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Un Papa diferente

Por múltiples razones Francisco puede ser visto como un Papa renovador y revolucionario, aunque realmente sólo haya llevado a su Iglesia al siglo XX

Genaro  Lozano

Genaro Lozano

La muerte de un Papa invita siempre a la reflexión en torno a su Pontificado, a su legado para la Iglesia Católica y a su huella en el mundo. Francisco fue un Papa diferente, una figura indispensable para su fe, un hombre que dio esperanza a millones, que significó en muchos sentidos un adelanto, un Papa diferente, pero un reformador que se quedó corto en la actualización de su Iglesia.

Francisco fue un Papa diferente. Primero porque fue el primer Pontífice del Sur Global, un Papa del fin del mundo y esa geografía le dio una visión distinta a su liderazgo político. En su reinado, el Papa puso el énfasis en la migración, en los pueblos originarios, en la justicia social, los desplazados y los pobres. En ese sentido, fue un Papa progresista, heredero de la tradición jesuita, y por ello también un Papa distinto, un Papa que significó un enorme contraste con el conservadurismo y el rigor temático de Benedicto XVI.

La visión del Sur de Francisco lo hizo criticar abiertamente al neoliberalismo y a la teoría de la derrama económica. En Evangelii gaudium, su primer exhortación apostólica de 2013, el entonces recién nombrado Papa escribe “esta economía mata… el mercado por sí solo no asegura el desarrollo humano integral”. Y es que su natal Argentina es de los países latinoamericanos, junto con México, que más fuertemente aplicaron las recetas neoliberales de fines de los 80 y 90 y que crearon países mucho más desiguales. Su pertenencia al llamado Sur Global también lo hizo mucho más sensible en temas como el conflicto israelí-palestino. En 2015 reconoció al Estado palestino, fue el primer Pontífice en visitar los territorios palestinos ocupados y dejó claro que apoyaba una Palestina libre, un Estado palestino con plenos derechos.

Francisco fue un Papa diferente, porque incorporó la defensa al medio ambiente en su visión. La encíclica Laudato Si es especialmente importante porque reconoce el calentamiento global como algo causado por la actividad humana, por la “lógica del mercado, el crecimiento infinito y la tecnología sin ética”. Los negacionistas del cambio climático argumentan justo lo contrario, que hay una inteligencia divina que gobierna la naturaleza y que la actividad humana no tiene consecuencias. El llamado de Francisco a cuidar la casa común y a preservar el planeta fue bien recibido por los grupos ambientalistas.

Por múltiples razones Francisco puede ser visto como un Papa renovador y revolucionario, aunque realmente sólo haya llevado a su Iglesia al siglo XX, al adecuarla más al Concilio Vaticano II, de 1962-1965, especialmente en lo referente a la justicia social y al diálogo interreligioso. Sin embargo, Francisco no terminó de actualizar a su Iglesia y dejó varios pendientes, especialmente en lo referente a la diversidad sexual.

Es cierto, como Cardenal de Buenos Aires, cuando estaba en la competencia por ser Papa, se pronunció en contra del matrimonio igualitario, incluso llamándolo una “guerra de Dios”. Fue el Papa al que le tocó ver cómo su Iglesia perdió la batalla en contra del matrimonio civil entre personas del mismo sexo. Del 2013 al 2025, por lo menos 25 países, incluido México, reconocieron el matrimonio igualitario y otros cuantos la identidad de género. La Iglesia Católica tiene una deuda inmensa con las poblaciones de la diversidad sexual. Durante siglos el credo católico ha condenado la homosexualidad. La Biblia habla de abominación y la Iglesia incluso persiguió el llamado “pecado nefando” y la Inquisición quemó en vida a personas por sodomía. Francisco tuvo una postura de tender la mano a las personas LGBT, de permitir que las personas trans y gays pudiesen participar en ceremonias de bautismos y a recibir una bendición.

No soy católico, pero sí voy a extrañar esa visión más humana del papa Francisco. Con su muerte se abre la posibilidad de que llegue un Papa más conservador y que esto repercuta en la persecución de personas LGBT, como sigue ocurriendo en África con el impulso de jerarcas católicos y que el mismo Francisco criticó.