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La mayor parte del mundo ha temido durante mucho tiempo el poder de Estados Unidos y ahora sus aliados también lo hacen

Bajo la presidencia de Donald Trump, Estados Unidos ha adoptado una política exterior que genera temor no solo en sus enemigos, sino también en sus aliados.

La mayor parte del mundo ha temido durante mucho tiempo el poder de Estados Unidos y ahora sus aliados también lo hacen

Durante décadas, el poder de Estados Unidos ha sido visto con respeto y, en muchos casos, con temor por gran parte del mundo. Sin embargo, bajo la presidencia de Donald Trump, este temor no solo se ha extendido a los enemigos tradicionales de Estados Unidos, sino también a sus aliados más cercanos. Este cambio representa una transformación en la política exterior estadounidense y tiene implicaciones profundas para el orden global.

La tradición de Estados Unidos como “multiplicador de fuerza”

Tradicionalmente, los presidentes estadounidenses han considerado a sus aliados como un “multiplicador de fuerza”, es decir, una red que amplifica el poder de Estados Unidos y lo aplica de manera más efectiva en el escenario global. Esta red de aliados ha proporcionado a Estados Unidos socios comerciales, bases militares y apoyo diplomático en instituciones internacionales. La lógica detrás de esta estrategia es que defender y apoyar a los aliados beneficia a Estados Unidos, ya que los beneficios superan los costos.

La visión de Trump: aliados como competidores y cargas

Donald Trump, sin embargo, ha adoptado un enfoque radicalmente diferente. En lugar de ver a los aliados como socios estratégicos, los percibe como competidores económicos y cargas financieras. Trump argumenta que los aliados dependen excesivamente del poder militar estadounidense para su defensa y que las relaciones económicas con Estados Unidos los enriquecen a expensas de los trabajadores estadounidenses. Por ello, ha presionado a los aliados, especialmente en Europa, para que aumenten su gasto en defensa y compren más productos estadounidenses.

Además, Trump ha demostrado una mayor disposición a utilizar herramientas coercitivas, como amenazas de aranceles y medidas económicas, para lograr sus objetivos. Incluso ha llegado a sugerir el uso de la fuerza militar de manera alarmante, como la idea de tomar el control de territorios como Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá. Estas acciones han generado incertidumbre y desconfianza entre los aliados tradicionales de Estados Unidos.

El impacto en Europa: de aliado privilegiado a socio necesario

Europa, que históricamente ha ocupado un lugar privilegiado en la estrategia estadounidense, ha sido una de las regiones más afectadas por este cambio. Aunque los europeos anticipaban que un segundo mandato de Trump sería difícil, no esperaban que llegara a amenazar territorios de miembros de la OTAN, como Canadá y Dinamarca (dueña de Groenlandia). Como resultado, la percepción de Estados Unidos en Europa ha cambiado drásticamente. Según una encuesta reciente del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, la mayoría de los europeos ya no ven a Estados Unidos como un aliado que comparte sus intereses y valores, sino como un “socio necesario”.

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La perspectiva del sur global: menos sorpresa, más precaución

Para otros aliados y socios de Estados Unidos, particularmente en el sur global, este cambio no es tan sorprendente. Países como Panamá tienen una larga historia de intervención estadounidense. Por ejemplo, en 1903, Estados Unidos apoyó la separación de Panamá de Colombia con el objetivo de construir el Canal de Panamá. Desde entonces, Panamá ha sido testigo de numerosas intervenciones militares estadounidenses, como la invasión de 1989, cuando el presidente George H.W. Bush ordenó el derrocamiento del gobierno panameño y la captura del presidente Manuel Noriega.

Para estos países, la idea de que Estados Unidos pueda actuar en contra de sus intereses no es nueva. Lo que sí es novedoso es que esta precariedad se extienda ahora a aliados tradicionales como los europeos.

La diplomacia personalizada de Trump: un desafío adicional

Un aspecto particularmente desafiante de la política exterior de Trump es su tendencia a personalizar la diplomacia. En lugar de basar sus decisiones en un análisis objetivo de los intereses nacionales, Trump tiende a favorecer a líderes que lo halagan o realizan gestos espectaculares. Esto ha llevado a situaciones en las que líderes astutos han logrado manipularlo con adulación. Por ejemplo, en febrero, Trump pospuso la imposición de aranceles a México después de que la presidenta Claudia Sheinbaum prometiera enviar tropas a la frontera para combatir el tráfico de fentanilo. Sin embargo, expertos señalan que esta medida tendrá un impacto limitado, ya que la mayoría del fentanilo ingresa a Estados Unidos a través de cruces legales en pequeñas cantidades.

A pesar de estos gestos, la debilidad de Trump por la adulación no lo hace confiable. Al contrario, su impredecibilidad lo convierte en una fuerza peligrosa para los aliados de Estados Unidos.

El futuro: un mundo multipolar y la necesidad de autonomía

En este contexto, muchos países están reevaluando su relación con Estados Unidos. Algunos podrían concluir que Estados Unidos es simplemente otra gran potencia agresiva que debe ser manejada con cuidado, en lugar de un defensor del orden internacional basado en reglas. Otros podrían verse obligados a acercarse a potencias como Rusia y China, alejándose gradualmente de la órbita estadounidense.

Para los aliados de Estados Unidos, especialmente en Europa, la lección es clara: deben hacer más para defender sus intereses de manera independiente. A diferencia de países como Panamá, las naciones europeas tienen los recursos necesarios para lograrlo, siempre y cuando encuentren la voluntad política para actuar.

En resumen, la presidencia de Trump ha marcado un punto de inflexión en las relaciones internacionales. Los aliados de Estados Unidos ya no pueden dar por sentada la protección y el apoyo estadounidense. En su lugar, deben prepararse para un mundo en el que la lealtad y la cooperación son menos seguras, y la autonomía estratégica es más crucial que nunca.

Artículo original publicado en The Conversation

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