Riesgos ocultos detrás de la sonrisa perfecta: Los peligros de las carillas
La obsesión por una sonrisa blanca y perfectamente alineada ha llevado a una demanda creciente de carillas relucientes, aunque esto pueda implicar riesgos.
La búsqueda de una sonrisa de película a cualquier costo puede ser más dolorosa de lo que parece. La odontología cosmética, cada vez más popular, presenta riesgos significativos para la salud bucal que no deberían pasarse por alto.
Dientes perfectos: Una tendencia
La tendencia en las redes sociales del Reino Unido por los “dientes de Turquía”, denominados así por la preferencia de los influencers por viajar al extranjero en busca de carillas económicas, puede ofrecer una alternativa más barata a la odontología cosmética costosa en clínicas reputadas. Sin embargo, esta opción puede conllevar un alto costo para la salud oral e incluso poner en peligro la vida.
La obsesión por una sonrisa blanca y perfectamente alineada ha llevado a una demanda creciente de carillas relucientes, aunque esto pueda implicar riesgos.
Desde dolores constantes hasta problemas de encías en estado de descomposición, los errores cometidos durante procedimientos de odontología cosmética económica pueden resultar en gastos mucho mayores que si se hubieran realizado correctamente desde el principio.
Un ejemplo extremo de esto es el caso de Ramazan Yilmaz, cuyos implantes dentales en una clínica privada en Bursa, Turquía, salieron catastróficamente mal.
Experiencias menos graves también pueden causar problemas serios, como la enfermedad de las encías, que está vinculada a una serie de problemas de salud graves, desde enfermedades hepáticas hasta enfermedades cardiovasculares.
¿Qué deja como recordatorio?
Aunque la odontología cosmética ofrece la promesa de una sonrisa perfecta, no debe subestimarse el precio a pagar, tanto en términos de salud como de dinero.
Antes de embarcarse en tratamientos cosméticos en el extranjero, es fundamental sopesar los riesgos y considerar la importancia de la salud bucal a largo plazo.
Artículo original publicado en The Conversation