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Las tecnologías y la tiendita de la esquina

Este domingo recordaba cómo antes de la era internet resolvíamos nuestras dudas escolares buscando en las enciclopedias que atesorábamos en casa o acudíamos a las bibliotecas.

Este domingo recordaba cómo antes de la era internet resolvíamos nuestras dudas escolares buscando en las enciclopedias que atesorábamos en casa o acudíamos a las bibliotecas. Otro recurso socorrido eran las estampitas que nos surtían en la tiendita de la esquina. Normalmente las tareas nos consumían buena parte de la tarde, no tanto por la cantidad de trabajos solicitados, sino por el tiempo requerido para buscar la información.

Nuestras casas se iban poblando de los tomos de las distintas enciclopedias que los representantes de las editoriales llegaban a ofrecerles a nuestros padres. Todavía hay quienes atesoran los tomos y que eran símbolo de estatus en muchos de los hogares. En algunos casos adornaban las bibliotecas privadas o las estanterías de las salas que lucían plenas de erudición. Pero más allá de los simbolismos, eran muy útiles para resolver las tareas que nos dejaban los profesores(as).

Aquí abro un paréntesis para precisar que en mi niñez las profesoras y profesores eran llamados así, en castellano. A mis profes los conocíamos como Ramona, Chachita, Yolanda, Rosita, Liborio, Juan, Nora, Pablito, Chucho, etc. No les decíamos Miss(es). Esto es muy nuevo e ignoro cuando se adoptó ese anglicismo: “Dice la Miss que para el festival de las madres debo ir vestido de conejo”. Son los resultados de la educación bilingüe.

Todo ello parece ser parte de la prehistoria. La vida escolar ha cambiado con una velocidad inusual. Todavía recuerdo cuando llegaron a El Colegio de la Frontera Norte las primeras computadoras o más bien procesadoras de texto. Esto debió haber sido como en 1988. El anuncio se hizo con bombo y platillo. Se instalaron un par de ellas y los investigadores teníamos derecho a anotarnos por turnos para hacer uso de las mismas. Antes de ello los trabajos eran escritos a mano y se le pasaban a un par de secretarias que operaban unas máquinas enormes (Vari-Typer, les llamaban) que capturaban el texto, pero no acentuaban. Teníamos que escribir los acentos con mucho cuidado para que no se viera tan feo el trabajo terminado.

Pero en honor a la verdad, la primera revolución tecnológica en la institución fue la llegada del Fax. Poco antes de tan feliz momento, habían empezado a circular unos aparatitos que recibían texto a distancia. Pero no se masificaron como el Fax. Estos antecedentes fueron útiles pues tanto emisor como receptor tenían que tener su terminal. La llegada del Fax cambió en mucho el trabajo a distancia. Antes de ello, por ejemplo, quienes tenían una columna editorial tenían que desplazarse al medio o dictarlo por teléfono con el riesgo de que quien lo escuchaba y tecleaba no escuchara bien y omitiera o cambiara palabras con lo cual el argumento podría perderse. Al inicio de mi trabajo editorial, acudía a Frontera semanalmente con el archivo, que no se grababan en una memoria USB, sino en los primeros disquetes y que copiaban en la redacción.

Todavía recuerdo que en 1994 me enteré de los antecedentes del correo electrónico. Estaba en un curso en el Centro de Estudios México-Estados Unidos de UC San Diego y a unas compañeras cubanas cada cierto tiempo les llamaban a la dirección pues les habían enviado mensajes desde La Habana. Tiempo después, debió haber sido por 1998, el encargado de Sistemas de El Colef, Arturo Torres, me pidió que pasara al área de cómputo pues había llegado un correo electrónico de una profesora de Argentina comentando un libro mío. No tenía yo ni la menor idea de qué me hablaba.

Y qué decir de los teléfonos inteligentes. Fue en Washington DC, cuando abordé un transporte local y la señora de al lado iba pasando con el tacto las fotos de su teléfono; el primer iPhone que conocí. Quedé maravillado. Estamos hablando de hace relativamente poco tiempo, en 2008. Luego llegó internet y las tareas se simplificaron al extremo con solo “googlear” un tema. Pero esa es otra historia; impensable para los que acudíamos a la tiendita El Piri a buscar las estampitas de los héroes de nuestra independencia y revolución. Como dice una conocida: “Esto de la tecnología es cosa del diablo”.

*- El autor es investigador de El Colegio de la Frontera Norte.

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