¿Cuál es la mejor leche de fórmula para bebés?
La fabricación de fórmulas infantiles supone un gran reto para la industria alimentaria, pues su consumidor final es tremendamente vulnerable.
La leche materna es el alimento ideal en los primeros meses de vida, su composición es sumamente compleja e inimitable, y proporciona los nutrientes y la energía necesaria para el desarrollo del lactante.
Además, la leche materna contiene diversos compuestos que estimulan el desarrollo del bebé. Incluso posee bacterias vivas que formarán parte de la microbiota intestinal del niño durante su crecimiento.
No obstante, se pueden dar situaciones en las que la lactancia materna no sea posible o sea insuficiente. En este caso, juegan un papel fundamental las fórmulas infantiles cuya denominación correcta, según la legislación, atiende a los términos “preparados para lactantes” o “preparados de continuación”.
Los primeros, los preparados para lactantes, son los únicos productos alimenticios elaborados que satisfacen las necesidades nutritivas de los lactantes durante los primeros meses de vida hasta la introducción de una alimentación complementaria (purés de frutas, cereales sin gluten, etc.).
Por otra parte, los preparados de continuación están destinados a los lactantes cuando se introduce una alimentación complementaria apropiada, constituyendo el principal alimento de una dieta progresivamente diversificada.
La complejidad de obtener la fórmula infantil ideal
La fabricación de fórmulas infantiles supone un gran reto para la industria alimentaria, pues su consumidor final es tremendamente vulnerable. A ello se suma la dificultad de conseguir todos y cada uno de los ingredientes (y en la misma proporción) que contiene la leche materna. Destacar que, de forma natural, su composición va variando durante el proceso de lactancia para adaptarse a las necesidades del lactante.
Hasta ahora, la regulación establecida por la Unión Europea garantiza cubrir los requerimientos nutricionales de los lactantes en relación a sus macronutrientes (grasa, proteínas, hidratos de carbono) y micronutrientes (vitaminas y minerales).
Pero ¿qué ocurre con los demás componentes de la leche materna?. Entre ellos destacan los oligosacáridos, inmunoglobulinas, enzimas, poliaminas, nucleótidos, ácidos grasos o bacterias presentes en este fluido.
Muchos de estos compuestos están aún por descubrir debido a la complejidad de sus estructuras moleculares. En otros casos, se desconocen sus mecanismos de actuación y sus efectos en la salud infantil.
Aquí es donde juega un papel fundamenta la investigación. Gracias a los avances en los resultados obtenidos con ensayos clínicos, las fórmulas infantiles han incorporado algunos de estos ingredientes bioactivos. El objetivo es que los lactantes que no pueden ser alimentados a pecho puedan beneficiarse de un alimento lo más parecido posible a la leche materna.
Dificultad de incorporar compuestos bioactivos a la leche infantil
Para poder añadir estos compuestos, deben ser seguros, bien tolerados por los lactantes y haber demostrado su efecto beneficioso sobre la salud. Vamos a detenernos en aquellos que actualmente se están empleando como ingredientes:
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Ácido Docosahexaenoico (DHA) y Ácido Araquidónico (ARA). Son ácidos grasos poliinsaturados que juegan un papel fundamental en el desarrollo cerebral y neurológico del niño. Son mayoritarios en el tejido nervioso y la retina.
En Europa es obligatorio añadir el primero de estos ingredientes a las fórmulas infantiles debido al impacto positivo demostrado en la función cognitiva y visual del lactante.
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Proteínas del lactosuero: alfa-lactoalbúmina, lactoferrina, lisozima e Inmunoglobulina A secretora. Todas ellas proporcionan aminoácidos esenciales, estimulan el crecimiento y desarrollo de las bacterias intestinales del niño, facilitan la digestión y poseen propiedades antimicrobianas.
Estas proteínas se deben obtener de la leche o del calostro de vaca y su estructura y función en el lactante no son siempre similares a las de la leche materna. Pensemos que somos especies diferentes y las que funcionan en una, a veces no tienen efecto en la otra.
A esto se une el alto coste y la dificultad de mantener su estabilidad durante la producción de la fórmula. No obstante, encontramos leches infantiles en el mercado enriquecidas con lactoferrina y alfa-lactoalbúmina bovina.
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Nucleótidos. Parecen estar implicados en una menor incidencia de diarrea, en una mejor respuesta inmune tras la administración de vacunas, así como en la salud de la microbiota intestinal del lactante. Pero los resultados obtenidos en estudios clínicos son todavía muy limitados. Su adición a las fórmulas infantiles es segura, bastante frecuente y su concentración está regulada por la normativa europea antes citada.
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Prebióticos. Son ingredientes que alcanzan el colon prácticamente intactos. Se utilizan por grupos específicos de bacterias beneficiosas para el lactante.
Los prebióticos más comunes en la leche materna son hidratos de carbono no digeribles (oligosácaridos de la leche materna) que ayudan al crecimiento de las bifidobacterias y lactobacilos, previniendo la actuación de patógenos intestinales.
En la leche humana, estos compuestos son muy diversos estructuralmente y varían de una madre a otra y según el periodo de lactación. Se han identificado más de 200 oligosacáridos diferentes en la leche humana. Sin embargo, son muy poco abundantes en la leche de vaca, principal componente de las fórmulas infantiles.
Curiosamente, sí aparecen en mayor proporción y variedad en la leche de cabra, aunque su extracción industrial es compleja.
Actualmente, los preparados para lactantes se suplementan con oligosacáridos sintéticos o de origen vegetal cuyos efectos parecen ser similares a los presentes en la leche materna.
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Probióticos. Son bacterias vivas que afectan de forma beneficiosa al niño equilibrando su composición microbiana intestinal. De hecho, en los niños alimentados a pecho, las bacterias más comunes son bifidobacterias y lactobacilos, que dificultan la colonización de la mucosa intestinal por otros microorganismos patógenos. Hoy en día encontramos preparados para lactantes y preparados de continuación con probióticos añadidos.
En todos los casos su adición cumple con el requisito de seguridad, aunque todavía no se ha demostrado ningún efecto beneficioso de acuerdo con los estándares establecidos por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).
Es importante saber que no hay una legislación específica que regule el uso de probióticos en la alimentación humana. Pero en la Unión Europea se toma como referencia para su uso seguro la lista de QPS (presunción calificada de seguridad) de la EFSA, que se revisa periódicamente. No obstante, mantener la viabilidad de estas bacterias es todo un reto ya que muchas son sensibles al oxígeno y al calor.
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Postbióticos. Son preparaciones de microorganismos inanimados que confieren un beneficio para la salud del hospedador. Como vemos, en este concepto se incluyen también bacterias inactivadas (no vivas), por lo que su empleo en las fórmulas infantiles puede tener menor reticencia que los probióticos. En este grupo de compuestos se incluye el 3-galactosil-lactosa que procede de las bacterias de la leche humana y parece tener prometedores efectos antiinflamatorios.
La investigación en la mejora de las fórmulas infantiles debe continuar a medida que se encuentran nuevos hallazgos sobre los beneficios de la leche humana. El reto es complejo, ya que los factores que intervienen son muy numerosos y deben ser tenidos en cuenta en su totalidad para tratar de acercar las fórmulas infantiles a los beneficios que aporta la lactancia materna.
Si no es posible contar con los mismos ingredientes que encontramos en la leche materna, al menos se debe investigar sobre los efectos beneficiosos asociados a su consumo. Se trata de que las fórmulas infantiles, con una composición adecuada, puedan producir una acción similar sobre la salud del lactante.
Carmen Martínez Graciá, Catedrática de Universidad. Nutrición y Bromatología. Universidad de Murcia, Universidad de Murcia y Carmen Frontela Saseta, Profesora Titular de Nutrición y Bromatología, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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