El azul: de símbolo de divinidad en el Antiguo Egipto a color de prestigio y poder en la historia del arte
A pesar de que el azul ya se encuentra en casi todas partes, ¿sabías que este color era uno de los más difíciles de obtener en la antigüedad?
MÉXICO.- En la rica tapicería de la historia del arte, pocos colores han tenido una trayectoria tan fascinante como el azul. Este tono, que hoy en día se encuentra en todo, desde la ropa casual hasta los logotipos corporativos, fue en su momento tan raro y preciado que su sola presencia en una obra de arte simbolizaba opulencia y poder.
La odisea del azul comenzó en el Antiguo Egipto, donde los artesanos descubrieron la fórmula para crear el primer pigmento sintético conocido como ‘azul egipcio’ alrededor del año 2200 a.C. Este pigmento se producía a partir de una mezcla de piedra caliza, arena y minerales con cobre, que se calentaba a temperaturas entre 800 y 900°C. El resultado era un vidrio azul opaco que, una vez triturado, se mezclaba con agentes espesantes para crear un barniz duradero.
El azul no solo era un color, sino también un símbolo de divinidad y eternidad para los egipcios, adornando las tumbas de faraones y las cerámicas de la época. Sin embargo, su uso no se limitó a Egipto; el pigmento viajó a través de las civilizaciones, decorando las obras de arte y los manuscritos iluminados durante siglos.
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El azul: el color de la opulencia.
Fue el lapislázuli, una piedra semipreciosa importada de las montañas de Afganistán, la que elevó el azul a un estatus legendario. Este mineral era la base del pigmento ‘azul ultramar’, el más caro de todos los pigmentos y reservado para los clientes más adinerados y las representaciones más sagradas. Durante el Renacimiento, el azul ultramar se convirtió en el color de la realeza y la santidad, adornando las capas de la Virgen María y los cielos de innumerables frescos.
La escasez y el alto costo del lapislázuli significaban que solo los mecenas más ricos podían permitirse el lujo de encargar obras con este color. De hecho, algunas obras de arte incluían cláusulas en sus contratos que estipulaban la cantidad de lapislázuli que se debía usar, reflejando su valor y el estatus del comitente.
Con el tiempo, el desarrollo de pigmentos sintéticos como el ‘azul de Prusia’ en el siglo XVIII democratizó este color, haciéndolo accesible a un público más amplio y permitiendo que artistas de todas las clases sociales experimentaran con sus tonalidades. Sin embargo, el legado del azul como un color de poder y prestigio perdura en la historia del arte, recordándonos que, en su momento, este color fue tan valioso como el oro.
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