Otros tiempos
Aplaudo, y con ambas manos para mayor efecto, el hecho de que la presidenta Sheinbaum haya mencionado en su discurso de toma de posesión a la Corregidora solamente como Josefa Ortiz
De política y cosas peores
“Anoche fui un tigre al hacerle el amor a mi mujer”. Eso les contó don Frustracio a sus compañeros de copa en el Bar Ahúnda. Y detalló: “Primero la llené de eróticas caricias que ni la más exaltada fantasía puede imaginar. En seguida la besé de la cabeza a los pies con húmedos y lametones besos de consumado amante. Y luego duré más de media hora en el in and out, hasta que llegué al culmen del pasional deliquio profiriendo gritos comparados con los cuales los ululatos de Tarzán eran simples gañidos de cachorro”. Todo eso narró lleno de orgullo don Frustracio. Y añadió: Es una pena que en todo ese tiempo mi mujer haya estado dormida”. Dos borrachines iban haciendo eses junto a la vía del ferrocarril. Uno le dijo al otro: “Hay muchas piedras. Caminemos sobre los durmientes”. Farfulló el otro: “¿Y no se despertarán?”. Dulcibel le comentó a Susiflor, su compañera de oficina, al tiempo que le señalaba al joven y apuesto gerente del banco: “Qué bien se viste el señor Mequínez, ¿verdad?”. “Sí -confirmó Susiflor-. ¡Y tan aprisa!”. Un tipo le confió a su compadre: “Mi esposa trabaja por las noches, pero no me ha dicho en qué. Sospecho que hace striptease en el Cabaret Usho”. “Vamos ahí -sugirió el otro-, para que salga usted de dudas”. Cuando llegaron bailaba en el escenario una mujer con antifaz. “Creo que es ella -dijo el marido-, pero con el antifaz no la reconozco”. Sugirió el compadre: “Esperemos a que se quite la ropa. Entones la reconoceremos los dos”. Aplaudo, y con ambas manos para mayor efecto, el hecho de que la presidenta Sheinbaum haya mencionado en su discurso de toma de posesión a la Corregidora solamente como Josefa Ortiz, y no como Josefa Ortiz de Domínguez. En tiempos ya pasados ese “de” hacía ver a la esposa como sujeta a su marido y subordinada a él. Llevaba consigo una cierta nota de posesión, y aun de propiedad: La señora de Pérez, de Rodríguez, de González. En otras sociedades las mujeres casadas sufrían suerte peor. En Estados Unidos, por ejemplo, la esposa de Mr. John Smith perdía en lo absoluto su nombre de soltera y pasaba a llamarse Mrs. John Smith. En nuestro País el “de” en el nombre de la mujer que contraía matrimonio era muestra de un machismo que afortunadamente hemos superado, por más que subsistan aún algunos rasgos de discriminación que hacen violencia a la mujer. Aunque no tengo la desgracia de ser diputado apoyaré todas las iniciativas que la Presidenta envíe en defensa de las mujeres mexicanas. Por mi parte diré que durante los años que viví con la amada eterna debí llamarme Armando Fuentes de De la Peña, pues tal era el apellido de mi esposa, y tanto dependí de ella en todo que lo justo habría sido añadir su nombre al mío, y no el mío al suyo. Ojalá nuestra Presidenta, que carga muchos pesados lastres de su antecesor, pero no ciertamente el del rechazo que mostró AMLO a las causas feministas, ponga el ojo -los dos será mejor- en los visos de machismo que aún quedan en nuestra sociedad. Don Cucoldo abrigaba la certidumbre de que su esposa tenía indebido trato con uno de sus amigos de cantina. Le preguntó, ceñudo: “¿Es con mi amigo Carmeliano? ¿O con mi amigo Ataúlfo? ¿Es acaso con mi amigo Leovigildo?”. La señora se encalabrinó: “¿Qué te estás creyendo? ¿Que no tengo yo mis propias amistades?”. La nueva paciente del doctor Duerf, mujer de exuberantes curvas, le informó: “Soy ninfómana. No puedo resistirme a tener sexo con los hombres”. Dijo el analista: “Cuénteme su problema, pero antes permítame poner a enfriar una botella de champaña”. FIN.