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El zafarrancho de 1923

¿Qué clase de sucesos podemos llamar conmemorativos? ¿De los acontecimientos del pasado, por el solo hecho de ser parte del pasado, podemos celebrarlos aunque no sean hazañas o ejemplos a seguir? No.

¿Qué clase de sucesos podemos llamar conmemorativos? ¿De los acontecimientos del pasado, por el solo hecho de ser parte del pasado, podemos celebrarlos aunque no sean hazañas o ejemplos a seguir? No. No todos. Pero entonces, ¿qué hacemos con momentos que nos recuerdan los tropiezos de nuestra sociedad, las cegueras de nuestros líderes, las violencias a las que se dejaban arrastrar? Veamos un ejemplo pertinente de esta situación. En 2023 se cumplieron 100 años del tiroteo que se dio en las afueras del palacio municipal entre dos grupos políticos antagónicos y contando con la participación de la policía del Distrito Norte de la Baja California.

Así, el Chronicle del 16 de julio de 1923 notificaba que el sábado 14 de julio el infierno se había desatado en plena vía pública, que Mexicali se había convertido en el escenario de una terrible balacera: “El hervidero de odios, malentendidos políticos y personales que ha agitado los asuntos municipales de Mexicali durante los últimos meses, se desbordó el sábado por la noche, con el resultado conocido de tres muertos y entre doce y catorce heridos en un tiroteo que duró unos cinco minutos cuando los miembros de la facción de Loera del ayuntamiento, atrincherados en el palacio municipal, se enzarzaron en una batalla campal con la policía municipal. La continuación de la lucha sólo se evitó cuando varios camiones cargados de soldados, al mando del teniente Osuna, acudieron al lugar y se declaró la ley marcial en los alrededores del ayuntamiento. Los muertos: Guillermo Guillén, subinspector y subjefe de policía. Eustorgio Macedo, policía. Carlos García, policía. Los heridos; Juan Loera, presidente de Mexicali. Quirino Luna, concejal. Donaciano Alejo, concejal. Ricardo Covarrubias, diputado del distrito norte Jesús Manríquez, policía. Marcos Villegas, cabo de policía. Silvestre Viguero, policía. Bernardo García, policía. Enrique Mérida, concejal. M. Meza, espectador”.

Lo importante aquí es que el propio oficial Guillén declaró, ya en el hospital de El Centro y antes de fallecer, que el disparo fatal lo hizo el diputado Covarrubias, quien gozaba de fuero: “Al caer el subjefe, el tiroteo se hizo general desde dentro y fuera del ayuntamiento, los concejales utilizando rifles y la policía sus revólveres, con los que dispararon a través de la puerta y la pared de la sala del consejo. El intercambio de disparos continuó durante unos tres minutos, cuando cesó el fuego desde el interior de la sala y la policía se detuvo para atender a sus muertos y heridos”. Esta pausa en el tiroteo detuvo la matanza, pues pocos minutos después acudieron tropas federales para controlar la situación y pronto se impuso la ley marcial, que “entró en vigor en los alrededores de la ciudad y continuó hasta el domingo cerca del mediodía, cuando la situación fue devuelta a las manos de la policía, que ha continuado a cargo para evitar cualquier otro tiroteo”.

En el conteo final, la balacera del ayuntamiento de Mexicali dejó tres muertos por el bando de Lugo: los gendarmes Carlos García, Eustolio Macedo y Guillermo Guillén. Por parte de la gente de Loera y Covarrubias sólo hubo heridos, pero también los hubo entre los transeúntes y mirones que presenciaron los hechos, como fueron Emilio Márquez, Ramón Meza y Enrique Mérida. El tiroteo, iniciado un poco después de las ocho de la noche, duró apenas unos minutos, pero el escándalo por el comportamiento de los políticos y la policía fue mayúsculo. Aunque el gobernador Lugo era el agraviado, fue él quien recibió las peores críticas por la confrontación armada; la prensa local y nacional lo consideró el culpable del desaguisado, pues él había ordenado a la policía estatal, sin medir las consecuencias y sin refuerzos que apoyaran el desalojo, que tomara el Palacio Municipal a cualquier precio. Y aunque los levantiscos políticos del ayuntamiento fueron arrestados, para diciembre de 1923 ya habían sido liberados y se paseaban por las calles de Mexicali como si estuvieran libres de toda responsabilidad por la muerte de tres policías que sólo cumplían con su deber, que pagaron con su deceso un juego político en el tablero del poder.

De que esta balacera fue un hecho histórico, lo fue por la importancia política de los involucrados, por las cuantiosas víctimas y por el pánico que causó entre la población de Mexicali. ¿Para qué conmemorarlo entonces? Para sacar enseñanzas de tal zafarrancho, para no volverlo a cometer bajo ninguna circunstancia.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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