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De la frontera y otras preguntas

Hace poco tiempo, el poeta y traductor Anthony Sieldman me preguntó qué era para mí la frontera, vivir en ella, crear en ella. Estas son algunas de mis respuestas:

Hace poco tiempo, el poeta y traductor Anthony Sieldman me preguntó qué era para mí la frontera, vivir en ella, crear en ella. Estas son algunas de mis respuestas:

Para un escritor, para un poeta como yo, vivir en la frontera no es una oportunidad sino un destino creativo. Lo peculiar de mi entorno incide, desde luego, en la forma en que escribo. Soy un poeta visual, perceptivo, que utilizo igualmente los elementos de la cultura, la ciencia y la historia para exponer lo que pienso de la realidad, lo que siento del mundo. Vivir en la frontera, en una región inhóspita, te ofrece la posibilidad de crearlo todo desde cero, de levantar tu tienda de palabras y sentidos en medio de la nada. Me encantan los espacios sin límites, el paisaje desierto, la vida en fuga, los contrastes entre culturas. Residir en una ciudad de paso me permite contemplar este tráfico humano que no cesa, experimentar el peregrinaje multitudinario de distintas comunidades. Y no hablo de migraciones de sur a norte sino de viajes que cruzan la frontera entre pasado y futuro, lo tradicional y lo moderno, lo culto y lo popular. Mi escritura, por lo mismo, está siempre en movimiento, está siempre en camino hacia otros lugares de la imaginación, hacia otros horizontes del pensamiento. Mis versos son la experiencia misma de una peregrinación verbal entre lo que soy y el espejismo que me espera cada vez que abro los ojos y acepto la luz en sus misterios, en sus paradojas.

¿Qué es para mí la vida fronteriza? Es la vida en el borde mismo de la cultura a la que pertenezco, frente a los fastos de otras culturas, de otras formas de vivir el mundo, de imaginarlo. La frontera es como estar en un aparador de prodigios continuos, de vecindades que no pierden el tiempo en conflictos inútiles sino que somos comunidades que compartimos, a ambos lados de la línea internacional, nuestras certezas y dudas, nuestras fortalezas y debilidades. El mundo fronterizo es una sola región dividida por acuerdos políticos centralistas, hechos a miles de kilómetros de donde vivimos y convivimos. El ser fronterizo te permite quitarte los prejuicios: al otro lado no está la maravilla del mundo ni el villano de la humanidad, sino otros como yo que luchan para hacerse un sitio en esta tierra. No mitos sino realidades humanas. La vida fronteriza es una responsabilidad: la de mantener los ojos abiertos, la de no claudicar ante las ideas de odio, de desdén, de ignorancia, la de construir otra cultura desde la periferia misma de nuestros hábitos y costumbres.

¿Qué implica para mí cruzar fronteras? Para el migrante, para el que se marcha de su país por cualquier motivo, la frontera es un obstáculo mayor, una prueba, el momento decisivo en que se deja atrás la tierra que eres y entras a un territorio desconocido, a un país distinto. Pero para quien es un habitante de la frontera como yo, ésta no implica necesariamente ese momento decisivo sino una rutina diaria, un acto cotidiano. No es un cruzarla y ya. Es un cruzarla de ida y vuelta. Un viaje redondo. Una travesía que empieza y termina en casa. Eso no significa que no tiene un peso como realidad a experimentar. No soy ajeno a la parafernalia del cruce fronterizo como examen ético cada vez que alguien te pregunta qué traes, cuál es tu negocio, qué intereses tienes en los Estados Unidos. Yo siempre he dicho que visito los Estados Unidos como un peregrino de la religión del shopping. Voy de compras. Voy a conseguir los libros, revistas, dvds o lo que sea que necesito leer o ver para mantenerme al día. Es un hábito que tengo inculcado desde niño.

Yo pienso que en este momento de la humanidad, todos somos ciudadanos fronterizos, porque ahora, por más que intentemos meternos en nuestro ghetto, en nuestro castillo de la pureza, en nuestra torre de marfil, compartimos el mundo todos con todos. Apretadamente. Conflictivamente. Apuradamente. Pero así es. La frontera ha dejado de ser sólo una realidad geográfica, espacial, y se ha vuelto algo que llevamos dentro de nosotros mismos, algo que nos impele a expresar creativamente, a darle voz y resonancia, identidad y sentido. Es un reto y una responsabilidad. Un signo que nos da rumbo al escribir sobre ella, al volverla literatura universal.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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