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Columna Huésped

Pocas veces hay luz en la historia. Pocas veces uno puede sentirse orgulloso de ser humano. Y esas pocas veces casi siempre son momentos de dolor, instantes de sufrimiento, episodios de valentía frente al poder absoluto. Pienso en Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca diciéndoles sus verdades a los fascistas españoles. Pienso en Hipatia de Alejandría estudiando las leyes del universo a pesar de las amenazas de las autoridades cristianas en su contra. Pienso en Ana Ajmátova memorizando el horror de la prisión de Lubianka y transformándolo en versos testimoniales para las generaciones venideras. Pienso en ese joven chino deteniendo con su sola presencia los tanques de guerra en la plaza de Tiananmen. Pocas veces hay luz en la historia. Pero esas pocas luces, aunque su destino haya sido terrible, cómo brillan, cómo alumbran, cómo reconfortan. Nuestro tiempo es perfecto para la imbecilidad y la locura. Los fanáticos, los exaltados y los furiosos son los que mejor representan el ánimo de nuestra era, los que mejor la definen con su conducta pública. Nutrida de mitos trascendentes, de paranoias armadas hasta los dientes, la ignorancia en vez de disminuir se multiplica. El clamoroso rencor y la venganza expedita triunfan sobre la convivencia y la paz. Cada quien vive sus verdades como dogmas y busca, por todos los medios, que los demás las acaten. Pareciera que sólo dominan los fuertes, los que saben lo que quieren aunque lo que desean sea horrendo, burdo, mal hecho. Nuestro tiempo es ideal para el enfrentamiento y el desprecio, para la superioridad rampante que da el dinero o el poder, para el nosotros contra ustedes sin pelos en la lengua. Paradoja de paradojas, en un mundo globalizado aumentan las barreras, los muros, la desconfianza mutua. En una realidad en pleno mestizaje, la pureza ha vuelto por sus fueros. Pero una pureza letal como ella sola. Y con ella aparece un mundo en guerra consigo mismo, cuyos símbolos mayores son la alambrada de púas, los perros policía, el dispara primero y luego preguntas. La noción de que la humanidad se está partiendo en pedazos, de que la civilización es una bomba Molotov estallándonos en la cara. Nuestro tiempo es perfecto para percatarnos de todos los males que nos aquejan y aun así seguimos al imbécil, aplaudimos al ignorante. Sabemos que el camino que llevamos conduce al abismo, pero nadie se aparta, nadie se detiene. Cuando en el futuro –si es que hay futuro- alguien mire hacia nuestra época se asombrará de nuestra conducta suicida, de nuestro furor por desbaratarnos unos a otros. ¿Por qué no hicieron algo al respecto?, se preguntará, ¿cómo es que teniendo tantas opciones a la mano escogieron la peor? Vivimos en una nación donde las heridas supuran sin que nadie las cure y la indignación se encona hasta la pura violencia, donde no se aplica lo que nos une sino lo que nos separa, donde se apuesta por el enfrentamiento sobre la convivencia. País, el nuestro, de esperanzas frustradas y dolorosos retrocesos, donde el centralismo aún domina tanto la vida política como la vida cultural. Por eso pregunto: ¿Cómo saber que estás frente a soberbios culturales, a caciques literarios? Cuando un autor amigo suyo escribe una novela de género policiaco, inmediatamente puntualizan: “No es narrativa policiaca: es literatura de la buena”. O si es una novela futurista: “No es ciencia ficción: es una obra de calidad”. Como si escribir literatura policiaca, de horror o de ciencia ficción fuera escribir narrativa de segunda, sin pedigrí, sin valores artísticos. Así se las gastan nuestros creadores y críticos nacionales y al hacerlo muestran su visión clasista, jerárquica, piramidal, tan llena de ideas preconcebidas, de ínfulas de grandeza, porque están ciegos a lo que no encaja en sus arcaicas teorías, en sus obtusas clasificaciones. Sin decirlo, siguen soñando que están sentados en el pináculo de la literatura, que viven en el palacio de la pureza, cuando sólo discriminan lo que no entienden, lo que no es como ellos: sublime, bello, culto. En pleno siglo XXI, en este México de agrestes realidades, en el gremio cultural aún abundan los aristócratas llenos de prejuicios ante lo popular, los exquisitos que se sienten superiores a los demás. Como personajes literarios son magníficos. Como escritores, artistas y críticos ya requieren una nueva visión, una mirada diáfana a todo lo que les rodea. Ni en la política ni en las artes los déspotas y los tiranos tienen ya cabida. *- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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