La ruta del 'Toro': la historia de Fernando Valenzuela
El ex lanzador de los Dodgers, nacido en Etchohuaquila, Sonora, tuvo un gran impacto deportivo, pero sobre todo fuera del diamante. Te invitamos a recordarla o bien, conocerla.
Sin lugar a dudas, Fernando Valenzuela es la máxima figura del beisbol mexicano, y se encuentra en la lista de los mejores deportistas de nuestro país.
Su impacto llegó más allá del diamante, pues su presencia movía masas en cualquier estadio de Grandes Ligas en el que se parara, donde latinos y estadounidenses se maravillaban con las proezas del pitcher nacido en una pequeña comunidad al Sur de Sonora.
Pero, ¿cuál fue el camino al éxito del lanzador zurdo de los Dodgers de Los Ángeles?
Fernando Valenzuela Anguamea, nació en Etchohuaquila, una ranchería perteneciente al municipio de Navojoa, Sonora el 1 de noviembre de 1960, lugar donde la mayoría de los pobladores se ganaban la vida como campesinos, y habitando en viviendas con techo de lámina y paredes de adobe.
Ahí, comenzaría el zurdo a forjar su camino en el mundo del deporte de las 108 costuras.
Valenzuela comenzó a interesarse en el beisbol desde los 4 años, pues sus hermanos mayores jugaban para equipos locales. Su principal inspiración fue el más grande, Rafael.
Para 1976, el ‘Toro’ tuvo sus primeras experiencias importantes en el equipo de Piratas de Etchohuaquila y compitiendo contra equipos escolares. Fue para 1977, que los Mayos de Navojoa le dieron un contrato para jugar con la novena. El año siguiente, dio el salto hacia Guanajuato, tras ser firmado por los Tuzos de Guanajuato.
En ese entonces, estaba listo para dejar el seno familiar y perseguir su sueño, pero sus padres no estaban muy de acuerdo con su decisión, pues esto implicaba abandonar sus estudios.
Pero el momento que cambiaría su vida profesional y personal llegaría en 1979, pues firmó un acuerdo con los Leones de Yucatán, lugar del cual daría el brinco a Grandes Ligas, y donde conoció a su esposa Linda Margarita Burgos, una profesora originaria de dicho estado peninsular con la cual tiene cuatro hijos.
En su primera temporada, Fernando logró un récord de 10-12, con 2.49 de efectividad y 141 ponches, números muy buenos considerando que Leones era un equipo que se movía en las últimas posiciones del standing.
El joven de Etchohuaquila ganó la atención de un scout, el cubano Corito Varona, que daría el pitazo a Mike Brito, a quien se le atribuye el descubrimiento de Valenzuela y que en ese entonces se encontraba en México para ver a otro jugador.
El equipo de los Dodgers buscaba a un pelotero mexicano para sus filas, pues se habían metido en un problema con la comunidad mexicana en Los Ángeles: familias enteras fueron desalojadas hacía algunos años para dejar los terrenos libres y que así, el equipo pudiera construir su nuevo estadio; por lo que buscaban a una figura azteca para generar empatía con estos aficionados.
Tras ver al joven de tan solo 17 años, Brito aseguró haberse olvidado del parador en corto al que iba a ver, y se concentró en el sonorense. El 6 de julio de 1979, Fernando sería adquirido por los Dodgers por 120 mil dólares.
Tras pasar por las menores, su momento llegaría en nada más y nada menos que en el Opening Day de la temporada de 1981, cuando tras la lesión del abridor número uno del equipo, Jerry Reuss, Tom Lasorda, el manager, le da un voto de confianza y lo manda a la lomita.
Aquel modesto joven oriundo de una pequeña comunidad no solo tiró un juego completo, sino que lo hizo por blanqueada, dándole la victoria al equipo 2-0 ante Astros de Houston, haciendo batería con Mike Scioscia, también conocido por haber sido muchos años mánager de los Ángeles de Anaheim.
Desde aquel día, la fama de Valenzuela, que vestía el número 34, no dejó de crecer.
De acuerdo con los especialistas, el mexicano destacaba no solo por su forma de pichear, sino que además por su seriedad, sencillez y su físico, muy diferente a lo que se podía ver en las estrellas de las Mayores de aquel entonces.
Esas mismas figuras del diamante fueron a las que Fernando ponchó sin piedad con el screwball o tirabuzón, su lanzamiento insignia, el cual aprendió durante su tiempo en las Menores gracias al mexicoamericano Roberto ‘Babo’ Castillo.
Ese venenoso tiro, además de su semblante inexpresivo y sereno, fue la fórmula que lo llevó al éxito.
Uno de los momentos cumbre en su carrera fue aquella victoria en el tercer juego de la Serie Mundial del 81, cuando le ganó el partido 3-1 a los Yanquis de Nueva York, y a la postre, el campeonato.
Ese año, ganaría el premio al Novato del Año y el Cy Young al mejor lanzador de la temporada, el primero en hacerlo.
Tras esa campaña de ensueño, se desató el fenómeno de la “Fernandomanía”: el callado joven era el jugador más procurado por la prensa y los aficionados, su nombre aparecía en todos los medios de comunicación posibles, y la venta de souvenirs con su imagen se disparó.
Según expresa David Faitelson en el programa La Historia Detrás del Mito, el mismo sonorense no parecía dimensionar la popularidad de la que gozaba, pues él veía en el beisbol su noble profesión y su fuente de satisfacción.
Llegó a ser invitado a la Casa Blanca por el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, donde estuvieron presentes el mandatario mexicano José López Portillo, y otras figuras de la política norteamericana, todos ellos ansiosos por recibir un autógrafo suyo.
Su fama llegó a tal nivel que incluso Carlos Salinas de Gortari, que en 1988 era candidato presidencial, le ofreció participar en su campaña. Sin embargo, ese año quedó marcado en su vida personal, pues fue cuando falleció su padre, víctima de cáncer en la garganta.
Lo más difícil para Valenzuela fue que ni siquiera pudo asistir al funeral, pues se encontraba en plena campaña de Grandes Ligas.
Él mismo la llamó la temporada más complicada, pues además de este suceso, su carrera empezó a decaer, producto de las lesiones que lo acompañaron.
A pesar de que el lanzamiento de tirabuzón era altamente efectivo contra los bateadores rivales, no era el más amigable con su brazo. Además, fue explotado por Lasorda, quien buscaba con su ayuda ganar los partidos. Fue perdiendo fuerza y sus habilidades se vieron mermadas.
Con todo y sus problemas físicos, el 29 de junio logró una de las máximas hazañas para cualquier lanzador: tirar un partido sin hit ni carrera. Lo hizo frente a los Cardenales de San Luis.
Para 1991, a tan solo tres días de arrancar la temporada, los Dodgers decidieron darle las gracias al mexicano, pese a haberles dado momentos brillantes.
Firmó con los Ángeles de California pero no trascendió y en 1992 con los Tigres de Detroit, pero ni siquiera jugó.
Tras regresar al beisbol mexicano con Charros de Jalisco, en 1993 volvió a la Gran Carpa con los Orioles de Baltimore. Estuvo con Filis de Fiiladelfia, Padres de San Diego y Cardenales de San Luis, novena con la que al final dijo adiós al mejor beisbol del mundo.
En 2003, se convertiría en comentarista para radio en español en los juegos de la División Oeste de la Liga Nacional, a lado de Jaime Jarrín y Pepe Yñiguez.
Pese a que tuvo una carrera con buenos números y un impacto incluso más grande de lo que el mismo Valenzuela pudo percibir, los votos no le han favorecido para ser entronizado al Salón de la Fama de Cooperstown, pero sí al de los Dodgers, al cual ingresó la temporada pasada.
Sin embargo, muchos especialistas concuerdan en que el legado del ‘Toro de Etchohuaquila’ trascendió del diamante. Es la historia de un hombre de escasos recursos, que demostró que con talento y dedicación puedes lograr lo que te propongas.
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