Así fue la primer noche de los sobrevivientes de la tragedia en Los Andes
El avión que se había partido en 2 al chocar contra la montaña, había perdido la parte de la cola, dejando a todos a expensas del intenso clima en Los Andes.
La mañana del 12 de octubre de 1972, un equipo de Rugby de Uruguay junto a amigos, familiares y conocidos abordaron un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya que tenía como destino Chile, un lugar al que nunca pudo llegar tras chocar contra la cordillera de los Andes, frontera entre Argentina y el mismo Chile.
Hay 29 sobrevivientes, 13 personas murieron en el accidente y 3 más durante la primera noche, horas que los sobrevivientes describen como “el infierno en la Tierra”.
La primera noche
Tras el accidente, los sobrevivientes quedaron atrapados entre los restos del avión. Los asientos se habían desprendido de sus anclajes, y muchos de los pasajeros estaban sepultados bajo los escombros.
El avión que se había partido en 2 al chocar contra la montaña, había perdido la parte de la cola, dejando a todos a expensas del intenso clima en Los Andes.
Los gritos de dolor de los heridos resonaban en el fuselaje. En la cabina de los pilotos, se oían los lamentos del copiloto Lagurara, que agonizaba atrapado entre los instrumentos del avión y pedía desesperadamente agua y su revólver. Sus compañeros, estudiantes de medicina Gustavo Zerbino y Roberto Canessa, intentaron ayudar a los heridos como pudieron, improvisando como médicos en medio del caos.
Un clima mortal
A medida que la noche caía, las temperaturas descendieron a niveles mortales, entre -30 y -40 grados. Los sobrevivientes, vestidos solo con ropa ligera y zapatos inadecuados, se vieron obligados a ingeniárselas para no congelarse.
Marcelo Pérez, el capitán del equipo, organizó a los chicos para despejar el fuselaje y crear espacio para que 32 personas pudieran resguardarse. Con la ayuda de Roy Harley, construyeron una barrera improvisada con maletas y restos del avión para bloquear el viento gélido.
Con el frío tan intenso y demasiada desesperación en el ambiente del fuselaje, los sobrevivientes comenzaron a golpearse entre ellos, cosa que los llevó a descubrir algo que mantenía la circulación sanguínea, evitando morir congelados.
Ambiente de pánico y histeria
La tensión y el miedo eran palpables dentro del avión. Los gritos de los heridos se mezclaban con los sollozos de aquellos que estaban en shock. Muchos deambulaban desorientados, incapaces de procesar la tragedia, mientras otros, como Bobby François, se rendían al pánico y se sentaban en la nieve a fumar, en un intento por calmar el terror que sentían.
La primera noche fue, para muchos, la peor de sus vidas, no solo por el frío insoportable, sino por el ambiente de desesperación que reinaba en el fuselaje ante un viaje del que no sabrían si regresarían.