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Las desapariciones

Mi hija llegó de la escuela como siempre a las dos de la tarde, se puso a hacer la tarea porque no quiere que le dé flojera, me pidió para ir al puestecito a comprarse un refresco.

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Mi hija llegó de la escuela como siempre a las dos de la tarde, se puso a hacer la tarea porque no quiere que le dé flojera, me pidió para ir al puestecito a comprarse un refresco, le di el dinero y le dije que no se dilatara, que ya estaba lista la comida. Mientras regresaba, me puse a calentarle sus tortillas de harina, que son las que le gustan mucho y me senté a esperarla. Pero no regresó. No sabemos en dónde está ni si se fue con alguien o se la llevaron. No sabemos nada y los policías no nos dan información. Estamos desesperados y no sabemos qué hacer.

Este es el tipo de relato que los padres de niñas desaparecidas dicen cotidianamente, cuando denuncian ante las autoridades policíacas. Las particularidades pueden ser diferentes pero los casos son idénticos. Menores de edad y adultos de todas las edades, están desapareciendo en nuestro estado y país de una manera dramática. Los primeros casos los ligaron, sin pruebas, con el crimen organizado argumentando que eran víctimas de sus actividades ilícitas, pero después y debido a la disparidad de las edades de las víctimas, a sus bases sociales, a sus ocupaciones y a un sinnúmero de características, las hipótesis han aumentado. Se habla del crimen organizado por tratantes de personas, por redes de prostitución nacionales e internacionales, de canibalismo, de venta de órganos para fines médicos, de esclavitud laboral, etcétera.

Mientras que los casos aumentan día con día, las familias afectadas pierden su dinámica diaria y se dedican a buscar a su hijo o hija en donde pueden, gastando sus escasos recursos económicos, abandonando sus tareas habituales y al resto de la familia en hogares destrozados y sumidos en la eterna tristeza. De manera inmediata e impactante, las actividades alegres y de reforzamiento de la unidad familiar pasan a ser olvidadas, para dar paso a la creación de estrategias se búsqueda en las cuales participan todos sus miembros. En contrapartida, la respuesta de las autoridades judiciales cuya responsabilidad de participar en la solución de estos delitos es obvia, no responden. Primero, argumentan que deben pasar cierto número de horas antes de que estén obligados a intervenir, después toman el reporte y no hacen nada porque carecen de gasolina. Excusa tras excusa se pasa el tiempo y el asunto se vuelve viejo, y se pierde entre el crecido número de expedientes abiertos. Las desapariciones que están sucediendo en todo el país, y la frecuencia con que suceden, obligan a que el Estado Mexicano responda ante la demanda de las familias afectadas, con una estrategia de carácter nacional y con acciones efectivas.

Los ciudadanos mexicanos desconfiamos como siempre, de las declaraciones que las autoridades hacen sobre el particular. No creemos que estén trabajando en los casos denunciados, el alto índice de impunidad refuerza nuestras dudas. Quienes ya han sido víctimas de este tipo de delitos, saben que es casi imposible que tengan buenas noticias en el futuro de mediano plazo. Mientras quienes aún no hemos perdido a nadie de nuestra familia, sufrimos la congoja diaria de la inseguridad. Despedimos a nuestros hijos en las mañanas, dándoles mil recomendaciones, esperando poder volverlos a ver sanos y salvos en la tarde.

Mientras las familias vivimos en el desasosiego temiendo ser las próximas víctimas, a los tres niveles de gobierno parece que no les importara. El desmembramiento de las familias debería ser un asunto de primera importancia, sin embargo, se le ha dejado casi en el olvido. Han tenido que ser las madres quienes, valerosas como siempre, han sacado la casta y están desenterrando cuerpos por donde quiera. Saben que pueden encontrar a sus hijos muertos, pero, mientras, desentierran a los hijos de otras mamás. Vale.

*- El autor es licenciado en Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.

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