La reina Isabel I y el maquillaje venenoso que le destruyó la piel
La última monarca de la casa Tudor usaba cosméticos que resultaban nocivos para la salud, que le destruyeron la piel y la envenenaron progresivamente
La monarca del Reino Unido, Isabel I de Tudor, vivió en el siglo XVI y hasta el día de hoy sigue llamando la atención por su peculiar apariencia. La reina lució, prácticamente toda su vida, una piel de color blanco y unos labios carmesíes fuera de lo común. Su maquillaje sigue siendo motivo de especulación, pues pudo haberle causado la muerte.
La reina usaba nada menos que una combinación de plomo blanco y vinagre. El estándar de belleza de la época incluía una piel blanca y unos labios rojos, muy al estilo del ideal femenino renacentista. Para cumplir con él, la reina apeló a una serie de cosméticos que le produjeron daños irreparables en su salud y apariencia.
Isabel I perdió progresivamente el cabello y se le dañó la piel profundamente. Los estudiosos creen que el uso de cosméticos incluso pudo causarle la muerte. Cabe señalar que, dada su condición de reina, la exigencia sobre su apariencia era mayor que la que ya sufrían el resto de las mujeres.
Piel de porcelana
La imagen idealizada de la mujer incluía un tono de piel extremadamente blanco. Era común que fuera descrita en la poesía con referentes de blancura extrema, como la nieve, la leche o el mármol. Asimismo, las representaciones pictóricas como dibujos y pinturas empleaban estos tonos en una imagen poco realista de las mujeres.
La reina utilizaba un producto muy popular en la época: la cerusa veneciana. Constaba de un polvo a base de plomo, con el que la monarca se frotaba la cara y el cuello. Lamentablemente, esta contenía venenos que dañaron las capas de la piel de la reina
El efecto era exponencial: entre más usaba, más se dañaba la piel; entre más se dañaba, más maquillaje necesitaba para ocultarlo. La reina buscaba ocultar también las marcas que le dejó la viruela, enfermedad que contrajo alrededor de sus veinte años.
No se desmaquillaba
La costumbre actual de desmaquillarse cada noche antes de ir a dormir no formaba parte de los hábitos de la reina. Frecuentemente, cuando necesitaba retocar su apariencia, sencillamente añadía una nueva capa de maquillaje sobre la que se había secado.
Se sabe que alguna vez llegó a mantener el maquillaje sobre su cara durante toda una semana. Cuando por fin se lo retiró, su piel estaba gris y con muchas arrugas.
Para lograr retirarse las múltiples capas de maquillaje, las retiró con una mezcla de huevo, alambre y mercurio. El desmaquillante era agresivo con la piel, puesto que podía causar desprendimiento.
Labios rojos como grana
Para conseguir la apariencia de labios rojizos, Isabel I recurría al cinabrio. Este es un material volcánico, sulfuro de mercurio que además contiene también azufre. Se utilizaba para fabricar rubor y cosmético para labios, por su tono rojizo encendido.
No obstante, el mercurio resulta altamente perjudicial para la salud. Los síntomas de intoxicación por mercurio incluyen depresión, irritabilidad y memoria; como la reina presentó estas características durante un largo periodo de su vida, se ha identificado a su maquillaje como una muy posible causa.
Preocupada por su apariencia hasta el último día
La obsesión con una apariencia de juventud y belleza acompañó a Isabel durante toda su vida, en una época en la que esas características se asociaban con el estatus y la nobleza. En su juventud usaba maquillajes más ligeros, que fueron aumentando conforme la edad hacía lo suyo.
En cuanto a las pinturas de la monarca, los retratos idealizaban la belleza de Isabel. Los pintores la mostraban, por mandato real, más joven de lo que en realidad era y con una piel más blanca y saludable.
Pudo haber muerto por intoxicación
Algunos han lanzado la hipótesis de que fue el maquillaje, con la intoxicación subsecuente, lo que provocó su fallecimiento. No obstante, otros más han sugerido la posibilidad de que padeciera cáncer. En sus últimos meses de vida, rehusaba ser examinada por médicos y se negaba también a descansar por temor a no levantarse nunca más de la cama.
También se cree que pudo contraer una infección o envenenamiento directo a la sangre cuando le fue retirado su anillo de coronación. No se lo había quitado nunca en 45 años; como le cortaba la piel, los médicos le aconsejaron quitárselo. Falleció una semana después de extraerlo; es posible que el hecho haya contribuido a un envenenamiento.
Isabel I, como miles de mujeres desde el siglo V, usaba plomo en la cara: la cerusa veneciana lo contenía. En 1634, esta se clasificó como veneno, tres décadas después de la muerte de la reina.
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