi tatarabuela doña Dolores Peralta Cruz debe estar muy satisfecha...
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