La niña que Velázquez pintó con ternura y naturalidad
El dominio que tenía para captar la vida, la frescura y la autenticidad de los niños se despliega también en este cuadro.

Retrato de una niña, también conocido como Inmaculada joven, es una de esas obras que nos permite asomarnos a la sensibilidad única de Diego Velázquez. Perteneciente a una colección particular, este óleo de 57,4 x 44 cm captura, con sorprendente naturalismo, la imagen de una niña que junta sus manos en actitud de oración, evocando la figura de la Inmaculada, pero desde una perspectiva mucho más humana y cercana.
Velázquez fue un maestro en representar la infancia. Lo demostró en La Adoración de los Reyes Magos, donde retrató a su propia hija recién nacida; en los niños que aparecen en Las Meninas; y, por supuesto, en los célebres retratos de la Infanta Margarita. El dominio que tenía para captar la vida, la frescura y la autenticidad de los niños se despliega también en este cuadro, donde los ojos de la niña nos miran llenos de vida y espontaneidad.
Durante la época de Velázquez, el tema de la Inmaculada Concepción era motivo de intensos debates en Sevilla. Mientras unos defendían que María había sido concebida sin pecado original, otros negaban esta creencia, lo que generó no solo discusiones teológicas, sino incluso enfrentamientos físicos. Entre los defensores más apasionados del dogma estaba Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez, quien influyó en la formación y las primeras obras de Diego. No es de extrañar que un joven Velázquez, de apenas veinte años, quisiera apoyar esta causa a través de su arte.
En esta pintura, sin embargo, más que a una figura divina, vemos a una simple niña. Aunque las radiografías de la obra muestran que en su origen se contemplaron elementos tradicionales como las estrellas en torno a su cabeza, en la versión visible hoy predomina un naturalismo deslumbrante. No hay aureolas, ni artificios: solo una niña de carne y hueso, posiblemente alguien cercano al pintor, capturada en un momento de quietud y recogimiento.
Miguel Calvo Santos, quien ha estudiado esta pieza, destaca precisamente esa sensación de vida auténtica que transmite la imagen, y que diferencia a este retrato de las representaciones religiosas más convencionales de su época.
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Así, este Retrato de una niña no solo nos habla de la destreza técnica de Velázquez, sino también de su capacidad única para humanizar los grandes temas, llevándolos al terreno de lo cotidiano y profundamente emotivo.
Con información de HA!
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