Conciencia Ciudadana
En el marco de este tiempo, propicio para reflexionar, ¿cómo va nuestra vida? ¿Qué necesitamos para ser mejores personas y hacer felices a quienes tenemos cerca? comparto una sencilla historia de la vida cotidiana, que puede ser la de cualquiera, así como la forma en que a veces por orgullo o resentimiento actuamos equivocadamente. Se presentó un día un joven en una oficina dedicada a asuntos migratorios, pidiendo al encargado tramitara su visa. Comentó tener negocio propio, que al no tenerlo dado de alta en Hacienda, no tenía forma de comprobarlo. El encargado le hizo saber que desafortunadamente era indispensable ese trámite, para obtener la visa. Otro camino era si su padre tenía negocio dado de alta, pedirle sus papeles y presentarlos como empleado de él. Fue entonces que éste confesó que hacía ocho años no veía a su padre por una discusión que habían tenido y por la cual había abandonado su casa. El encargado le pregunto: ¿Sabes qué pasaría si tu papa falleciera hoy sin haberte reconciliado con él? ¿Cómo te sentirías el resto de tu vida? El joven agachó la cabeza sin poder dar respuesta y se fue. Al poco rato, llegó un señor a recoger su visa; al dar su nombre, el encargado recordó, era el mismo del joven que había atendido. Al preguntarle si era su pariente, le confirma: Sí, es mi hijo pero no nos hablamos. Le explica entonces, que su hijo requiere de sus papeles para obtener su visa, diciendo que trabaja con él. El señor se quedó callado, tomó sus papeles y se fue. Al poco rato regresa, los deja en el escritorio y dice: Dile a mi hijo que tramite su visa. Días después regresa el joven para decirle que no pudo buscar a su padre, porque su orgullo no le permitía pedirle perdón, se quedó sorprendido cuando el encargado le dijo: Tú no puedes pero Dios si puede. Mira lo que hizo tu padre: Vino a la oficina, le comenté tu caso y me dejó sus papeles para que hagas tu trámite, ya les saqué copia. El muchacho avergonzado empezó a llorar, y pidió le permitiera regresar los originales a su padre, los tomó y se fue. Después de largos ocho años, llega a su casa, entra y corre a abrazar a su padre, lo abraza llorando y le pide perdón. La mamá, que tanto había rezado por ese momento, al verlos, se une al abrazo y entre lágrimas de alegría ponen fin a ocho años de rencores, ausencia y dolor…. ¿Cuántos de nosotros hemos perdido la paz por algo semejante a esto sin poder remediarlo? Esta cuaresma, Dios que es nuestro Padre, sigue esperándonos, no quiere que sea otra cuaresma más, superficial, o solo de miércoles de ceniza. Porque..¿ Si es nuestra última cuaresma? Nadie puede saberlo. Ahora es el momento de superar el orgullo, la vergüenza, pedir perdón a quien hemos lastimado, e ir a reconciliarnos con ese Padre amoroso que nos espera y nos ama tanto, al grado de permitir a su Hijo morir en la Cruz, y resucitar, para demostrárnoslo. * La autora es consejera familiar.
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