El Papa inmigrante
¿Dará marcha atrás la Iglesia Católica a los avances del papa Francisco? Espero que no.

Técnicamente, Jorge Mario Bergoglio era un inmigrante. Vivía en un país distinto al que nació. Además, nacido en Buenos Aires, Argentina, era hijo de un inmigrante italiano y de una mujer argentina que tenía raíces en Liguria, Italia. Y todo eso -ser extranjero en Italia y haber nacido en una familia de extranjeros- le dio una sensibilidad especial ante los que se van de su país de origen. Nadie tenía que explicarle lo difícil que es porque él lo vivió. Entendía que ser inmigrante, más que una decisión totalmente racional, es algo que te expulsa de una nación y te atrae de otra. A veces eres de los dos países, y otras de ninguno. Siempre eres un extranjero.
Los abuelos paternos y el padre del Papa que acaba de morir dejaron Italia en 1929, huyendo del caos y el hambre en Europa y buscando una vida mejor en Sudamérica. De hecho, el padre del Pontífice -también llamado Mario Bergoglio- llegó a Argentina como niño. Tras un largo viaje en barco tenía que acostumbrarse a un nuevo país y a un nuevo idioma. Es muy posible que le hablara en italiano a sus cinco hijos (Jorge Mario era el mayor) y eso fue fundamental para que el futuro Papa, ya en el Vaticano, pudiera comunicarse con fluidez -aunque con acento- con otros líderes de la Iglesia Católica. Cuando el papa Francisco hablaba italiano en público nunca se le notaba incómodo. Pero el español era la lengua que realmente dominaba y a la que recurría cuando quería decir algo importante.
Y la usó con libertad “Construyan puentes, no muros” dijo Francisco durante un viaje en febrero del 2016 a Ciudad Juárez, México, al otro lado de la frontera con Estados Unidos. Pero no se quedó ahí. “Quien levanta muros no es cristiano”. Y no le importó meterse en política en un momento en que había una intensa campaña por la presidencia en Estados Unidos y donde existía un candidato llamado Donald Trump quien abogaba por la creación de un gran muro en la frontera con México.
Ese era el momento de las caravanas que venían del Sur y miles de inmigrantes centroamericanos que se amontonaban en la frontera Norte de México para cruzar clandestinamente. El Papa entendía que huían del hambre, de la violencia y, en algunos casos, de la persecución política. Y que quedarse en sus países de origen no era una opción. “Esta tragedia humana que representa la migración forzada
en día es un fenómeno global”, dijo en un discurso. “Esta crisis, que se puede medir en cifras, nosotros queremos medirla por nombres, por historias, por familias”. Claramente, el propósito del Papa era ponerle nombre y apellido a quienes algunos políticos estadounidenses estaban deshumanizando. Y lo hizo en su cara.
Su misión pro-inmigrante se definió al cuarto mes de su pontificado. En julio del 2013, viajó a la pequeña isla italiana de Lampedusa, donde estaban llegando miles de inmigrantes de las costas africanas. Pero muchos morían en endebles embarcaciones en el trayecto a Italia y Grecia -el mar se los tragabay el Papa quería que el mundo supiera sobre esa tragedia. Ahí, en un gesto sencillo, pero bien estudiado, tiró una corona de flores al mar e hizo una pregunta: “¿Quién ha llorado por ellos?”.
Algo que me llama muchísimo la atención es que este Papa, que visitó 68 países en 12 años, nunca regresó a Argentina. Dejó Buenos Aires para ir al cónclave tras el inusual retiro de Benedicto XVI y se quedó. Desde Roma seguía las magias de Lionel Messi y los sube y baja de su equipo, el San Lorenzo. Pero también las pesadillas de la política en Argentina. Basta un ejemplo: Javier Milei, antes de llegar a la presidencia, le llamó al Papa “imbécil” y “representante de lo maligno”.
La realidad es que Francisco nunca quiso que su visita a Argentina se utilizara con fines políticos. Quizás por eso nunca fue. Y la evitó. Pero puede haber otras explicaciones. Como ocurre con muchos inmigrantes, siempre surgen tensiones y resentimientos con el país de origen. El deseo de regresar -ver a tus amigos y familiares, volver a tus rincones, comer lo que más te gusta- a veces se contrapone con una nueva y predominante visión crítica del país que dejaste. Ese regreso a Argentina fue uno de los pendientes que dejó Francisco.
Otros pendientes, esenciales y dolorosos: El que las mujeres no se puedan ordenar como sacerdotes, y que muchos religiosos católicos acusados de abuso sexual de menores sigan libres. Por eso la reticencia de llamarle revolucionario a su papado. Pero sin duda su acercamiento a la comunidad gay y su famosa frase “¿Quién soy yo para juzgar?” abrió un diálogo que, antes de él, estuvo totalmente cerrado.
¿Dará marcha atrás la Iglesia Católica a los avances del papa Francisco? Espero que no. El Papa eligió a 108 de los 135 cardenales que escogerán a su sucesor y, muchos de ellos, al igual que él, vienen de la “periferia”, una palabra -y un concepto- que el Pontífice usaba mucho. Es, al final de cuentas, la huella de un Papa inmigrante.
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