El peruano que pasó semanas en la cárcel después de que Estados Unidos lo acusara de pedofilia por error
Eddie Manuel Núñez Santos pasó semanas en una cárcel de Lima esperando a ser extraditado a Estados Unidos sin que nadie lo interrogara por sus supuestos delitos.
La vida del informático peruano Eddie Manuel Núñez Santos cambió radicalmente el pasado 26 de septiembre.
Ese día, agentes de la Policía peruana aparecieron en su casa en Lima y se lo llevaron detenido ante la mirada atónita de su pareja y su hijo de 9 años.
Los agentes que lo arrestaron le informaron de que estaba acusado de extorsionar a menores de edad en Estados Unidos y por pornografía infantil.
“Mi pareja y yo nos miramos, diciéndonos ‘esto tiene que ser un tremendo error’, pero los policías me dijeron que no hiciera las cosas más difíciles y me marché con ellos”, contó a BBC Mundo.
Su pesadilla acababa de empezar.
Entonces aún no lo sabía, pero había sido acusado por la Oficina Federal de Investigaciones de Estados Unidos (FBI, por sus siglas en inglés) de realizar decenas de amenazas de bomba contras escuelas, sinagogas y diversos edificios públicos estadounidenses, y chantajear a menores en ese país para que le hicieran llegar imágenes de contenido sexual.
Lo arrestaron porque las autoridades estadounidenses habían activado la notificación roja de Interpol y solicitado a la Policía peruana su detención para después extraditarlo a Estados Unidos.
Pasó más de un mes en una cárcel peruana, esperando a ser enviado a Estados Unidos y la Policía de su país difundió su nombre y su rostro a través de medios de comunicación locales, que no dudaron en tacharlo de “pedófilo” o “criminal”.
Eddie siempre proclamó su inocencia y que todo era fruto de un error, y el pasado 9 de noviembre fue liberado, luego de que la Embajada de Estados Unidos comunicara oficialmente que se habían retirado los cargos contra él.
Pese a ello, cuando se busca su nombre en internet siguen apareciendo las informaciones publicadas cuando se le detuvo.
Aún no ha superado el trauma. “Estoy intentando retomar mi vida, pero me cuesta mucho después de todo lo ocurrido”, asegura.
Detenido y exhibido
Tras ser detenido, Eddie fue trasladado a la Comisaría del distrito limeño de Surco en la que tiene su sede la Oficina Central Nacional de Interpol en Perú.
Allí supo que el FBI le atribuía ser “Lucas”, el sospechoso al que buscaban por el envío de correos electrónicos con amenazas de bomba tanto a centros educativos y religiosos, como a aeropuertos y centros comerciales en los estados de Nueva York, Pensilvania, Connecticut, Arizona y Alaska.
Los correos habían llevado en algunos casos a la evacuación de los edificios amenazados y obligado a desplegar a las fuerzas de seguridad estadounidenses.
Las amenazas, según las autoridades, habrían sido la represalia de “Lucas” contra una menor de 15 años con la que se comunicaba en línea y que se había negado a enviarle fotos suyas desnuda.
Los investigadores del FBI rastrearon los correos y las direcciones IP y estaban convencidos de que Eddie y "Lucas" eran la misma persona.
Eddie manejaba un negocio de desarrollo web que ofrecía servicios de correo electrónicos a sus clientes, entre los que había desde agentes inmobiliarios hasta comerciantes en línea.
Según cuenta, los agentes federales creyeron por error que los correos emitidos desde ese servicio los había enviado él mismo, en lugar de alguno de sus clientes cuya cuenta podía haber sido hackeada.
“Estaba convencido de que todo se aclararía rápido, así que le pedí a mi pareja que entregara mi computador y mi celular a la policía”, cuenta. “Podían revisar y ver que allí no había nada relacionado con bombas ni menores de edad”.
Pero al poco de llegar a la comisaría se le informó de que iba a ser extraditado a Estados Unidos para enfrentar un proceso legal allí. “Cuando el policía peruano me dijo que me iban a extraditar, no podía creerlo”, asegura Eddie.
Aunque cuando se puso realmente nervioso fue cuando una oficial le anunció que la prensa iba a llegar a las dependencias donde estaba detenido a cubrir su caso. “Sabía que eso me iba a hacer daño, así que le pedí al coronel Aldo Ávila, jefe de la oficina de Interpol, que no se me expusiera ante los medios”.
Pese a que, según su relato, el coronel Ávila le dijo que no se le exhibiría, las cosas sucedieron de otra manera.
“Me pusieron un chaleco que decía ‘detenido’ y me hicieron salir por un pasadizo. Afuera me estaban esperando las cámaras de TV. Yo me sentía muy mal. Los medios captaron mis imágenes y luego el coronel Aldo Ávila brindó unas declaraciones a los medios en los que distorsionó la realidad y dio por sentado que yo era culpable”.
En conversación con BBC Mundo, Aldo Ávila negó haber presentado al detenido a los medios de comunicación, pese a que cadenas de radio, televisión y medios de prensa locales tuvieron acceso a su rostro e identidad, que difundieron sin ocultarlas junto a las declaraciones sobre el caso que prestó el propio Ávila.
“Nosotros nos limitamos a dar la información que nos remite Interpol”, indicó Ávila.
Tras su aparición no deseada ante los medios, Eddie pasó la noche en un calabozo. Después, compareció ante un juez que ordenó su ingreso en prisión a la espera de que se resolviera la solicitud de extradición de Estados Unidos.
El 2 de octubre fue internado en el penal de Castro Castro, en San Juan de Lurigancho, en las afueras de Lima, donde pasaría los peores días de su vida.
En la cárcel, a la espera de ser enviado a Estados Unidos
“En la cárcel las condiciones eran lamentables y no cumplían con los mínimos estándares”, afirma Eddie.
Lo primero que le sorprendió fue que la seguridad del penal parecía estar en manos de los internos.
“Los funcionarios entraban solo una vez al día a pasar lista; el resto del tiempo eran un grupo de presos los que mantenían el orden en el módulo”.
Fueron estos los que le dejaron claras las reglas al principio.
“La cárcel estaba superpoblada y no había espacio para mí en la celda. Me dijeron que tenía que pagar 600 soles (unos US$161) por estar en el módulo y tener derecho a dormir hacinado con otros presos en el piso del pasillo”.
Fueron semanas muy duras.
“Las tres primeras semanas estaba totalmente torturado. Mi cabeza explotaba preguntándome cómo habían podido vincularme a eso. Cada vez que pensaba en mis hijos me deprimía, por lo que intentaba no pensar en mi familia. Pero por las noches me acordaba de ellos y lloraba”.
La biblioteca penitenciaria y los partidos de fútbol con otros presos le ayudaron a mantenerse a flote y lejos de las drogas que consumían con frecuencia otros reclusos, mientras esperaba una extradición a Estados Unidos que empezaba a ver como la mejor opción posible. Al menos allí podría defenderse.
Hasta que un día los funcionarios que pasaban lista le nombraron para que fuera a recibir una notificación.
Una funcionaria le pidió que firmara un documento. Tardó un rato en comprender lo que allí se decía.
El juzgado ordenaba su puesta en libertad porque la Embajada de Estados Unidos había comunicado mediante una nota diplomática la retirada de todos los cargos en su contra. Resultó que mientras él estaba en la cárcel habían continuado los correos amenazantes de “Lucas”.
Salió el 9 de noviembre salió. Había pasado 38 días entre rejas.
La condena de los medios
Ya en libertad, una de las primeras cosas que hizo fue buscar en internet la cobertura que los medios peruanos habían hecho de su caso.
Se encontró entonces con la nota de prensa del Departamento de Justicia de Estados Unidos en que se informaba de su detención.
El Departamento de Justicia respondió a una petición de información de la BBC diciendo que la nota ya ha sido eliminada de su página web, pero declinó hacer más comentarios. El FBI tampoco hizo comentarios sobre el caso.
Eddie también se sorprendió por las informaciones en los medios peruanos en las que se difundía su imagen y su nombre, y las declaraciones del coronel Ávila.
“El primer día estaba contento por haber podido reunirme con mi familia, pero al día siguiente, cuando vi todo lo que se había dicho sobre mí, me deprimí mucho de nuevo”.
Recuperar su vida
Eddie intenta poco a poco retomar su vida, aunque no le resulta fácil. Muchos de sus clientes lo evitan después de que apareciera en la prensa retratado como un pedófilo y, pese a los consejos de su psicóloga, admite que no ha logrado aún superar lo ocurrido.
“Me siento indignado, porque a día de hoy, después de todo lo que he pasado, nadie me ha dado ninguna explicación”.
“Esperaba una comunicación de las autoridades de Estados Unidos y su silencio sobre mi caso me duele”. Pasó semanas encarcelado sin que nadie siquiera lo interrogara.
Pero tampoco tiene una mejor impresión de las autoridades de su país.
“Me ha quedado claro que la policía peruana es muy poco profesional, y creo que algunos de sus mandos utilizan a los medios para promocionarse”.
Ahora, se asesora con un abogado para emprender acciones legales porque cree que sus derechos fueron vulnerados.
Espera que los medios de comunicación que informaron de su arresto, informen también de su liberación.
Para él, la justicia empieza ahora.
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