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La Frontera Invisible

España tendrá nuevo Rey este mes de junio porque así lo ha dispuesto el actual Rey Juan Carlos y el gobierno en turno con el apoyo de inmensas mayorías dentro los partidos políticos, de los círculos empresariales, los medios de comunicación y un número desconocido de súbditos. La proclamación del nuevo Rey no necesariamente cuenta con el apoyo de todos los españoles ni con su rechazo. Lo que la mayoría de los ciudadanos piden es que se realice un referendo que les permita decidir si continúan con la monarquía o adoptan un sistema republicano. Desafortunadamente, la mayoría de los españoles no tiene, por ahora, ni voz ni voto porque así lo dispone la Constitución de 1978. En un país de leyes esto no es peccata minuta. Tiene una importante razón de ser en la que todos los españoles, o por lo menos la mayoría estaría de acuerdo. Nombrado por el dictador Francisco Franco como sucesor a la Corona Española, Juan Carlos I fue proclamado Rey de España en 1975 y la Constitución de 1978, que le reconoce como el heredero legítimo de la dinastía fue ratificada en un referendo popular. Más allá del importante formalismo legal, Juan Carlos fue la figura central de la transición pacífica de la dictadura a la democracia en España. Su función estabilizadora a favor de la democracia fue confirmada por su ejemplar desempeño cuando su determinación y vocación democrática evitaron el intento de golpe de estado de un grupo de la Guardia Civil al mando del teniente coronel Antonio Tejero, el 23 de febrero de 1981. De entonces a la fecha, lo que alguna vez fue un apoyo popular masivo al Rey se ha venido deteriorando gracias a su fama de mujeriego, a sus controvertidos viajes de multimillonario a matar elefantes en África en un momento en el que el paro en su país alcanzaba proporciones horrendas, a sus continuos problemas de salud, y, sobre todo, al proceso penal contra su yerno que sigue manchando la imagen de la Casa Real. “Al erosionarse la confianza, como le ha ocurrido a las demás instituciones, mucho me temo que la Corona ha quedado a merced del oleaje político,” ha escrito el catedrático de Derecho Constitucional, Fernando Rey refiriéndose al momento actual. Peor aún, diría yo, lo que las encuestas muestran es un divorcio total entre lo que hace y dice la clase política y lo que la ciudadanía quiere que diga y haga, y esto es un factor preocupante. La mayoría de los españoles, hasta un 62% de los encuestados por el diario El País, espera que en algún momento se consulte a los ciudadanos si desean continuar con la monarquía o si prefieren un sistema republicano. Un 74% de los ciudadanos jóvenes, de entre 18 y 34 años, es decir, los que han vivido durante el reinado de Juan Carlos y no vivieron los delicados momentos de la transición de la dictadura a la democracia y por tanto no votaron en favor de la Constitución quieren tener la facultad de decidir qué modelo de Estado prefieren. La brecha entre dirigentes y dirigidos es aún peor en el Partido Socialista Obrero Español donde el 68% de sus simpatizantes aboga por una consulta popular que la dirección rechaza tajantemente. La mayoría de los votantes del conservador Partido Popular está de acuerdo con sus dirigentes en que se rechace la consulta popular. Lo aberrante, sin embargo, es que abogar por una consulta popular no necesariamente significa un rechazo al sistema monárquico ni una aprobación del sistema republicano. De hecho, como señalan las encuestas, casi la mitad de los encuestados asegura que si se planteara defendería una Monarquía encabezada por Felipe VI, aunque un 36% esté por una República. Lo que sí es evidente es que la ciudadanía quiere ser consultada sobre un asunto que a todos atañe y la clase política quiere tratarlos como niños incapaces de decidir juiciosamente el tipo de gobierno que quieren tener. De Felipe se sabe poco porque su rango no le permite comentar los temas de actualidad. A mí me tocó recibirle una vez cuando fue a un almuerzo al periódico Los Ángeles Times donde yo trabajaba. Acostumbrado al diálogo con presidentes y políticos que continuamente visitaban el diario, no dejó de sorprenderme que cuando le hice una pregunta uno de sus acompañantes se apresuró a decirme que su majestad no daba declaraciones políticas a los medios. Se sabe que es un hombre preparado desde la infancia para ser Rey y no lo dudo pues entre sus tutores tuvo a la brillante historiadora María del Carmen Iglesias Cano, miembro de la Real Academia de la historia y de la Real Academia Española. Uno de los personajes cuya inteligencia más me ha deslumbrado cuando tuve la suerte de conocerle durante un largo coloquio en Buenos Aires. La erudición de su discurso fue tal que al oírle pensé en el caudal de referencias a temas de cultura universal que un joven debería tener para entenderle a cabalidad. Cuando se lo comenté, ella asintió y sonriente me recomendó un libro imprescindible, Le trésor de savoir oublies de Jacqueline Romilly, que nos recuerda los tesoros del saber que muchos jóvenes han olvidado. Pero el debate actual no es sobre la personalidad y la preparación del joven monarca. El debate que hoy enfrentan los españoles, y solo ellos, es el futuro del sistema político en su país. *El autor es analista político. Estudió Filosofía en la UNAM. Actualmente escribe en 19 periódicos de 12 países.

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