Disputa norteamericana
A lo largo de las cuatro décadas de integración comercial, Canadá ha litigado contra EU y viceversa.
Si uno lee a la mayoría de las y los colegas que escriben sobre política, da la impresión de que México está a punto de romper relaciones con Estados Unidos, de que vamos a enterrar décadas de apertura comercial y que estamos por revivir la era de sustitución de importaciones. Si leemos a algún político de oposición con acceso a medios, el panorama pinta peor. México no sólo está a punto de salirse del T-MEC, sino de revivir la alianza bolivariana.
Del otro lado, los más férreos defensores de la 4T aplauden que tengamos al “Presidente más patriota de la historia”, “sólo comparable a Juárez”. La disputa energética con EU no es una violación a los compromisos del T-MEC, sino una defensa de la soberanía nacional. Quienes están aquí comparten con ánimo un texto de Medea Benjamin en la revista “Jacobin” en el que presenta a AMLO como el “desafío al imperialismo de EU” en América Latina. Por ello, muchos ya aplauden el mitin de septiembre en el que se espera una pieza de oratoria soberanista del Presidente.
Todo el sexenio hemos visto estos dos polos que no se hablan y que sólo buscan descalificar y ridiculizar al otro lado, pero la realidad es mucho más compleja. La disputa comercial apenas empieza y es parte de la normalidad entre socios comerciales. Un litigio en los paneles de controversias podría durar hasta 180 días, pero esto no significa en absoluto un rompimiento con EU y Canadá. De hecho, para eso está diseñado el T-MEC, para coincidir, pero especialmente para dar certidumbre institucional en las diferencias. Si a la larga México gana, EU y Canadá deberán respetarlo. Por el contrario, si México pierde, el Gobierno de AMLO acatará la ley que él mismo promulgó. Si algo ha demostrado el Presidente mexicano es que sabe hasta dónde llevar sus peleas y su pragmatismo no lo hará romper con EU, a pesar de que el péndulo ideológico latinoamericano se encuentre de su lado y lejos de las élites.
El 16 de septiembre será un día de fiesta para el presidente López Obrador. Las consultas con EU y Canadá le caen como anillo al dedo para alimentar la narrativa de héroes/traidores a la Patria y la oposición difícilmente sabrá cómo responderle a AMLO sin presentarse ante la opinión pública como “entreguista”. AMLO está llevando a sus opositores nuevamente al laberinto del que no saben cómo salir.
La diferencia comercial es un tema de mediano y no de corto plazo. Estadounidenses y canadienses esperarán el resultado de las consultas hasta por 75 días y si no se resuelven hablando con México, entonces esperarán la resolución de un litigio con un panel de expertos de los tres países y cuyo informe final podría publicarse hasta mayo del 2023. Todo este proceso se da bajo el mecanismo de solución de controversias entre tres democracias que son socias comerciales desde 1994, cuando México aún no era una democracia y estas diferencias no son inusuales en la relación trilateral. Lo inusual sería que siempre hubiese coincidencias entre tres países con un desarrollo tan asimétrico. Lo inusual es que hoy tenemos a un Presidente mexicano que como líder opositor siempre criticó la “modernización salinista”, pero que irónicamente ya en el poder ha cuidado las reglas de ese neoliberalismo económico que le da tranquilidad, orden y guía a los más críticos de su Gobierno.
A lo largo de las cuatro décadas de integración comercial, Canadá ha litigado contra EU y viceversa. Precisamente hoy hay un litigio abierto por México al que Canadá se sumó en enero pasado y cuyo desacuerdo radica en la interpretación que hace EU de las reglas de origen del sector automotriz. Este año debería quedar resuelta esta controversia y EU podría perderla.
En México la normalidad de una disputa comercial hace un ruido más ensordecedor que en EU, pero al final AMLO no es el Presidente disruptivo que romperá décadas de integración que han beneficiado a las tres naciones norteamericanas. De hecho, ojalá fuera más crítico respecto al presente y más propositivo respecto al futuro de América del Norte.
El autor es politólogo, conductor de un programa de televisión y profesor en el Departamento de Estudios Internacionales de la Ibero.
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