¿Quiénes son los punyabí-mexicanos y cómo surgió esta cultura en EU?
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, llegaron a los puertos de la costa oeste estadounidense cientos de hombres desde Punyab, en aquel entonces provincia bajo control británico.
Amelia Singh Netervala tiene hoy 89 años, pero el tiempo no ha borrado el doloroso recuerdo de aquella escena vivida en el patio del colegio, cuando cursaba tercero de primaria en una zona rural al sur de Phoenix, en Arizona. “Son cosas que te quedan dentro para siempre”, dice a BBC Mundo desde su casa en un barrio del oeste de Los Ángeles, en California. “No tuve ninguna amiga mexicana. Nunca me aceptaron”, añade, dejando claro que no solo era diferente a ojos de la población blanca, sino también a los de la minoría predominante.
Su nombre no era lo único que la diferenciaba del resto de alumnas. También lo hacían el idioma de su padre, Jiwan Singh, originario del sur de Asia, y los currys, las parathas y el dal que su madre, Rosa, nacida al otro lado de la frontera, en el estado mexicano de Chihuahua, preparaba con tanta destreza como los frijoles pintos, las enchiladas o los tamales. Como buena católica, Rosa llevaba a Amelia y a sus cuatro hermanos a misa cada domingo, mientras el patriarca esperaba en el carro. Pero la familia también cumplía con la travesía anual de cinco horas para llegar a la gurdwara o templo sij de El Centro, un pueblo fronterizo en el valle Imperial de California.
Eran punyabíes-mexicanos, una comunidad étnicamente mixta que floreció en las primeras décadas del siglo pasado en las zonas agrarias del suroeste de Estados Unidos, sobre todo en California, como consecuencia de unas leyes racistas y unos improbables paralelismos culturales.
De Punyab a San Francisco
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, llegaron a los puertos de la costa oeste estadounidense cientos de hombres desde Punyab, en aquel entonces provincia bajo control británico, hoy región dividida entre India y Pakistán. No fueron los primeros inmigrantes procedentes de Asia; seguían la estela de los pioneros chinos, japoneses, coreanos y filipinos, una “mano de obra barata que hizo posible el inicio y el desarrollo de la agroindustria a gran escala”, sobre todo en California.
Expertos en labores de campo, los punyabíes se adaptaron rápidamente a la vida en las comunidades rurales y se establecieron principalmente en el valle Imperial de California, al este de San Diego, una zona fronteriza con México. El desvío del agua del río Colorado y un innovador sistema de regadío convirtieron este valle en una fértil cuenca.
Sin embargo, estos recién llegados no siempre fueron bien recibidos. En 1909, un supervisor de la Comisión Federal de Inmigración los describió como “los menos deseables o, mejor, los más indeseables de todas las razas asiáticas que jamás pisaron nuestro suelo”. El diario local Holtville Tribune publicó en 1910 un artículo titulado “El hindú y sus hábitos y por qué se le debería prohibir de inmediato desembarcar en California”.
Esa hostilidad no solo era verbal. Los espacios públicos segregados y leyes restrictivas limitaron sus posibilidades de desarrollarse en el país. La Ley de Tierras para Extranjeros de California de 1913 prohibía adquirir en propiedad o arrendar terrenos a los forasteros que no podían aspirar a la ciudadanía. La Ley de Inmigración de 1917 cerró las puertas a aquellos procedentes de Asia y el Pacífico.
Matrimonios mixtos
En ese contexto, aquellos primeros inmigrantes, ante la falta de compatriotas en el país entre las que buscar esposa y la imposibilidad de casarse con mujeres blancas, empezaron a intimar con estadounidenses de ascendencia mexicana o con mujeres que habían llegado de México a trabajar en el campo y en las granjas.
“La convergencia de las comunidades asiática y mexicana en las zonas fronterizas estuvo influenciada por las redes sociales y las economías políticas de la época”, explica Hardeep Dhillon, profesora de historia en la Universidad de Pensilvania. En las áreas rurales en las que se asentaron los hombres punyabíes, la presencia de mujeres de ascendencia mexicana era común.
Así se conocieron los padres de Amelia, en los suburbios de El Paso, Texas. A pesar de la discriminación, se casaron y formaron una familia mixta. Rosa, hija de un boticario, solía visitar a sus primos en Texas y allí se encontraron. Cuando decidieron casarse, el cura se negó, pero finalmente lo lograron por lo civil. Aunque enfrentaron obstáculos, lograron construir una vida juntos.
La comunidad punyabí-mexicana estaba unida por lazos de sangre y cultura. Las familias mestizas mantenían una estrecha relación y celebraban juntos. En casa de Amelia se hablaba un “español roto” y se comían frijoles pintos y moong dal, curry con pollo y parathas.
Aunque la comida era una combinación de ambas culturas, las recetas mexicanas predominaban en ocasiones especiales. Restaurantes como El Ranchero, abierto en 1954 en Yuba City, California, ofrecían platos como “quesadillas roti”.
La historia de la comunidad punyabí-mexicana es compleja y debe ser abordada como tal. Las alianzas asiático-latinas desafiaron las jerarquías raciales y tuvieron consecuencias para sus descendientes, conocidos como “mitad y mitades”. Mientras los padres no podían naturalizarse, sus hijos sí lo eran, influyendo en sus vidas.
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En 1946, la Ley Luce-Celler permitió a los inmigrantes de India naturalizarse y convertirse en ciudadanos estadounidenses, y la independencia de India en 1947 cambió el panorama. Las nuevas generaciones se asimilaron y la comunidad pionera fue olvidada, hasta que investigadoras como Karen Leonard y Hardeep Dhillon la rescataron.
Yo honro la riqueza de mi ascendencia”, dice Amelia, sabiéndose historia viva.