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La Frontera Invisible

El asesinato de Christopher Michaels Martinez y cinco estudiantes más en las inmediaciones de la Universidad de California en Santa Barbara a manos de un muchacho de 22 años armado con tres pistolas de repetición y suficientes balas para centuplicar la matanza no es la última tragedia que protagoniza el amor por las pistolas y la violencia que prima entre un nutrido grupo de estadounidenses. De entonces a la fecha, otro estudiante murió en Seattle, un policía fue baleado en un tribunal de Georgia, también murieron en un tiroteo dos policías que desayunaban en un restaurante de Las Vegas, otro hombre que, armado, decidió confrontar a los dos asesinos y un estudiante de secundaria que fue victimado por un compañero de escuela que portaba un rifle de repetición. Todo esto en el transcurso de un mes. La epidemia de violencia con armas de fuego nos trae un asesinato masivo cada semana, dijo el presidente Barack Obama recientemente en un discurso en el que reconoció que esto es algo que debería de avergonzarnos a todos los que vivimos en Estados Unidos. La muerte de Martinez me ha dolido de una manera casi personal. Quizá porque mi hijo se graduó en la misma universidad y vivió en la misma isla donde sucedió la tragedia. También puede ser porque admiro profundamente la lucha que el padre de Christopher, Richard Martinez, ha emprendido contra los responsables de la barbarie en la que vivimos. Me repugna la avaricia de los mercaderes de la National Rifle Association, una poderosa organización que se opone a cualquier límite a la venta de armas y la cobardía de congresistas y asambleístas que temen perder su reelección si desobedecen los mandatos de la NRA. Me deprime oír las justificaciones de una ciudadanía que amparada en una pésima lectura de una enmienda constitucional obsoleta, mal redactada y tan ambigua que se presta a cualquier interpretación, se arma desmesuradamente. Después de la muerte de su hijo, Martinez renunció a su trabajo como abogado defensor y se fue a Santa Bárbara a confortar a los amigos de su hijo. En Los Ángeles se reunió con el acongojado padre del autor de la matanza para darle sus condolencias. El asesino, que se suicidó, era un chico tan lleno de problemas psicológicos que uno se pregunta cómo pudo comprar legalmente tantas armas. Sobre todo después de que sus padres habían alertado a la Policía sobre la peligrosidad de su estado mental. Ahora, Martinez se dedica a preparar un viaje por todo el país para conocer a las familias de otras víctimas de asesinatos masivos y planear con ellos una estrategia para, en sus palabras, “detener esta locura” que hoy aflige a tantos atribulados padres y madres. Su labor ha empezado estudiando al enemigo, quiere saber quiénes están detrás de la poderosa NRA, de dónde procede el dinero que empodera a la NRA, a qué políticos se lo dan y a quiénes se lo niegan. Pero no vaya usted a pensar que Martinez es un fanático pacifista que se opone a la venta de armas. Creció en una familia donde lo común era tener armas. Luego sirvió en el ejército como policía militar y luego se hizo abogado. Lo que quiere es que las leyes que rigen la venta de armas sean más estrictas. Para Martínez, “todos tenemos la culpa” de la muerte de su hijo y en ese todos se incluye a sí mismo. Somos culpables porque no hemos hecho lo suficiente para detener la venta indiscriminada de armas de fuego con las que se termina matando a inocentes. Estados Unidos tiene la tasa de homicidios más alta entre los países democráticos más desarrollados económicamente. Casi cuatro veces más que en Francia y Gran Bretaña y seis veces más que en Alemania. Y mientras que la tasa de homicidios en Europa ha disminuido con el transcurso de los años, en Estados Unidos siempre ha ido en aumento. Para explicar el fenómeno en Europa, los sociólogos hablan de “un proceso de civilización” que se manifiesta en conductas que demandan restricciones a respuestas físicas en situaciones de crisis, control de la violencia, estado de derecho, reconocimiento de que el Estado debe mantener el monopolio de la fuerza, y estrictos controles a la venta de armas. Después de que Adam Lanza asesinó a 20 niños y seis adultos en una escuela en Newtown, Connecticut, a finales de 2012, el Senado no pudo reunir los votos necesarios para un proyecto de ley que prohibía la venta de rifles de asalto y requería la verificación de antecedentes de los compradores de armas. La NRA contraatacó diciendo que una vez que el Estado tuviera un registro fidedigno de qué ciudadanos poseen armas y qué tipo de armas tienen, haría el intento de confiscarlas. Una acusación que no tiene ningún sustento en la realidad y que sería imposible dada la enmienda constitucional pero que muchos estadounidenses creen posible. Martinez sabe que la lucha de Martinez es a largo plazo porque el “proceso de civilización” toma tiempo. Mientras tanto, lo menos que podemos hacer es seguirlo en sus propuestas para intentar “detener esta locura” lo antes posible. *El autor es analista político. Estudió Filosofía en la UNAM. Actualmente escribe en 19 periódicos de 12 países.

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