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Y domesticaron a los medios de comunicación

Nuestro País es un ejemplo de lo que ya ha sucedido, sistemas democráticos que fueron quebrándose ante un discurso populista atractivo, lleno de promesas y vaguedades nacionalistas que en principio captan la atención del votante para después desinteresarlo.

Hay gobiernos con una insana fascinación por las dictaduras, algunos provienen de una militancia en la cual siempre demandaban una mayor apertura democrática y se presentaban como respetuosos del orden constitucional y la crítica. Al conquistar el mando, abandonan todo ropaje democrático transformándose en gobiernos voraces que ahogan disidencias y se arman de instrumentos meta constitucionales para convertirse en censores.

El caso de México es similar, el régimen proviene de una mezcla confusa de intereses antes de cualquier ideología, lo mismo un religioso que un comunista formado en las consignas de la Guerra Fría, un mercantilista del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) que un ex líder universitario enemigo del libre mercado. Todo tutelado por un Partido que se asemeja a un culto cesarista, quien se arrodille ante el líder -descendientes y designados-, obedezcan ciegamente y rindan tributo, podrán disfrutar de la prebenda más preciada, la impunidad.

Se identifican con crueles dictaduras o delirios golpistas, consideran a la democracia una mudanza indispensable y al llegar se convierte en un estorbo para su permanencia; se apropian del poder escudándose invariablemente en hipotéticos agravios del pasado integrándose con gobiernos retardatarios que nunca cuestionan, armados de una palabra estropeada por los tiranos: Soberanía. Premisa para enmascarar las destrucciones democráticas y apuntalar un autoritarismo inicial, transformándose en un totalitarismo asfixiante.

No les interesa el futuro, les obsesiona el pasado, sus razones nunca cambian; el mundo se transforma, las democracias progresan y ellos continúan rumiando inciertas ofensas y enfermizas justificaciones.

En México el régimen ha hecho del Estado un patrimonio familiar, gracias a una mayoría espuria avanzan sin contratiempos para apoderarse de todo, se aprueba en comisiones una nueva Ley de Telecomunicaciones que cambia las coordenadas constitucionales. De tener un organismo autónomo que privilegia la competencia y genera recursos, ahora toda resolución y autoridad en el sector se entregará a un empleado del Ejecutivo con las conocidas consecuencias.

Para convalidar este despropósito vuelve a aparecer la palabra soberanía, paradójicamente, no les importa la soberanía alimentaria cuando dejan el campo sin apoyos; no les interesa la soberanía sanitaria cuando llenan las instituciones de salud con médicos cubanos a los que les pagan mejores salarios y prestaciones que a los médicos mexicanos; no apremia la soberanía territorial cuando inmensas regiones del País están en manos del crimen organizado, obligando a los ciudadanos a pagarle contribuciones nulificando al Estado. La soberanía en medios nunca fue su prioridad, se permite que una salvaje dictadura despliegue su canal sin restricciones: Rusia Today, medio prohibido en países democráticos y acusado de ser un mecanismo de desinformación.

Nuestro País es un ejemplo de lo que ya ha sucedido, sistemas democráticos que fueron quebrándose ante un discurso populista atractivo, lleno de promesas y vaguedades nacionalistas que en principio captan la atención del votante para después desinteresarlo.

“Entre los años finales del mandato de Boris Yeltsin y los primeros de Vladimir Putin se volvieron a correr las cortinas: Primero ataron en corto al parlamento, amarraron al sector privado, eliminaron los contrapesos a su poder. Dejaron a la sociedad fuera de la política. Domesticaron a los medios de comunicación”. Xavier Colás, Putinistán. Un país alucinante en manos de un presidente alucinado. 2024.

Las ideologías no importan, lo que les apura es el control, conocen los métodos.

En 1990 Alexander Solzhenitsin, premio Nobel de literatura 1970 lo advirtió: “El comunismo no tiene futuro. Pero su edificio de hormigón no se ha desmoronado. Por eso, en vez de liberarnos debemos de evitar que nos aplasten los escombros”.

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