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Vanessa Rosales: "La sexualidad femenina genera mucha ansiedad, por eso ha tenido que ser disciplinada"

La escritora colombiana Vanessa Rosales publicó "Mujer incómoda" que revela los desacomodos, desencajes, mordazas y estrecheces que se sienten al crecer como mujer.

Vanessa Rosales: "La sexualidad femenina genera mucha ansiedad, por eso ha tenido que ser disciplinada"

"No lloran los hombres. No son maricas. No son afeminados. No se dejan amedrentar por contrincantes. Golpean. Son feroces con los nudillos. Arremeten, temerarios. No deben sentir temor. No son sentimentales. Están henchidos de deseo por las mujeres, a quienes hay que conquistar y poseer… ellas, que debían procurarles hijos, serenidad domesticada, y nunca propiciarles sospechas ni preocupaciones". Así dibuja Vanessa Rosales (Cartagena de Indias, 1984) parte del modelo que disecciona en "Mujer incómoda".

El último libro de la escritora y periodista colombiana, que ha estudiado la moda, la belleza y el feminismo, es un ensayo que se funde con su experiencia personal y en el que revela los desacomodos, desencajes, mordazas y estrecheces que se sienten al crecer como mujer.

Vanessa Rosales, que será parte de Hay Cartagena, mira en sus páginas a la niña que fue, a su padre, a los hombres, al cuerpo y a la sexualidad.


"Estoy incómoda porque he subido de peso. Cuando sucede, la consciencia de las ropas, sus apretones, se convierten en un resbaladizo vórtice de reiteración. Estoy incómoda porque los muslos no se alisan pese a mis esfuerzos. Estoy incómoda siendo mujer. A veces, con frecuencia. Soy incómoda porque no me pliego sin reservas a las consignas que resuenan con popularidad a mi alrededor".

¿Cómo llegas a esta idea de la incomodidad?

He descubierto que el feminismo, además de ser una militancia política, es una forma de nombrar las cosas. Seguimos tratando de verbalizar lo que atravesamos; tiene que ver con los distintos nombres que han tenido las feministas históricamente: la nueva mujer, las mujeres singulares, las libres, como les decían en Estados Unidos.

De alguna manera, "Mujer incómoda" es otra forma de darle nombre a esas mujeres que han buscado vivir la vida en sus propios términos. Se puede sentir incomodidad por múltiples razones, pues todo lo que ha sido codificado como femenino es incómodo.

De hecho citas a tu librera, quien afirma que la mujer que no se siente incómoda no es mujer. ¿Cómo explicas la incomodidad?

Es esa mixtura entre estar incómoda, ser incómoda y sentirse incómoda. Vamos descubriendo que no hemos tenido las palabras para nombrar la incomodidad, que puede vincularse desde la infancia o en la adolescencia, como en mi caso.

Yo veía a las estrellas del rock and roll y había algo que me seducía tremendamente de ellos. El entorno me decía que debía ser enamoramiento, que estaba enamorada de esos hombres, pero mirando en retrospectiva, lo que añoraba era su libertad política y sexual, el ejercer ese rol de rockstar. Desde niñas sentimos esas incomodidades, qué se puede ser y hacer por ser mujer.

Hablas de tu padre y de como él encarna al hombre que goza de todos los privilegios y las posibilidades, ¿cómo te identificas con esa figura?

Es una gran contradicción desde pequeña, de querer ser tan libre como un hombre, de querer poder vivir la vida como un hombre y ese primer hombre es mi papá. Pero después ir sintiendo esa incomodidad de que no soy hombre. Eso explica que tantas de nosotras repudiemos lo femenino, en la academia, en lo intelectual, en el vestir, porque a lo que aspiramos es a esa libertad.

Con mi padre, hay contradicciones interesantes, porque en muchos sentidos es el patriarca caribeño tradicional, pero en otros aspectos, esas mismas masculinidades tienen elementos que no son tan machistas. Hay que complejizar y humanizar la experiencia feminista, porque la teoría funciona de una manera y el caos de la vida funciona de otra.

Eso no significa que no haya violencias, pero muchas veces son las consecuencias de las presiones que impone lo masculino en los hombres. Y a mi padre, por supuesto, le ha tocado reevaluar mucho.

"Algo en mí se ha convencido de que está entre mis deberes exudar cierta anatomía… que al heredar una piel que con facilidad se hace blanda… algo falló en mí como mujer", ¿por qué hablas de fracaso y de fallar en relación a tus características físicas?

Cada entorno crea su mujer ideal y donde yo fui socializada de niña y de adolescente no lo cumplía. Esa mentalidad aldeana ha persistido en mí, en la manera en que definí las relaciones con el cuerpo. Alcanzar la belleza y estudiar la moda fue una compensación a esa carencia.

Y es interesante ver la tensión entre lo individual y lo intelectual, porque gran parte de la teoría feminista del cine, de la moda, buscan visibilizar cómo se nos ha impuesto una mirada masculina, no solamente literal, sino como un sistema visual, que ha definido la deseabilidad, la belleza normativa y aceptable. Son las heridas que llevamos algunas mujeres, hechas en los momentos en que forjamos imaginarios de nosotras mismas y no me he liberado de esa estela.

¿Cuál era el ideal de la mujer cartagenera?

Una mujer flaca, bronceada, que ha trabajado mucho su cuerpo, que es dura e idealmente rubia. Eso está atravesado por el momento, que era el de Baywatch ("Guardianes de la bahía") en los 90, personificado por Pamela Anderson y en Colombia, por Natalia París y otras modelos similares.

Pero ese ideal persiste, porque las ciudades costeras incentivan al despliegue del cuerpo. Las actividades de ocio en Cartagena imponen algo muy impactante que observo en las señoras de la burguesía que es cultivar juiciosamente y con mucha tenacidad su cuerpo.

¿Hacerle un escrutinio al propio cuerpo para enmendar o disimular lo que no es aceptable es un ejercicio continuo de niñas y mujeres?

La belleza también ha sido una prisión y es maravilloso cuando descubres que es una ficción histórica ligada a momentos específicos. Los ideales han ido modificándose; recuerdo que la flacura le parecía horrorosa a mi abuela más amada, porque en su juventud se estimaba la voluptuosidad.

Cuando uno lee a Silvia Federici entiende los hilos que hay entre capitalismo y domesticar a las mujeres, para hacerlas productoras de la fuerza de trabajo. Los géneros se bifurcan: las mujeres deben ser vistas y los hombres son los que miran y como dice Valerie Steele, el corsé era una manera de disciplinar el cuerpo y va siendo sustituido por las dietas, las cirugías y otras formas, por el peso que tiene ser bella y visualmente plácida, según la mirada patriarcal. La belleza es otra de las cosas que tratamos de definir en nuestros propios términos.

¿Y cómo sería?

Tiene que ver con la sensación que tienen las mujeres de sí mismas, más que con la manera de presentarse, pero eso lleva un subtexto histórico, la brecha que existe en la confianza. Muchos hombres heterosexuales saben que no son los más guapos, pero rescatan lo que tienen, mientras que las mujeres tienden a fijarse en la celulitis, los muslos.

Es sintomático de algo más amplio, de cómo desde pequeñas nos inducen a dudarnos, mientras que a los hombres se les celebra todo. También explica la autoridad asumida que tienen muchos varones y la desconfianza de tantas mujeres a la hora de alzar la voz, sentirse guapas, deseables o a la hora de pedir dinero en términos salariales. Es lo que sucede también con el deseo erótico, al querer ser reconocida por un varón, en vez de ejercer el deseo propio, que no tiene nada que ver con la celulitis ni con la flacidez.

¿Por eso te atraía la libertad sexual de las estrellas del rock?

Una de las grandes incomodidades es la sexualidad, el cómo se castiga nuestra sexualidad. Tengo recuerdos muy explícitos de cómo en mi entorno se percibía y se nombraba a las chicas que tenían la audacia de ser sujetos deseantes, la manera en que eran clasificadas: se dañó, se damnificó o se desgració, era a mis 14 o 15 años, y no tenía las herramientas para nombrar la incomodidad que me generaba eso. Una de las grandes preguntas que me atraviesan en este momento es justamente, ¿qué es el deseo femenino?

¿Y qué dirías?

Muchas mujeres que hemos sido socializadas en ciertos contextos estamos todavía desembarazándonos de cómo debe ser el deseo, de quién lo propone, de quién lo dispone, de cómo nos sentimos cuando lo perseguimos.

Estamos podando el terreno de sabernos sujetos deseantes, porque aun en 2022, el casamiento sigue siendo mandato en lo femenino. La mujer soltera y la mujer solitaria resulta muy incómoda, porque su gran subtexto es que tiene libertad sexual.

¿Es incómoda para los hombres o también para otras mujeres?

Para los dos y tengo que remitirme a una de las escritoras que me han forjado en estos últimos años, Siri Husdtvet, cuando habla de cómo los prejuicios perceptivos e inconscientes que tenemos hacia lo masculino y lo femenino suceden en hombres y mujeres.

Esa misoginia interiorizada está en ambos. De hecho, la sexualidad femenina sigue siendo incómoda para otras mujeres, porque hemos sido tan disciplinadas, que nos incomoda que otras puedan ser un poco más audaces.

Escribes: "La penetración, sentías, ya era de por sí una pérdida, una manera de ser vencida. La idea de que el sexo con un varón implicaría siempre un sentido de pérdida, de posesión ajena, de debilitante sesión". ¿Por qué?

Esa sensación fue muy acuciante en mi adolescencia al ver cómo se percibía a las chicas que habían perseguido sus propios deseos, lo que generó una gran ambivalencia en mí, como de derrota. Simone de Beauvoir dice en El segundo sexo que la mujer se siente consumida de alguna manera. Nietzsche también decía que el sexo fortalecía al hombre mientras que debilitaba a las mujeres.

Se nos impone como único modelo una madre virgen, que es de una violencia semiótica y simbólica profunda. Interiorizamos la noción de que si somos seres sexuales somos putas, sigue esa ambivalencia de ser un objeto que se consume, en vez de asumirnos como sujetos de un deseo activo. Es una sensación que nos persigue.

Dices que persiste la idea de que "los varones no se sacian con una sola mujer, ni siquiera cuando son bellas, ni siquiera cuando la mujer pareciera ser un conjunto de maravillas." ¿Se sacian las mujeres con un solo hombre?

No, hay muchas ficciones en torno al deseo femenino, como esta retórica violenta de que las feministas son mal cogidas; es obtuso, porque los hombres no entienden que quienes las cogen son ellos. O que la sexualidad femenina es bien portada y nuevamente eso conduce a la polaridad en la que vivimos, donde solo tenemos dos modelos que son Eva, el origen del mal y María la madre virgen, que despojan todo tipo de textura, de complejidad e incluso de humanidad a las mujeres.

Por eso los imaginarios más turbios de lo femenino giran alrededor de la sexualidad. Lilith, es una mujer que mata a los hombres extrayéndoles el semen. Las vampiresas son mujeres eróticamente insaciables, la femme fatal es una figura que apasiona. Si hay una feminidad incontrolable, entonces es la vagina que tiene dientes. Lo que más da miedo es la sexualidad femenina.

¿Cuánto le temen los hombres?

La sexualidad femenina genera mucha ansiedad, por eso ha tenido que ser disciplinada, y se le ha impuesto la castidad. Hay algo inconsciente: las mujeres tenemos la capacidad de dar vida, como si tuviéramos el poder de la vida y la muerte, y ese poder hay que domarlo de alguna manera.

El tema del aborto es tan incómodo, porque es la autonomía del propio cuerpo; pero además las mujeres pueden tener muchos más orgasmos que los hombres, más sexo y se ha comprobado biológicamente que la sexualidad puede subir con los años y no bajar como sucede con ellos.

También hay ansiedad de no poder saciar a la mujer y por eso estos chistes de las mal cogidas. Creo que viene de todos esos elementos, porque además lo masculino y lo patriarcal se ha construido sobre esa certeza de comandar, de dominar.

¿El control ha sido la reacción natural?

Históricamente ha sido un hobby masculino el disciplinar y controlar la sexualidad femenina de todas las maneras posibles. Imponerles la castidad como sinónimo de virtud, imponer que solo en el matrimonio podían ser sexualmente activas; las madres solteras, que tenían hijos bastardos, siempre han sido forajidas, entre las más incómodas. La noción de la virginidad, de llegar virgen al matrimonio y por ende de llegar pura, la pureza.

Aún hay muchos varones entrenados para diferenciar entre esposa y amante. Una es la madre de los hijos, virtuosa, buena, mientras que la amante es la mujer con la que se permiten las audacias eróticas.

Imponerle la castidad a las mujeres ha sido una manera también de infantilizarlas y eso demuestra esa gran ansiedad viril hacia la sexualidad femenina. Incluso mujeres en escenarios más modernos, más emancipados, pueden recibir el rótulo de puta por tener una sexualidad rica o activa.

¿Cómo criar entonces a las niñas y a los niños?

Una de las grandes lecciones que nos están dando las generaciones jóvenes que incomodan tanto con sus epistemologías de género, es que nos muestran que el género no debe prescribir. No se trata de que los niños y las niñas sean de determinada manera, sino que puedan ser lo que quieran; permitir que persigan una individualidad independiente de lo que signifique equis actividad o inclinación, sin categorizar lo masculino y lo femenino desde que somos chiquitos.

Mi próximo libro tiene que ver con eso, ¿cómo criamos a los varones? Es importante cuidar de ellos, enseñarles a ver a las niñas como seres humanos y no como niñas. Porque la separación comienza cuando empiezan a verlas como alienígenas, como seres distantes. Y después, en la adolescencia, como seres histéricas e irracionales. Es falta de amistad, de consideración.

Falta de ver a la mujer como un par.


Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena 2022.


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