Las mujeres traileras que manejan por las carreteras más peligrosas de México
Liszt Hyde González y Clara Fragoso representan a un selecto grupo: el de las mujeres camioneras, el 2% de una fuerza laboral de más de 500.000, pero con un 9% de puestos vacantes.
“Ahorita me dan tres balazos y me dejan aquí, envuelta en una cobija, y nadie me va a encontrar”, se dijo Clara Fragoso.
A esa hora tenía ya que estar llegando a Tuxpan, en el estado mexicano de Veracruz, y sin embargo allí estaba, tumbada en medio de la nada, con un sujeto encañonándola.
Y todo porque se le había hecho de noche y, por las luces que llevaba, confundió la camioneta que seguía a su tráiler con una de la Policía Federal.
Cuando con maniobras certeras orilló el enorme camión y se giró para mostrarles su licencia, se dio cuenta del error: quienes bajaron del vehículo no eran agentes, sino hombres encapuchados que le ordenaron que agarrara la manta que traía en la cabina, caminara al monte y se tirara al suelo, mientras ellos revisaban el remolque.
“‘Yo ya fui’, pensé. Despidiéndome estaba del mundo”, recuerda esta mexicana de 57 años, oriunda de Durango capital.
Sin embargo, lo que siguió fue la conversación más inesperada de su vida.
Ratas buenas, ratas malas
— Quédate ahí quieta. No quiero que te muevas, que hagas nada. ¿Tienes hijos?, le espetó su asaltante.
— Sí, cuatro.
— No te preocupes. Vas a regresar a verlos.
La noche empezaba a helar, el tipo de la pistola a acercar su cuerpo al suyo.
— Tengo mucho frío —le dijo él—. ¿Me puedo recostar en tus piernas y taparme un poco con la cobija?
— … Sí.
— ¿Cuántos años tienes?
— Cuarentaytantos.
— Ah, como mi mamá… ¿Y por qué manejas un tráiler?
Clara le contó que se había casado nada más terminar bachillerato, a los 17; que aunque por aquel entonces su marido ya era violento tuvieron que pasar 15 años para que huyera de aquella casa.
También que en el 2000 empezó una nueva vida con sus hijos en Nuevo Laredo, ciudad fronteriza con Estados Unidos en la que vivía su hermana, pero que no fue fácil; que hubo días que no tuvo qué darles de comer.
Que como mesera apenas ganaba 900 pesos (menos de US$50) a la semana, pero que al restaurante llegaban traileros y, al ver el fajo de billetes enrollados que traían en el bolsillo, decidió que esa profesión era su boleto hacia una vida mejor.
— Pues a nosotros mi papá también nos golpeaba, nos abandonó y hago esto para ayudar a mi mamá.
“Así pasamos, platicando y viendo la luna, yo tratando de convencerlo de que dejara esa vida y se dedicara a otra cosa”.
A las horas su captor, apenas un adolescente, la dejó marchar. No sin antes robarle el camión con toda su carga.
“En este oficio en el que llevo 18 años siempre decimos que, entre las ratas, las hay de las buenas y las hay de las malas. Y a mí me tocaron de las buenas”, agradece Clara desde las oficinas de su empresa en Monterrey, la primera parada de su ruta hacia Ciudad de México.
Apenas el 2%
Los asaltos en carretera son solo algunos de los riesgos a los que se enfrenta cada día el reducido grupo al que Clara pertenece.
Y es que las mujeres camioneras representan en México apenas el 2% de una fuerza laboral de 500.000, un porcentaje aún menor del estimado a nivel global (3%).
Aunque el del autotransporte de carga es también un sector con un creciente déficit de trabajadores.
En México, donde contribuye con el 3,5% al PIB nacional y moviliza el 54% del total de mercancías, el 9% de los puestos están vacantes, según la Organización Internacional del Transporte por Carretera (IRU).
Y es por eso que Clara y varias de sus compañeras reivindican más espacio para crecer en una industria en la que aún aseguran estar en desventaja y que creen pueden ayudar a transformar.
Liszt Hyde González, Liszy para los amigos, es quizá una de las que lo reclaman con más fervor.
Como otras tantas en el gremio, cuenta, tiene también un historial de violencia machista y, al igual que Clara, no siempre anheló ser trailera.
Se dedicó a muchos oficios —desde lavacarros y vendedora de libros, pasando por guardia de seguridad y agente de bienes y raíces, hasta taxista — antes de ver en estos monstruos del asfalto un reto y la solución a sus problemas financieros.
Y es que los transportistas ganan en promedio 7.860 pesos a la semana (US$446) los hombres y 5.930 pesos (US$336) las mujeres, salarios notablemente más altos que el de mesero u otros trabajos no cualificados, de acuerdo a cifras de la Secretaría de Economía.
“Ser trailera no fue un sueño; lo que soñaba de niña era manejar un convertible rojo en carretera y que me volara el cabello. ¡Pero al menos ahora conduzco un tráiler rojo!”, dice esta dicharachera mexicana de 45 años.
Es Diavolo —“diablo” en italiano”—, y lo está engrasando para poder amarrarle el remolque.
Lo hace en un barrio popular de Querétaro, la capital homónima del estado situado en la región del Bajío, a 221 km al noreste de Ciudad de México, donde vive con su hija Luisa, de 23 años, y su nieto Emiliano, de 5.
Termina con la urgencia de que no la alcance el amanecer aún en casa.
Es que tiene un largo camino por delante: el que la llevará hasta la norteña Nuevo Laredo —la misma a la que huyó Clara—, principal puerto terrestre de entrada de mercancías a EE.UU., a donde llegan a diario US$800 millones en productos, desde autopartes hasta ropa y aguacates.
La acompañaremos en esa ruta (de más de 1.000 km) que incluye algunos de los tramos más peligrosos de México, focos rojos en los que los asaltos, robos y desapariciones son habituales y que se han ganado apodos como “la carretera de la muerte”.
La “carretera de la muerte” o el “triángulo de las Bermudas”
El paisaje que se ve desde la ventanilla varía: empieza con plantaciones de sorgo, milpa y agave entre Querétaro y León (Guanajuato), y los extensos valles del Bajío dan paso a un entorno más agreste y montañoso a medida que nos adentramos en el estado de Nuevo León.
Hay, sin embargo, varias constantes: el incesante trasiego de tráilers, los ubicuos negocios de autopartes y llantas a la orilla de la carretera, los pabellones industriales, los restaurantes.
También los retenes y las patrullas.
Pero eso no es garantía de seguridad, advierten los expertos en la zona.
Liszy lo vivió en carne propia cuando la detuvieron unos sujetos encapuchados y armados — el mismo modus operandi que describía Clara al inicio de este artículo—. Tras revisarle la carga, le dejaron ir, no sin antes gritarle:
“Vete, no prendas las luces hasta que llegues a la carretera y nada de avisar al policía que está delante. Ya está pagado”.
El asalto ocurrió en la ruta entre Salamanca y León, pero le pudo haber pasado en cualquier otra.
Por ejemplo en la 57, entre Matehuala y Monterrey, tramo que ocupa titulares con frecuencia por los incidentes delictivos.
También pudo haber sido en la 85D, una autopista de cuatro carriles y casetas de peaje que une Monterrey con Nuevo Laredo, más conocida como la “carretera de la muerte” o “el triángulo de las Bermudas”, por la cantidad de transportistas y particulares que han desaparecido en ella en los últimos años.
Y es que, en vista de las cifras oficiales, no parece haber muchos rincones seguros en el país para los transportistas.
“La inseguridad es hoy el tema primordial en el sector del autotransporte, tanto en carreteras federales, estatales y municipales”, confirma Claudio Gallegos Pérez, secretario general de la Confederación Nacional de Transportistas Mexicanos (Conatram).
La Asociación de Transportistas Nacionales (ANTAC) estima que el robo de carga le cuesta al país 2.300 millones de pesos anuales (unos US$137 millones), mientras los empresarios aseguran que la cifra es mayor.
Súper Transporte Internacional (STI), la compañía para la que trabaja Clara, le dice a BBC Mundo que el 12% de su flota es blanco de robos cada año.
Pero el costo humano es más difícil de cuantificar.
Violentos y sin escrúpulos
“Nosotros nos enfrentamos todos los días al terror de toparnos con asaltantes violentos y sin escrúpulos que han desaparecido operadores”, le dice a BBC Mundo Bernabé Vargas, dueño de ocho tractocamiones y jefe de Liszy, quien lleva 30 años en el negocio.
“Y es un miedo muy grande, porque los camiones traen seguro, son cosas materiales que puedes recuperar, pero los operadores, que son gente de confianza, como de la familia, no”.
“Existen diferentes lógicas tras los incidentes”, le dice a BBC Mundo el investigador especializado en seguridad pública Víctor Sánchez.
Están los que se hurtan mercancía en el mercado negro, quienes roban hidrocarburos, los que se dedica a la extorsión o al cobro del “derecho a piso”.
“En regiones de estados como Jalisco, Michoacán, Colima, Sinaloa o Nayarit los agricultores, para sacar sus productos – aguacate, fresas, limones– hacia el centro del país o a la frontera, tienen que pagarle una cuota a la organización criminal que controla las zonas o las carreteras”.
Sea a la Familia Michoacana o a Jalisco Nueva Generación, explica, mencionando solo dos de los poderosísimos carteles que se reparten (y disputan) el dominio sobre la geografía mexicana.
“Han adoptado esas lógicas pragmáticas, lo que termina siendo una doble tributación: se le paga al Estado mexicano (en forma de impuestos), pero también a un Estado criminal para poder seguir en el negocio”, subraya.
No es la única táctica. Ante la inseguridad imperante, los empresarios del transporte invierten en seguros —cada vez más caros—, monitorean con GPS cada una de sus unidades o crean grupos de WhatsApp y Facebook para compartir información de incidentes a tiempo real.
Sin embargo, la encargada última de garantizar la seguridad y vigilar las carreteras es la Guardia Nacional.
Creada en 2019 por la actual administración, sustituyó en la tarea a la Policía Federal, y según informó el presidente Andrés Manuel López Obrador en mayo del año pasado, cuenta con más de 100.000 elementos.
Poder y libertad
En septiembre llevaron a cabo un operativo con drones en un punto en la ruta entre los estados de Puebla y Veracruz en el que se estaban registrando asaltos masivos: Cumbres de Maltrata.
“Es una lástima lo que pasa ahí”, dice Clara. Y es que ese ha sido siempre su paisaje favorito.
“Agarrar el amanecer subiendo es hermoso”, explica con brillo en la mirada. “Hay siempre neblina y abajo ves los pueblitos con sus luces, las curvas de la carretera y los tráilers en miniatura, subiendo”.
Momentos como esos son privilegios que no se tienen en otros oficios, suscribe Liszy.
“Ves lo que nadie ve, tienes placeres que otros no tienen, y además pruebas unas gotas de poder con un chorro de libertad”, se explaya.
“Por eso, aunque extraño tener una vida ordinaria, amo tener una vida extraordinaria”.
Pero tan pronto como lo sentencia, recuerda que las circunstancias a las que se enfrentan las mujeres traileras son también excepcionales.
Hay, por ejemplo, pocos paradores con instalaciones para ducharse en condiciones, como sí los son los del Potosino o los del comedor Lupita —una “cachimba”, en jerga trailera—, que atiende Anita y nunca deja de visitar.
Por eso, ha ideado una manera de asearse en la cabina: por partes, empezando por el pelo y con mucho cuidado de no salpicar, usando un bidón de agua y una cubeta.
Tampoco se olvida de la soledad, “la eterna compañera”, de la nostalgia y de la falta que hace la familia — “Emiliano, mi nieto, es el que me da fuerzas para seguir en esto”, me cuenta—.
Mucho menos del acoso diario.
“Ha habido veces que me he bajado del lado del copiloto para que no piensen que viajo sola, sino que soy la esposa del trailero y que él está en la cabina”, dice Clara.
“En este medio masculinizado tienes que aprender a moverte, a nadar entre tiburones”, añade Liszy.
“Tratar con respeto para que te respeten, pero también ser bragada, tener carácter y decir: ‘Esta es tu línea. Conmigo no te vas a pasar’”, añade, recordando la vez en que fue despedida por rechazar acostarse con un líder sindical, una de las tantas ocasiones en que fue presionada por hombres por sexo.
Otras compañeras corrieron peor suerte y sufrieron violaciones, denuncia.
Reinas de las redes
Para compartir cómo es el día a día de una trailera, y también para desmitificar la profesión, ambas se valen de las redes sociales. Y parecen una buena tribuna, en vista de la audiencia que logran.
Liszy, con su página de Facebook Truckers Ladies, ha amasado 64.000 seguidores desde 2012. La de Clara, que creó en 2015 y se llama Luz de Luna Clara, tiene 136.000; más los 17.900 de TikTok y 8.000 de Instagram.
Abrieron las cuentas para que su familia viera por dónde y cómo andaban, pero pronto empezaron a escribirles mujeres que querían aprender el oficio.
“Como por aquel entonces no había escuelas y las empresas se negaban a abrirnos las puertas, yo sabía que para ellas iba a ser difícil aprender. Además, estaba segura de que sobraban traileros que les dirían ‘yo te muestro cómo, pero a cambio de…’”. Así que empezó a aconsejarlas y a motivarlas.
Hace ocho años de aquellas primeras interacciones, y hoy mira con orgullo a la nueva generación y aplaude a las compañías que, aun siendo la excepción, están formando mujeres transportistas.
Tres meses hace que Martha Patricia Trejo González, Paty, una guanajuatense de 37 años y madre de dos hijos, terminó su curso en el instituto de capacitación de TSI en Nuevo Laredo; es parte de una primera promoción de 10 operadoras.
Hija y hermana de traileros, es lo que siempre quiso. Hoy, cuando se pone al volante de uno de esos gigantes de la carretera, busca apoyo en Clara. Conversan con frecuencia.
La veterana le suele recordar que debe centrarse en el trabajo, en la conducción, sin abrir la puerta a distracciones ni dejarse embaucar. “Ahora estás aprendiendo. Ya habrá tiempo de disfrutar con los compañeros” y de conocer hombres, le dice.
“Es una historia que he visto muchas veces: hombres que las quieren conquistar, como si fueran un trofeo”, le explica a BBC Mundo. “ 'Ven conmigo y yo te mantengo', les dicen. Ellas se enamoran y dejan de ser traileras, pero luego se acaba la relación y se quedan sin trabajo, sin ese sueño que tenían”.
Clara también le insiste en que debe cuidar su salud mental y ser fuerte para no caer en vicios bien extendidos en el gremio, como el consumo de drogas para aguantar largas jornadas al volante.
De hecho, existe entre los traileros un dicho sobre las anfetaminas, estimulantes del sistema nervioso central que algunos suelen tomar con café para mantenerse despiertos y a los que llaman “pericos” por el color verde de su cápsula.
“Más vale una caja adentro, que adentro de una caja”, reza el refrán.
“Esto del transporte tiene muchos temas de los que no se habla y, mientras no queramos dejar nuestros malos hábitos, el transporte en México nunca va a cambiar”, opina Clara.
Liszy también aspira a contribuir a ese cambio, además de con su ejemplo, compartiendo su experiencia con otras.
“Me encantaría dedicarme al coaching, al mentoring”, dice usando la terminología que quizá aprendió siendo parte de Women in Supply Chain (Wins), una asociación sin fines de lucro que busca promover la participación activa de las mujeres en el rubro logístico.
“Ya fui esposa, ya crié hijos, fui muchas cosas. Ahora estoy creando sueños propiamente. Porque tengo sueños, cosas por hacer, proyectos que están en proceso y otros por venir”.
Con ese pensamiento sale de Monterrey y sigue su ruta, sobre Diavolo, en “la autopista de la muerte”.
Créditos:
Reportería y producción adicionales: Álvaro Álvarez, Montserrat Bustos
Gráficos e ilustración: Caroline Souza, Daniel Arce
Edición: Tamara Gil
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