Tranquilidad
Antes, los padres y madres de familia nos preocupábamos cuando nuestros hijos salían los fines de semana, regresando lo más tarde que pudieran. Eran noches que sufríamos desde que se iban hasta que llegaban. Solo entonces podíamos conciliar el sueño.
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Antes, los padres y madres de familia nos preocupábamos cuando nuestros hijos salían los fines de semana, regresando lo más tarde que pudieran. Eran noches que sufríamos desde que se iban hasta que llegaban. Solo entonces podíamos conciliar el sueño. Ahora, la situación ha cambiado de forma radical, en estos tiempos todos tememos que le pase lo peor a cualquier integrante de la familia. Nadie está seguro en ninguna parte, todos los sitios son peligrosos. Estamos comenzando una etapa de autoprotección extrema, que nos alerta ante cualquier chasquido por común que sea. Ya solo nos falta que andemos arrastrando un botiquín de primeros auxilios, a donde quiera que vayamos.
Nosotros y nuestras familias estamos expuestos a recibir una ráfaga de balas, o una sola de ellas perdida que nos alcance, nos hiera o nos mate. Vivimos intranquilos y frustrados, añorando la libertad de decidir cuándo y hacia dónde saldremos. Afortunadamente, aún somos más las familias que no hemos sido víctimas fatales de alguna agresión, pero esto es cada vez menos posible. El incremento exponencial de la capacidad de ataque de los criminales nos convierte, en potenciales víctimas mortales. Vamos por la consigna de ahora estoy ahora no estoy. Pero, mientras nosotros nos lamentamos de esta inverosímil situación, las autoridades gubernamentales, comenzando por el gobernador, los presidentes municipales, los diputados y las fuerzas policíacas en general, andan bien tranquilos.
Fíjese, el sábado pasado en la zona céntrica de Tecate, un comando llegó a una llantera, asesinó a balazos a dos personas, incendió el negocio y se fue. A los días y en un lugar muy cercano al anterior, otro grupo se enfrenta a balazos contra la policía y son repelidos. Entonces huyen y son perseguidos por varias patrullas, sin embargo, no los detienen. ¿Cómo es posible que, yendo detrás de ellos, se les pierdan?
Ambos hechos deberían ser una afrenta contra todas las corporaciones policíacas. Deberían, por puro orgullo mexicano, estar investigando, siguiendo sus pasos, formando el tinglado y armando una teoría que los lleve a conclusiones determinantes. No obstante, nada se ha dicho. No se informa a la población, solo se dan datos escuetos que no conducen a nada. La impresión que tenemos los ciudadanos de los encargados de la justicia es, que no hacen nada porque sienten que no ha pasado nada. Para nuestros funcionarios públicos, que están bien pagados y exigen prestaciones, no hay nada de qué preocuparse. Son travesuras de chicos malcriados que ya entenderán.
Mientras tanto, los ciudadanos vivimos aterrorizados esperando que algo nos suceda. Que, como le está sucediendo a mucha gente, nuestro período de sufrimiento llegue y paguemos nuestra cuota, por la falta de compromiso de quienes sí están obligados a defendernos y regresarnos la tranquilidad. Nosotros tenemos miedo y nos sentimos impotentes, y estamos conscientes que no podremos hacer nada cuando nos toque. Por eso le recriminamos al gobernador, a los presidentes municipales y a las agencias policíacas, que no cumplan con sus deberes. Les exigimos que dejen de sobarse la panza, que le bajen a la música de narcocorridos, que, sabiendo, como bien lo saben, quienes son los delincuentes, los aprendan o los controlen. Les requerimos que lo hagan porque para eso les pagamos. Vale.
* El autor es Lic. En Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.
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